My Playlist

Translate

"When I hear the music, all my troubles just fade away/ When I hear the music, let it play, let it play",

"Let it Play" by Poison.

domingo, 8 de enero de 2012

Capítulo XXIV. Bad Feeling.

Buenas noches, mis amados señores, señoras y señoritas. Espero que hayan tenido ustedes unas buenas fiestas y que los reyes magos y Papá Noel les hayan traído muchas cosillas. A mí, por ejemplo, me han regalado pelis, un libro (El nombre del viento) y unos marcapáginas de True Blood que, ¿para qué negarlo?, molan cantiduvi XDDD. En fin, vamos al grano. Éste (sí, con tilde, aunque la RAE sostenga lo contrario XD) es el primer capítulo del año, o más bien la primera parte del primer capítulo del año. Quería colgarlo todo de una pero me ha resultado imposible porque 1. resultaría muy largo y 2. no me daría tiempo a acabarlo. Así pues, aquí lo tenéis, monosos míos. Tengo varias cosas que deciros al respecto: 1. El capítulo está narrado en gran parte por el franchute. Esto es así porque mucha gente siente una injustificada animadversión hacia este personaje y yo estoy poniendo toda mi buena voluntad para cambiar eso (este mensaje va sobre todo para mi damisela 2: Sunny, la 1 es Laura XDDDD). Os aviso ya de que el lenguaje de Armand atiende a un registro más culto y rebuscado que el lenguaje coloquial y chorra al que os tengo acostumbrados XDD. 2. Aparece al final un personaje "nuevo" y lo digo entre comillas porque no va a aparecer más, sólo en este capítulo. Se trata de un personaje basado en una persona real (el señor Kapy Romero, poeta burgalés al que muy pronto entrevistaré en mi otro blog). Las razones de que aparezca (aparte de porque a mí me da la gana, que para eso la historia es mía XDDD) son que me ayudó con unas cosas de este capítulo y los anteriores y ésta ha sido su recompensa. Además, necesitaba crear ambiente de tensión para la segunda parte de este capítulo y él me ha dado la excusa perfecta XDD. Así que, ya sabéis, si queréis salir en la historia no tenéis más que ganaros vuestra actuación estelar (excepto Sun, que ya tiene reservado un relato con cierto personaje monoso, jajajajaja). En fin, no me enrollo más que parezco ya mi abuela cuando se enrolla por teléfono. Que disfrutéis de lo que os quede de vacaciones y empecéis el año con buen pie. ¡Un beso!


Armand
Un mal presentimiento me había despertado súbitamente aquella mañana, azotándome el cuerpo cual látigo, dejándome tan helado por dentro como si una ola de gélido frío polar me hubiese sacudido. Un malestar como no conocía desde mis tiempos de instituto, cuando los profesores nos acosaban con sus dichosos exámenes finales, se instaló en mi estómago como si de un muro de hormigón se tratase, dificultando mi respiración, agarrotando los músculos de mi cuerpo.
           
La noche anterior había dejado la ventana abierta porque hacía un calor insoportable, pero ahora, en el estado tan lamentable en que me había despertado, me arrepentí de haberlo hecho. Cualquier movimiento del aire, por muy leve que éste fuera, afectaba a mi sistema nervioso con la magnitud de una poderosa descarga eléctrica. A duras penas conseguí incorporarme lo justo como para poder coger el edredón, que permanecía pulcramente doblado a los pies de mi cama, y cubrir mi cuerpo con él.
           
Los dientes estaban comenzando a castañetearme por el frío, que nada tenía que ver con el clima de aquella cálida ciudad. Era un frío que nacía en mi interior, extendiéndose por cada músculo, tejido y célula de mi cuerpo. Algo no andaba bien y ésa era la forma que tenía mi organismo de avisarme de que aquel día iba a ser memorable… Y no en el buen sentido del término.

