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"When I hear the music, all my troubles just fade away/ When I hear the music, let it play, let it play",

"Let it Play" by Poison.

martes, 31 de enero de 2012

Capítulo XXIV. Bad Feeling (Parte 2)

Hermanos, después de 23 días sin subir absolutely nothin' a este mi blog, hoy os traigo la segunda parte de el capítulo 25. En compensación, ésta es un pelín más largo de lo que suelen ser las partes que subo normalmente y viene con dosis extra de violencia e introspecciones de algunos personajes. También es el último capítulo donde va a salir Dani y espero (sobre todo en el caso de Sun y Kapy) que el personaje del franchute os vaya cayendo mejor porque REPITO: es muy MONOSO. En fin, espero que todo os esté yendo bien y que me perdonéis por haberos tenido abandonadillos, pero de verdad que ha sido un mes muy estresante y difícil para mí. ¡Disfrutad del capítulo! ¡Un besito! Att. Athenea Escritora. 



Iuta
Ese hombre debía ser, sin duda alguna, el “franchute” del que mi hermano me había hablado aquella misma mañana. El mismo que lo había golpeado la noche anterior, humillándolo ante la bravucona clientela de Marty al completo. Lo cierto es que, si bien aquel chevalier había salvado mi vida con su intervención y debería estarle agradecida por ello, su ininterrumpida cháchara llena de vocablos rebuscados y latinismos estaba empezando a provocarme una seria migraña. Tras media hora de conversación, o, para ser más exactos, de insoportable monólogo afrancesado por su parte, decidí, en aras de conservar en la medida de lo posible la poca salud mental que me quedaba, dejar de escucharle.

Me recosté contra el respaldo de la silla para después subir mis pies al asiento de manera que pude rodear mis piernas con los brazos. Aquel gesto tan infantil había sido siempre mi mecanismo de aislamiento y defensa contra el mundo desde bien pequeña. Y eso era precisamente lo que debía de parecer en aquellos momentos, hecha un ovillo sobre una de las sillas de plástico de aquella concurrida sala de espera: una niñita pequeña y desamparada.

¿Cómo había llegado a aquella situación? ¿Acaso mis padres y hermano no me habían procurado una buena educación? Bueno, aquél era sin duda un aspecto discutible, pues mi entorno familiar nunca se había caracterizado precisamente por ser armonioso o equilibrado. Ese pensamiento me llevó irremediablemente a Angela. Hacía ya unos días que estaba en el hospital y yo ni siquiera me había dignado a ir a ver cómo se encontraba. Hans, al menos, había hecho un esfuerzo por vencer sus demonios internos yendo a visitarla la noche anterior, pero al parecer la madre de Johnny lo había echado de allí de muy malos modos después de que éste insultara a su hijo, con la gracia y el tacto naturales que caracterizaban a mi hermano.         

No, no había la menor duda de que la estabilidad mental era un rasgo que en nuestra familia brillaba por su ausencia, yo misma era la prueba viviente de ello. Y aquel francés petimetre y redicho no era sino la víctima más reciente de aquella psicopatía hereditaria… El franchute. Sí, me había olvidado por completo de su existencia, a pesar de que se encontraba sentado a escasos centímetros de mi persona. Dirigí una rápida mirada en su dirección para cerciorarme de que seguía vivo y, como no podía ser de otra manera tratándose de un francés intelectual, mi nuevo amigo se hallaba enfrascado en la lectura de un libro de considerables proporciones.

— ¿Es interesante el libro? — inquirí, esbozando una media sonrisa de lo más forzada, en un intento por parecer amable. Quizá, si fingía ser normal, el franchute se convenciera de que no necesitaba ver a ningún médico y me llevaría a casa…
           
Mi nuevo amigo alzó la vista del libro y clavó su fría mirada turquesa en la mía con dureza. Tragué saliva, intimidada por el aura de autoridad e inteligencia que desprendían sus ojos. No, definitivamente no iba a ser tarea fácil engañar a ese tipo.
           
— Es un libro de poemas, Les fleurs du mal de Charles Baudelaire. ¿Le suena a usted, querida?

La forma en que su empalagoso acento se reafirmó cuando pronunció desdeñosamente la palabra “querida” hizo que me entraran unos deseos irrefrenables de arrancarle aquel librejo de sus presuntuosas manos para después machacarle la cabeza con él. ¿Pero quién se había creído que era ese petimetre desgraciado para tratarme de aquella manera tan insultante? Es cierto que yo no era más que una camera con tendencias suicidas, y ahora también homicidas, pero eso no le daba ningún derecho a tildarme de ignorante.  

— Sí, creo recordar que nos hablaron de él en primero de carrera — repliqué, tal vez con más brusquedad de la que pretendía —. Es lo que tiene estudiar filología, ¿sabe usted, querido?    
           
El franchute se quedó literalmente sin habla. Quizá se le habían acabado los vocablos rebuscados o las florituras gabachas, o a lo mejor simplemente se había dado cuenta de que se había metido con la alemana equivocada.
           
— Discúlpeme, señorita — repuso finalmente, visiblemente avergonzado —. No pretendía ofenderla con mis palabras.
           
“Si no quiere ofenderme, entonces cierre el pico de una puta vez”.
           
— No me ha ofendido... Bueno, sí. ¿Sabe? No puede ir usted por la vida mirando a los demás por encima del hombro. No sé cómo serán las cosas en su tierra, pero en este pueblo al primer pijo que nos mira mal le cortamos los… Bueno… Usted ya me entiende.
           
— Sí, créame que la entiendo perfectamente, señorita — respondió, visiblemente afectado por mi respuesta, al tiempo que cerraba el libro de golpe y lo dejaba reposar sobre sus rodillas —. Anoche mismo fui objeto de una de esas salvajadas autóctonas a las que usted acaba de hacer referencia.
           
Mierda.
           
— Un gigante melenudo me manchó mi camisa de quinientos dólares con su sucia cerveza de garrafón y ni siquiera me pidió disculpas. El muy imbécil incluso se atrevió a llamarme por mi nombre de pila, cuando lo más educado es dirigirse a una persona a la que no se conoce tratándola de usted.
           
Mierda otra vez.
           
— El altercado se produjo precisamente en el bar donde usted trabaja, ¿sabe? Puede incluso que se haya cruzado con él en alguna ocasión. Es un hombre alto y corpulento, con una melena rubia desgreñada.
           
— No... no me suena... haberlo visto... nunca por el… el bar, señor.
           
¡Joder! ¿Es que el imbécil de Hans no era capaz de tomarse una noche de descanso? ¿Tenía que pegarse con todos los gilipollas que se le cruzaban por el camino?
           
— Mejor para usted, señorita — replicó con una sonrisa complacida —. No es bueno para una distinguida dama mezclarse con según qué tipo de gentuza.
           
Ahora resultaba que yo era una dama distinguida… Quizá ese franchute no era tan gilipollas como Hans se empeñaba en afirmar…
           
— Y dígame, ¿qué filología está usted estudiando? — inquirió un momento después, sin poder ocultar la curiosidad que lo embargaba — ¿Inglesa, alemana…?
           
Me aclaré la garganta antes de contestar. Por extraño que parezca, una inexplicable timidez me había invadido de repente, agarrotando los músculos de mi cuerpo. Como siempre que los nervios me paralizaban, entrelacé los dedos de mis manos con fuerza, tratando de hallar en ese gesto al menos un ápice de seguridad.
           
— Bueno, yo… Ya no estoy estudiando. Quiero decir, empecé a estudiar filología alemana hace tres años, quería dar clases de alemán en algún instituto o academia del pueblo para poder ayudar a mi familia con las facturas, la hipoteca y esas cosas, ya sabe — “o quizá no lo sepa”, me recordé. “Quizá sus papás le pagaron la universidad, los sobresalientes, la casa, la ropa que lleva, el trabajo que ahora desempeña…” —. Pero hace aproximadamente un año y medio a mi padre le… — me detuve en seco, no podía seguir.
           