                                                           ***
Desde mi salida de París, hacía ahora dos años y medio, no había conseguido encontrar ni una sola condenada pastelería en toda California cuyos pasteles fueran dignos de ser degustados por mi delicado paladar. Tenía que conformarme con las “cakes” de chocolate que preparaban en la cutre cafetería que habían abierto debajo de mi casa si quería saborear un desayuno medianamente decente. Y el hecho de intoxicar mi cuerpo con tan nocivo “alimento”, por designar de alguna manera a esa masa grasienta espolvoreada con chocolate, no me ayudaba precisamente a apartar de mi mente el sórdido episodio que me había tocado vivir, tan sólo unas horas antes.
           
El frío seguía instalado en mi cuerpo, provocándome leves espasmos y temblores que hicieron que varias personas se giraran en mi dirección y se quedaran mirándome de forma extraña. Aquél era sólo uno de los muchos defectos que la sociedad americana arrastraba consigo: la terrible falta de educación. ¿Es que nadie les había enseñado que era tremendamente grosero quedarse mirando fijamente a un desconocido por la calle?
           
Al parecer, no. De la misma forma que nadie les había enseñado a cocinar ni a vestirse con elegancia y estilo. Otro espasmo. Bueno, quizá iba siendo ya hora de que me abrochara la chaqueta hasta el cuello. Bien sabía yo que no iba a servir para nada, puesto que aquel frío que me estaba carcomiendo los nervios no tenía una causa externa, sino psicológica, pero la mente humana a veces se comporta de forma infantil, obcecándose en maquillar sus problemas, en lugar de solucionarlos, hasta que éstos nos explotan en la cara.
           
Cuando estaba ya en la puerta del California’s (qué nombre tan original para una cafetería californiana, ¿verdad?) decidí que aquella mañana necesitaba contaminar mi cuerpo con algo diferente. Quizá un coñac, quizá una cerveza. Con los tiempos que corrían y en el estado de ánimo en que me había levantado, no era demasiado temprano para beber. Con un poco de suerte, ese “cabritillo” que se hacía llamar mi amigo habría salido ya de la cama y quizá pudiéramos tomarnos juntos una copa. Después de todo, me debía una explicación sobre por qué me había abandonado la noche anterior.
           
El camino al bar de aquel tal Marty que, como no podía ser de otra manera tratándose de un antro para moteros melenudos sin clase, tenía un nombre de lo más cutre, “Hellfire”, se me hizo más largo de lo que había esperado. Por supuesto, el lamentable estado en que se hallaba sumido mi cuerpo aquella mañana no era el más propicio para ir andando por la calle, pero ¿qué podía hacer? ¿Quedarme en la camita mientras me tomaba un chocolate caliente y veía programas del corazón, cual maruja empedernida? No. Aquél no era mi estilo. Además, había quedado para comer con un cliente muy importante y no podía faltar a mi cita. Tenía una reputación de abogado arrogante e inflexible que mantener.
           
En la entrada del bar me encontré con el dueño, que me saludó con una leve inclinación de cabeza, mientras le daba una calada a su cigarrillo medio consumido. No hacía falta tener un máster en psicología para darse cuenta de que no le gustaba para nada a ese tipo. No podía culparle. Mi perfil no se ajustaba ni de lejos a la clientela habitual de aquel antro y encima la noche anterior me había visto implicado en una pelea con uno de sus “amigos”. No pude evitar que en mis labios se formara una sonrisa de cruel satisfacción al recordarlo. Sí, le había dado una buena tunda a ese tonel con acento alemán.
           
El eléctrico solo de guitarra que me recibió en cuanto puse un pie en aquella sala llena de paletos despeinados causó en mí el mismo efecto que si me hubieran propinado una bofetada con la mano abierta. Recé por la salud de mis tímpanos mientras me abría paso entre el círculo de moteros que me miraba de arriba abajo con una muy poco disimilada mueca de desprecio.
           
Me senté en una de las mesas que había cerca de la barra del local al tiempo que escrutaba la sala en busca de mi amigo. Ni rastro de él ni de la chica que la noche anterior me había dado calabazas, y, por tanto, ni rastro de nadie que yo conociera en aquel tugurio. Empezábamos bien la mañana…
           
— Buenos días, señor, ¿le pongo algo para tomar? — preguntó una suave voz femenina, devolviéndome así a la mísera realidad.
           
Alcé la vista en su dirección, claramente complacido de que en ese salvaje continente todavía quedaran personas con educación que supieran tratar como correspondía a un caballero distinguido. Hubo algo en ella, sin embargo, que llamó mi atención negativamente: a pesar de que era un rasgo prácticamente imperceptible, podían distinguirse en su dicción leves rastros de un acento germánico, que en otros tiempos habría sido muy marcado. Mis ojos se posaron entonces sobre su pelo, más claro y brillante que el mío y que delataba, junto a su sobresaliente altura, su procedencia geográfica de manera inequívoca…
           
— Esto… — me había quedado momentáneamente sin palabras — Yo…
           
— ¿Si, señor? — inquirió, con un leve deje de impaciencia tiñendo su voz. Dirigí mi mirada hacia sus ojos y entonces me reprendí a mí mismo por haber sido tan estúpido y no haberme dado cuenta antes de su estado de ánimo. Aquella damisela alemana había estado llorando, sus ojos hinchados e inyectados en sangre eran la prueba irrefutable de ello.
           
— ¿Se encuentra usted bien, señorita? — inquirí, modulando la voz más dulce que pude conseguir, haciendo así gala de la elegancia y caballerosidad francesas que mi madre me había inculcado desde la cuna.
           
Aquella muestra de interés por mi parte pareció pillarla desprevenida, porque, mirándome como si fuera de otro planeta, replicó:
           
— No… No sé a qué… a qué se refiere, señor.
           
La sensación de frío volvió a sacudirme súbitamente, esta vez con fuerzas renovadas. Las manos de la chica comenzaron a temblar violentamente, como si estuviera sintiendo en su propia piel el frío que se había apoderado de mi cuerpo aquella mañana. Estaba empezando a perder el control de su cuerpo, podía percibirlo en sus ojos llenos de lágrimas, que estaban a punto de desbordarse; en los espasmos que comenzaban a sacudir su cuerpo; en la mirada suplicante que había clavado en mis ojos.

— Me refiero a que parece estar a punto de estallar en un ataque de nervios...

— Yo… Yo…

El bloc de notas donde apuntaba los pedidos resbaló de sus manos sudorosas hasta caer al suelo. Siguiendo un impulso, que de nuevo respondía a mi encorsetada educación, me agaché para recogerlo al mismo tiempo que ella decidía hacer lo propio, con tan mala suerte que al alzar la mirada nuestras frentes chocaron, ocasionando un golpe sordo que resonó en toda la sala.

— Perdone — nos apresuramos a decir los dos al unísono —. No, ha sido culpa mía — pareciera que estuviésemos sincronizados.
           
La chica clavó su mirada esmeralda en la mía al tiempo que sus mejillas comenzaban a colorearse con un brillante tono rojizo. Un segundo después, agarró el bloc de mis manos y apartó la mirada de mi rostro antes de levantarse del suelo y salir disparada en dirección al baño.
           
— ¡Pero, señorita! — la llamé — ¡No me ha dejado hacer mi pedido!


Iuta  
Cerré con pestillo y apoyé mi espalda en la puerta, sintiéndome más abatida que nunca. Las lágrimas ya habían comenzado a deslizarse por mis ojos, mientras las palabras de mi hermano no dejaban de resonar con fuerza en mi mente, clavándose como cuchillas en mi corazón sangrante. “Emma ha muerto en un accidente de tráfico. Su madre llamó hace un rato para informarme de que el funeral es mañana por la tarde”.

Ni siquiera alcanzaba a comprender por qué esa amargada nos había invitado a mis hermanos y a mí al funeral de su hija. Nunca le gusté para Emma. Aunque quizá lo más acertado sería decir que nunca le gustó nadie más allá de sí misma. Y ahí estaba yo, demostrando una vez más la gran estupidez que siempre me ha caracterizado y que mis hermanos siempre estaban más que dispuestos a reprocharme. ¿Acaso esa zorra no me había engañado con otra sin importarle mis sentimientos? ¿Acaso se merecía una lágrima mía? La respuesta era bien sencilla: no. Pero la razón rara vez tiene poder sobre nuestro corazón.
           