— ¿Sí, querida?
           
Mi padre. Hacía meses que había muerto. Yo no había estado presente cuando cruzó al otro lado. Y ahora, la persona con la que había estado mientras él se retorcía de dolor en aquella fría cama de hospital, tratando en vano de luchar contra su cáncer terminal, tampoco estaba ya. Todos los que me importaban acababan muriendo. Ni siquiera podía apelar a una madre amorosa y comprensiva que me susurrara aquellas palabras mágicas al oído: “todo va a salir bien”. Pero, bien mirado, aquello tampoco importaba ya. Después de todo, aquellas palabras estaban tan vacías como un pozo seco en medio del desierto.
           
— ¿Señorita, se encuentra usted bien? — inquirió el franchute, su rostro torcido en una mueca de preocupación. Llevó su mano derecha hasta uno de los bolsillos de su elegante chaqueta, del que sacó un pañuelo de tela que después me tendió. Me quedé mirándolo sin comprender su gesto, por lo cual explicó —: Está llorando, señorita. Debe usted saber que no era mi intención ponerla triste.
           
— Oh, no, por favor — me apresuré a replicar sintiendo cómo, efectivamente, las lágrimas comenzaban a bañar mi rostro y el llanto a ahogar mi voz —. Usted no tiene la culpa de nada. Es sólo que… Bueno, toda esta historia me trae malos recuerdos.

— Comprendo — respondió él, al tiempo que se inclinaba hacia mí y comenzaba a enjugarme las lágrimas con suma delicadeza. Y, ciertamente, parecía comprender la situación de verdad.

— ¿Usted también perdió a alguien? — me aventuré a preguntar con timidez. Sus manos se detuvieron súbitamente durante unos segundos, que a mí me parecieron horas interminables. Después, como si de una autómata se tratase, apartó sus manos súbitamente de mi rostro y regresó a su posición original, sentado con estudiada corrección en aquella rígida silla de hospital

— Sí — dijo finalmente —. Yo también perdí a alguien.


Dani
La fresca brisa otoñal golpeaba mi rostro con una furia inusitada. Por supuesto, uno nunca podía tener frío viviendo en California. No importaba en qué estación del año te hallaras, siempre hacía un calor de la hostia pues California summer never ends, pero aquel día se respiraba al menos una temperatura agradable.
           
A Hans y a mí no nos había costado demasiado trabajo averiguar dónde vivía el gabacho. Algunos amigos de Rob, cansados de las impertinencias y las ínfulas de divo que se gastaba aquel tipo, nos habían dado gustosos toda la información que tenían sobre él. Seguramente, si le partíamos la boca y lo dejábamos con el habla incapacitada la humanidad nos lo agradecería.
           
Nos dirigimos al aparcamiento del bar a recoger nuestras motos. Él estaba feliz porque iba a vengarse de aquel gabacho gilipollas y yo, pletórico porque por fin podría dar rienda suelta a toda la adrenalina acumulada a lo largo de la semana. 
           
Me subí a mi Chopper Honda Magna negra del 82 dispuesto a comerme el mundo. El rugido de mi pequeña me transportó directamente al séptimo cielo. Quizá vivir en California tenía sus ventajas después de todo. Quizá, la vida de motero no era tan sacrificada como pensaba. Era innegable que tenía sus compensaciones…
           
… Lo que no sabía entonces es que aquellas compensaciones podían tener unas nefastas consecuencias…


Armand
           
Please, come in and make yourself at home.
           
El inglés nunca había sido un idioma que me atrajera excesivamente. De hecho, prefería de lejos el italiano o el ruso, pero, estando en Estados Unidos, mi única opción era tragarme mis prejuicios y explotar mi lado más cosmopolita.

Thanks, Armand — replicó la damisela alemana con una tímida sonrisa pintada en su rostro, antes de decidirse a entrar en mi piso. Cerré la puerta tras ella y dejé las llaves sobre el mueble del recibidor. Aquel frío insoportable seguía instalado en mi cuerpo, azotándome con fuerza en el estómago, y aquella incómoda sensación estaba empezando a preocuparme.   

Iuta, como me había pedido que la llamara mientras estábamos en el hospital, se había sentado en el sofá del salón, con la mirada perdida y los dedos de las manos entrelazados con fuerza. Estaba nerviosa porque se encontraba en casa de un completo desconocido. Un desconocido con el que jamás se habría cruzado si no hubiese intentado suicidarse.
           
— ¿Se encuentra bien, Iuta?

Ella asintió levemente con la cabeza, pero sin volver su rostro hacia el mío. Seguramente todavía se sentía un poco cohibida en mi presencia, cosa que no podía reprocharle.
           
— ¿Le apetece algo de beber?
           
— Un vaso de agua estaría bien — replicó en voz tan baja que casi tuve que esforzarme para poder escucharla.
           
— En seguida se lo traigo. Yo me tomaré una cerveza.
           
Me dirigí a la cocina para traer las bebidas mientras consideraba todos los sucesos que habían tenido lugar aquel día. Primero, aquel frío helado que no había abandonado mi cuerpo en todo el día y cuya procedencia me era totalmente desconocida. Después me encontraba a esa chica en el baño de aquel bareto para roqueros borrachos que estaba tratando de suicidarse. La situación se había torcido de tal forma que había tenido que cancelar la cita con mi cliente para poder ocuparme de ella como era debido. Aunque, y aquello era lo más perturbador de todo el asunto, no me había importado lo más mínimo desatender mis obligaciones para cuidar de ella. Los ojos de aquella muchacha me decían que era un ser puro e inocente que sólo necesitaba algo de comprensión y cariño.

Mi instinto de abogado me advertía de que tal vez me estaba implicando demasiado en ese “caso”. Ni siquiera debería haberla acompañado a la habitación de su hermana cuando me lo pidió. Debería haberme desentendido del tema en cuanto supe que tenía una familia, que no estaba sola en el mundo. Pero el estúpido sentido de la responsabilidad y mi “caballerosidad gabacha”, por usar la terminología de Rob, me habían obligado a entrar en aquella habitación de hospital, a presentarme a todos los allí presentes como “el amigo francés de Iuta” y a preocuparme gentilmente por la salud de la enferma. Sí, sin duda mi tremenda estupidez me había obligado a meterme en un jardín del que ahora me iba a ser muy difícil salir.

Por supuesto, Iuta me había pedido que durante nuestra estancia en la habitación de su hermana no hiciese ningún tipo de referencia a la forma en que habíamos tenido de conocernos. No había necesidad, me dijo, de que su hermana se enterara nunca de que había tratado de quitarse la vida. Aquella muchacha ya tenía bastante con sus propias desgracias personales.

Su hermano, sin embargo, era otro cantar. La psicóloga que la había atendido después de que los médicos la reconocieran le había aconsejado que hablara con él en cuanto llegara a casa. Según ella, el apoyo familiar en estos casos era algo imprescindible para garantizar una completa recuperación. Bueno, si ella, una psicóloga titulada y con experiencia, afirmaba tal cosa, yo no era quien para discutírsela.

Puse la jarra de agua fresca, el botellín de Heineken y dos vasos sobre una pequeña bandeja para facilitar su transporte. Pensé que Iuta tal vez podría tener hambre, por lo que saqué de uno de los armarios superiores una caja de galletitas de chocolate que había comprado en el supermercado el día anterior.