Me dejé caer sobre el suelo, que yo misma había fregado aquella mañana, y apoyé la barbilla sobre mis rodillas flexionadas, mientras que con los brazos me abrazaba las piernas. Comencé un movimiento balanceante, marcado por el ritmo de mis hipidos, que cada vez eran más marcados y constantes. Apenas era vagamente consciente de que estaba sufriendo un ataque de ansiedad y que debería tomarme las malditas pastillas que la psicóloga de Angela me había recetado.
           
Fue entonces cuando me golpeó, como si de una poderosa e indómita ola marina se tratara, lo que los matemáticos denominan “la idea feliz”.


Armand
Aquella muchacha llevaba demasiado tiempo en el baño lo que, basándome en la experiencia de dieciocho años conviviendo con mi madre y mi hermana, no podía significar nada bueno. Recorrí el local con una rápida mirada, sopesando en silencio mis opciones. Desde luego, informar a Marty de que una de sus camareras estaba desatendiendo deliberadamente a un cliente y, por tanto, incumpliendo con su deber laboral no era ni siquiera una opción que considerar. La chica parecía encontrarse realmente mal y lo último que necesitaba era que un cliente se quejara a su jefe por haber ofrecido un pésimo servicio. Por otra parte, pensé después, algo me decía que por mucho que me quejara, y tuviera buenas razones para hacerlo, nadie en ese antro de perdición iba a tomarme en serio.
           
También podía avisar a alguna de sus compañeras para que fuera al baño a comprobar si se encontraba bien o si le había pasado algo, pero al parecer, aquella mañana ella era la única camarera del local y, lo que era aún más sorprendente, también la única mujer presente. De modo que en aquel pueblo eran todavía más paletos de lo que yo pensaba…
           
En aquel momento sólo se me ocurría una opción factible que, si bien no me hacía demasiada gracia llevar a cabo, era la única que no implicaría a terceros y que mantendría a toda la clientela motera y maloliente de aquel tugurio al margen de un  asunto tan delicado.
           
Me levanté de mi silla fingiendo una resolución que no sentía para después seguir la dirección que había tomado ella, sintiéndome como un miserable por atreverme a realizar semejante intrusión en el aseo de señoritas. Seguramente iba a ganarme una buena bofetada por su parte cuando la muchacha me encontrara allí, violando su intimidad, pero seguro que después de que le explicara que todo había sido un malentendido que atendía sólo a mi caballerosa necesidad de cerciorarme de que se encontraba bien, la joven no dudaría en perdonarme.
           
— ¡Señorita! — exclamé, llamando puerta por puerta a todos los aseos, sin recibir respuesta alguna por su parte. El frío interno que había estado sintiendo a lo largo de toda la mañana me azotó ahora con una fuerza sobrehumana, de forma que tuve que agarrarme al picaporte de una de las puertas para no tambalearme. Fue entonces cuando escuché unos quejumbrosos gemidos al otro lado que me hicieron comprender que mi presentimiento no había sido erróneo. Aquella mujer se encontraba en peligro y era mi deber ayudarla. El frío que atenazaba mis músculos así me lo impelía.
           
— Señorita, ¿se encuentra usted bien? — repetí, tratando de mantener a raya la impaciencia que estaba empezando a tomar control de mi mente. De nuevo, ninguna respuesta. Sintiendo como la adrenalina comenzaba a correr por mis venas, abrí la puerta del baño de una patada, para encontrarme con una escena de lo más dantesca: la camarera yacía en el suelo, con un bote de pastillas abierto y semivacío a su lado y el rostro anegado en lágrimas.
           
Mi mente se desconectó de mi cuerpo en aquel mismo instante, negándose a revivir una escena que llevaba años tratando de enterrar en lo más profundo de mi mente. Me limité a actuar con rapidez. No importaba quién era esa chica, no importaba que seguramente mereciera un descanso eterno porque la vida ya la había maltratado lo suficiente. No podía ver morir a otra persona de aquella manera tan degradante.
           