Cargando con todo ello me dirigí de vuelta al salón, donde Iuta se había levantado del sofá y se entretenía cotilleando las fotos que tenía repartidas sobre el mueble de la televisión. Cuando me oyó entrar se giró súbitamente en mi dirección, como pidiéndome disculpas por curiosear entre mis cosas. Yo esbocé una media sonrisa en respuesta, dándole así a entender que no tenía importancia. Dejé los víveres sobre la mesita del café y le hice un gesto con la mano para que se sentara de nuevo en el sofá mientras yo hacia lo propio.

— Ha sido muy amable al dejar que me quede aquí durante un rato. Todavía no me siento capaz de enfrentar a mi hermano después de… — se cortó de repente, sintiéndose incapaz de continuar. En las pocas horas que había pasado con ella ya había utilizado aquella técnica dos veces para evitar una conversación incómoda: dejar sus enunciados inconclusos.

— Comprendo — repuse, para dar por finalizada la conversación.

Le serví un poco de agua en el vaso mientras ella comenzaba a mordisquear una galleta. Durante unos minutos, la habitación fue inundada por un silencio sepulcral, únicamente roto por el sonido de nuestros dientes al masticar. Iuta estaba a punto de hacer algún comentario sobre las galletas cuando llamaron al timbre de la puerta.

— ¿Espera a alguien? — preguntó, al tiempo que su rostro se teñía con una mueca de decepción.

— No — repliqué mientras me levantaba del sofá —. Voy a ver quién es.

Enfilé por el pasillo que llevaba hasta la puerta de entrada preguntándome quién podría ser. En todo el tiempo que llevaba en California las únicas visitas que había recibido eran las de Rob y éste nunca se presentaba por sorpresa. Claro que, sin duda, la sorpresa me la llevé yo cuando fui a abrir la puerta.

Ante mí se hallaban dos de esos sucios y apestosos roqueros-moteros que llenaban aquel bar cutre al que Rob había tenido la feliz idea de llevarme la noche anterior. Y me temo que no eran dos roqueros cualesquiera. Uno de ellos era el rubio melenudo al que le había dado su merecido.

— Dile a mi hermana que salga ahora mismo, gabacho, y nadie saldrá herido — escupió, destilando veneno en cada una de sus palabras.

Aquello me dejó completamente descolocado. ¿Su hermana? ¿No sería…? No, no podía ser cierto. Iuta era una señorita y él…

— ¿Es que eres sordo, gilipollas? — inquirió su compañero, un tipo unos centímetros más bajo que Hans, de complexión atlética y, para mi total asombro, con el pelo tan corto como el mío. Vestía con la ropa típica de motero: chaqueta de cuero cutre y desgastada, una vieja camiseta de un grupo español del que Rob me había hablado a veces, Barón Rojo, y unos pantalones negros del mismo material que la chaqueta. Aquellos dos eran como la noche y el día, y al mismo tiempo parecían estar sincronizados el uno con el otro a la perfección.

— No sé de qué coño me hablas — respondí, igualando su lenguaje callejero.

Aquello pareció cabrear aún más al rubio, que apretó los puños y torció el gesto en una mueca amenazante. O más bien, lo que él consideraba que era amenazante.

— ¿Tú te crees que yo soy imbécil, verdad, franchute de mierda?

“Qué insulto tan original”, pensé para mis adentros.

— Sé que te estás tirando a mi hermana — y después, a voz en grito, comenzó a llamarla —: ¡Iuta! ¡Iuta! ¡Ven aquí ahora mismo!

“De modo que es cierto. Es hermana de este animal. Ahora entiendo por qué no quería volver a casa y enfrentarse a él”.

— Yo no me estoy tirando a tu hermana, retrasado. Y aunque lo estuviera haciendo, ése no sería asunto tuyo. Tu hermana ya es mayorcita y puede follarse a quien le dé la real gana.

Sin duda, ninguno de aquellos dos delincuentes vestidos de cuero se esperaba una respuesta así por mi parte. El de cabello más oscuro, sin embargo, tardó menos en sobreponerse de su sobrecogimiento y avanzó un paso hacia mí, mirándome directamente a los ojos ya que éramos de más o menos la misma estatura.

— Colega, deberías cerrar esa boca de marica que tienes si no quieres que te la reviente de un puñetazo.

La adrenalina comenzó a correr por mis venas a una velocidad de vértigo, extendiéndose por todo mi cuerpo, instándome a plantarles cara a esos capullos, aun a sabiendas de que siendo dos contra uno tenía todas las de perder. Fue en ese preciso instante cuando Iuta hizo su aparición estelar.

— Hans, Dani, ¿qué coño estáis haciendo aquí? — inquirió, la ira impregnando completamente su voz.

Su hermano la recorrió con una mirada que destilaba cólera contenida y asco a un tiempo antes de contestar:

— ¿No podías tirarte a ningún otro tío en esta ciudad, verdad? ¿Tenías que acostarte precisamente con este gilipollas?

— ¡¿Qué?! ¡Armand y yo no nos hemos acostado, maldito imbécil!

— Es lo que estaba tratando de explicarle a tu hermano — me apresuré a añadir.

— Cierra el pico, Ken Malibú — volvió a amenazarme el otro —, que aún saldrás perdiendo.

— Hans, sabía que sólo te quedaba una neurona con vida y que encima te funcionaba sólo a tiempo parcial, pero esto ya es demasiado.

— Me parece que deberíais iros de mi casa ahora mismo — exclamé, dirigiéndome a los dos “hombres de negro”.

— A mí no me da órdenes un marica con acento gabacho.

— Hans, este hombre me ha salvado la vida, ¡lo menos que podrías hacer es tratarlo con un mínimo de respeto! — gritó Iuta fuera de sí.

— ¿Salvarte la vida? ¿Así es como denomina ahora la gente a echar un polvo?

— ¡Que no nos hemos acostado, joder!

Aquella situación se estaba descontrolando por momentos y el acompañante del rubio, el tal Dani, cada vez se iba poniendo más nervioso y frenético. En mis años de experiencia como abogado había visto muchos casos como el suyo: jóvenes que eran una auténtica bomba de relojería a punto de estallar.

— No lo repetiré más veces: o se van de mi casa o llamo a la policía.

Aquello pareció ser el detonante que aquel muchacho debía llevar horas esperando encontrar. Sin mediar palabra, alzó su puño derecho en mi dirección, de forma que éste fue a impactar directamente sobre mi cara. El golpe me hizo trastabillar hacia atrás, haciendo que me estampara contra la pared que había tras de mí. Iuta comenzó a gritar incoherencias, mientras que el tal Dani no dejaba de golpearme.

Traté de defenderme de sus ataques, pero fue inútil. Apenas era vagamente consciente de los gritos de Iuta y los forcejeos de Hans tratando de obligar a esa bestia a detenerse. El animal que residía en el interior de aquel muchacho parecía no tener nunca suficiente.   
           
Pero aquella agonía no duró mucho más. Justo cuando estaba a punto de hundirme en los brumosos confines de la inconsciencia, el sonido inconfundible de la porcelana al romperse en mil pedazos me obligó a aferrarme de nuevo a la realidad que estaba viviendo. Iuta acababa de romperle a Dani el jarrón de la entrada en la cabeza. Un jarrón que mi madre me había regalado diez años atrás, unos meses antes de morir, y que estaba valorado en más de dos mil dólares.


Leonard
La madre de Johnny no había sido del todo desagradable conmigo y Angela, si bien se encontraba todavía muy débil y alicaída, había sido la única en aquella habitación que se había esforzado por tratarme con el mismo cariño que antaño. Nadie parecía ser capaz de pasar por alto los errores que había cometido y, muy a pesar mío y de todos los que me rodeaban, seguía cometiendo.