Me arrodillé a su lado y la alcé por la cintura, obligándola a que se incorporase. La chica comenzó a retorcerse entre mis brazos, como si no quisiera que la tocara, como si tratara de decirme con la débil resistencia que ofrecía su cuerpo que yo no tenía ningún derecho a decidir por ella. No me importó. El frío que me consumía por dentro no me abandonaría a menos que cumpliera con mi deber.
           
Me coloqué a su espalda y la obligué a inclinarse sobre el inodoro, presionando su nuca hacia abajo con toda la fuerza de mi mano, para después introducirle los dedos índice y corazón en su boca y así provocarle el vómito que esperaba que fuera suficiente para salvar su vida. La resistencia que antes había ofrecido la muchacha con ese ahínco tan desmedido se vio ahora reducida drásticamente, lo que facilitó de manera considerable mi tarea de limpiar su estómago.
           
— Señorita, ¿se encuentra bien? ¿Le he hecho daño? — inquirí preocupado cuando el peligro ya había pasado, mientras ayudaba a la muchacha a incorporarse. Ésta se limitó a negar con la cabeza, mientras sus ojos se llenaban de lágrimas otra vez, aunque en ese momento no supe descifrar si la causa de su llanto era la vergüenza o la desesperación por haber fracasado.


Dani
Otro día más en esta apestosa ciudad, cuya luminosidad manifiesta es sólo parcialmente eclipsada por las noches de borrachera en este lúgubre local. Dos hielos se deshacen poco a poco en mi copa de Jack Daniel's, mientras pido otra cerveza. Quizá, abandonar España no fue tan buena idea después de todo. Quizá, la tierra prometida que me habían descrito cuando todavía pisaba suelo burgalés, no era tal.
           
— ¿Dónde se habrá metido Iuta? Se me acumula la faena — refunfuñó Marty, mientras trataba a duras penas de hacerse con el control del bar. Pobre. Sin su mujercita cerca ese hombre era incapaz de hacer una puta cosa a derechas.       
           
— La he visto hace un rato entrar en el baño, Marty — le indicó un chico que había de pie a mi lado, tomándose una cerveza. Era más o menos de mi altura, quizá unos centímetros más bajo, con el pelo largo y castaño, unos tonos más oscuro que el mío. Vestía pantalones y chaqueta de cuero a pesar de que en California siempre brillaba el sol. Un asfixiante e insoportable sol. Al principio no fui capaz de ubicar al chico, aunque su rostro me resultaba vagamente familiar, pero en un momento de revelación recordé que se llamaba Tom.
           
— ¿Y qué coño hace ahí dentro?
           
— A lo mejor se ha caído por el wáter — sugirió uno de los borrachuzos que se reunían en las mesas del local, antes de estallar en sonoras carcajadas, a las que muy pronto se unieron los paletos de sus amigos. Sí, sin duda alguna aquél era todo un ejemplo de la inteligencia y elocuencia que caracterizaba a los sureños estadounidenses… Y aquello me llevaba de nuevo a la pregunta que llevaba días martilleando en mi cerebro, cual tambor de guerra exacerbado: ¿qué coño hacía todavía allí? ¿Por qué no había regresado ya a España?
           
Observé de nuevo con hastío el proceso de fusión del que estaban siendo objeto los hielos de mi bebida. Nada dura para siempre y cada segundo perdido estamos más cerca de nuestro inexorable final… Y precisamente por eso debía apurar pronto esa puta copa y pedir otra de forma inmediata. La vida era demasiado corta como para preocuparme por la cantidad de alcohol que ya ardía en mi sangre.
           