Me senté en uno de los escalones de la entrada del hospital con el objetivo de descansar y despejar un poco la mente. Aquella semana estaba resultando ser más dura de lo que me había imaginado. Úrsula me había aceptado a regañadientes en su casa y su mirada decía a las claras, “una cagada más y te echaré de mi casa como el sucio perro pulgoso que eres”. Lo que me preguntaba era por qué no lo había hecho todavía. ¿Acaso no había tocado ya fondo?

Apoyé los codos sobre mis rodillas para después enterrar las manos en mi pelo, siendo vagamente consciente de que en aquellos momentos mi aspecto debía ser el de un pringado derrotado y hundido en la miseria. ¿Cómo había podido ser tan estúpido? Unos meses atrás lo había tenido todo: novia, amigos, una casa, un grupo a punto de firmar con una importante discográfica… Y ahora todo se había ido a la mierda. Bueno, no todo. La discográfica todavía no se había cansado de nosotros. Pero “todavía” era una palabra demasiado imprecisa. En cualquier momento esos cabrones podrían cambiar de opinión si resultaba que el disco que estábamos grabando no daba los frutos que esperaban. Y entre los cuatro miembros del grupo ya la habíamos cagado bastante.

La campana de una iglesia cercana comenzó a repicar, anunciando que eran ya las siete y media. Qué rápido pasa el tiempo a veces. Sobre todo cuando la autocompasión te consume, reduciéndote a un montón de ruinas y cenizas. Sin duda te hace perder la noción del tiempo.
           
Haciendo lo que a mí me pareció un esfuerzo sobrehumano, me levanté de aquellos escalones y eché a andar calle abajo, zambulléndome entre el tumulto de viandantes que tomaban las calles a esas horas, algunos de vuelta a casa, dando el día por finalizado, mientras que para otros éste no había hecho más que empezar. En cuanto a mí, había dejado de importarme lo que el día pudiera ofrecerme.
           
Rebusqué en el bolsillo trasero de los vaqueros hasta dar con el billete de veinte dólares que había escondido en él. No en vano aquellos pantalones eran de Tom, de lo contrario no habría en ellos ni un triste centavo. Esperaba que ese dinero fuera suficiente para poder pagarme una cena decente en algún bar cercano. Por supuesto, aquella noche volvería a cenar solo. Úrsula no tenía que abrir la boca para dejarme claro que no era bien recibido en su mesa. Y lo cierto es que no podía reprocharle su actitud.
           
Vislumbré al fondo de la calle una pequeña cafetería en la que a veces desayunábamos Tom y yo. Si mal no recordaba allí vendían bocadillos y sándwiches a un módico precio y el café, si bien no era Ambrosía divina, tampoco sabía a disolvente industrial, lo que lo convertía en un sitio aceptable para cenar.
           
Eché a andar pues en esa dirección, sin ser consciente de que alguien venía siguiéndome por detrás. De hecho, si hubiera sido mínimamente inteligente me habría dado cuenta de que desde mi salida del hospital habían estado vigilando hasta el último de mis pasos, pero estaba tan absorto en mí mismo que pasé ese detalle por alto. Y fue precisamente ese descuido por mi parte lo que me sentenció.
           
Primero se oyó el disparo. Nunca en toda mi vida había atravesado mi oído un sonido tan limpio y certero como aquél. Le siguieron los gritos desgarrados de aquellas mujeres sin rostro que se encontraban caminando cerca de mí. Sentí mi carne desgarrarse y después aquel líquido brotar de mi pecho, como si de una fuente se tratase. Caí al suelo de rodillas, incapaz de mantenerme en pie por más tiempo. La vista se me empezó a nublar, de forma que los objetos y las personas que me rodeaban comenzaron a desdibujarse en mi mente. Y fue entonces, antes de que los ojos se me cerraran, cuando inundó mis fosas nasales aquel insoportable olor metálico. El inconfundible olor de la vida. Estaba desangrándome.