Fue entonces cuando los vi. El resto del local parecía demasiado ocupado en reírle las gracias al paleto descerebrado de antes como para ser conscientes de algo más. Bueno, ya se sabe: los hombres no somos capaces de hacer dos cosas a la vez. Apuré el contenido de mi copa de un trago antes de dejar sobre la mesa el dinero que le debía al calzonazos del camarero “en funciones”, más una jugosa propina. Esos dos se habían dado mucha prisa en abandonar el local procurando no ser vistos y yo no estaba dispuesto a dejarlos marchar sin más. Aquella mañana me había levantado con el ánimo listo para entrar en batalla… Y aquella huida tan cutre protagonizada por el gabacho finolis y la hermanita de Hans me daba el pretexto que necesitaba para despertar a la bestia…

9 comentarios:

  1. ¡Jajajajaja! Estoy plenamente convencida de que El franchute y Iuta van a tener un tórrido romance. xD Ya lo sospechaba de antes, pero después de leer esta parte mis sospechas se han incrementado. x)
    Muy buen capítulo, pero el franchute me sigue provocando tirria. ;)
    Besos, y publica pronto. :)

    ResponderEliminar
  2. Que buen capítulo. Armand es todo un finolis cuando habla así del pobre bar de Marty jjaaja. Iuta la pobre ha explotado y de la peor manera suerte que él la ha encontrado y desde luego grande la aparición de Dani a ver si la lía pero le va a salir las cosas del revés jejeje. De nuevo muy buen capítulo colegui.

    ResponderEliminar
  3. Vale, por un momento pensé que Armad iba a encontrarse a Iuta cortandose...
    Al menos llegó a tiempo, nadie más se preocupó por ella.
    Me hace gracia la forma en la que el franchute describe el bar de Marty hahaha Y yo no le tengo tirria a Armand, es más, creo que este podría hacerle mucho bien a Iuta...
    ¡Un beso, y de siempre, sube pronto! :D

    ResponderEliminar
  4. Ha sido intenso, yo pensé que se iba a abrir las venas aunque claro, ¿cómo lo iba a hacer encerrada ene l baño del bar? XDD al margen de eso yo creo que hay posibilidades de que a Armand le acabe haciendo tilín Iuta, pero ella es lesbiana, asíq ue no creo que acaben juntos. Aun así ha sido interesante y tierno conocer un poco más al francés y ver que en el fondo, bajo capas de etsilo y de desaprobación, tiene su corazoncito helado XDD Un besote y feliz año!! =D

    ResponderEliminar
  5. Pues a mi me sigue sin gustar el franchute, es un finolis insufrible, vale sera un caballero pero no me gusta, solo ha actuado así por sus fantasmas internos y por si fuera poco es abogado, la has terminado de apañar xDD Pero en fin, creo que aun quedan muchas cosas por pasar, ese frio no es solo por lo de Iuta seguro.

    y una cosa, Tom no era rubio? por que en la descripcion de Dani has puesto que es castaño .__. habre estado confundida toda la historia?? ._. xDD

    ResponderEliminar
  6. Jo pobre "Hellfire", menuda descripción le está haciendo el gabacho este... la verdad, siempre me cuesta imaginarme el bar por dentro, porque la gente se sienta "en una de las mesas que había cerca de la barra" y no sé cómo está organizado,¿es un bar grande? ¿cuantas mesas hay, más o menos? ¿dónde tocan cuando hay música en directo? y a mí Armand no me parece tan mal, un poco rebuscado hablando y tal, pero es un buen tipo, el único que se ha preocupado por Iuta...

    ResponderEliminar
  7. Pss a mí el francesito ya me cae mejor :) se ha portado super bien y le ha salvado la vida a la pobre Iuta (que se ve que amaba a Emma un montonazo :S)... pero creo que ahora entre ellos va a pasar algo, una intuición que tengo :) jaja
    Un beso :)

    ResponderEliminar
  8. muy linda tu entrada y tu blog,
    me gusto mucho.
    te sigo
    suerte y saludos! :)

    Aguante el rockk

    ResponderEliminar
  9. Hey!! aqui de vuelta Naty, me ha parecido super graciosa la parte de Armand del "alimento" jaja con lo de nocivo "alimento", tambien me gusto el como reacciono con Luta ya que la pobre me da algo de pena.
    Por otro lado, no me gusto mucho como describio el bar de Marty, pero bueno, todos tienen distintas formas de ver, el con su modo de finura con que su madre lo crio no me extraña que no le guste.Un beso!!
    ATT.nATY

    ResponderEliminar