10 comentarios:

  1. ¡Dios! No puede ser que hayan disparado a Leo, ¿quien coño a sido? ¿Diana?
    Se que Leo ha estado un poco perdido últimamente pero no puede quedar esto así...
    Dime, por favor, que no le va a pasar nada malo.

    Por otra parte, me gusta mucho como es el franchute, aunque sea un pijo sin remedio y todo eso, parece buen tío, así que espero que solo quede en una paliza xD Y espero que luta vuelva a verle, aunque sea para pedirle perdón xD

    Espero con muchísima ansia el siguiente.

    PD; no me puedo creer que sea la primera.


    Un besazo.

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  2. ¡Por fin FFR! ^.^ Y mi opinión es...

    ¿Leo? ¿LEO MUERTO? Bueno, todavía no lo está, pero ¿Leo con un tiro en el pecho? Que a todos nos cae mal, Athenea, pero no es para tanto T.T XDD Pobret, veamos si se nos muere o no... (por favor, que no...).
    La parte de Iuta y el franchute me ha encantado, excepto el final, pobre Armand... ese jarrón... Y, por cierto, Hans y Dani me caen fatal (que no Kapy, eh, solo digo el personaje XDD), no saben respetar a los franceses con educación exquisita.
    Me ha encantado el capi. Me ha encantado el punto de vista de Iuta al principio, le ha dado un toque perfecto.
    ¡Ah!, y te he visto dos fallos de ortografía, pero ahora no las encuentro; creo que una era "quién" sin tilde, pero no estoy segura.
    Un beso. (:

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  3. Te juro que no soporto al fanchute. T.T En serio, le tengo una tirria que no es normal. No voy a volverte a explicar el porqué, porque ya te lo he dicho muchas veces, así que ahí lo dejo. x)

    El capítulo (y siento decirlo) se me ha hecho un poco pesado hasta que he llegado a la parte en la que Dani le pega una paliza al franchute, jajaja. Supongo que la pesadez se debe a que aborrezco con todo mi ser al gabacho, nada más.

    ¿¡Te has cargado a nuestro pelirrojo!? :O ¿¡Cómo has podido!? xD Athenea, está claro que Leo se ha convertido en un completo gilipollas, pero... ¡era pelirrojo! (Bueno, siempre nos quedará Max, jajaja).

    Espero el siguiente capítulo. :)

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  4. Mi parte mola, sobre todo lo de la moto jajaja en cuanto a lo del francés, soy mas frío, le habría dado una hostia antes de preguntar jajaja y no habría hablado tanto, no puedes matar a Leo, sin el no tiene sentido. Bueno, a ver si en el siguiente capítulo haces que algun personaje diga que he muerto o algo, chao

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  5. Empecemos, me parece a mi que iuta se siente más cómoda con un desconocido que con su propia familia, eso no es buena señal y solocreará más conflicto.

    Que Hans piense que Iuta (siendo lesbiana) se ha tirado al franchute es de muy mal pensados XDD Todos sabemos de la adversión que sienten las lesbianasa al sexo con hombres XDD Y lo del jarrón... qué triste. Osea que la persona que perdió Armand era a su madre, ¿no? lástima.

    Sobre Leo creo recordar un capítulo (o trozo mejor dicho) escrito en inglés en el que Vick atentaba contra Leo. ¿Tiene algo que ver con esto?Hum... es very interesting XDD Ya ha vuelto a captar mi atención Leo y eso que no me cae muy bien que digamos XDD

    P.D: Muy bueno lo de "Dani puños sueltos" seguro que Armand va a necesitar algo más que hielo XDD Un besote enorme y ya se echaba de menos a los rockeros más pirados de California =D

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  6. Vamos a ver, creo que acabo de darme cuenta y estoy tonta o lo que sea xD. ¿Es Iuta o Luta?! jaja
    Luego, vaya con el franchute, ya me cae bien *-* Qué pena lo de que perdió a su madre y va Luta y se carga el jarrón ese u.u aunque ha evitado que el otro ya lo matara.

    Bueno bueno bueno, ¿vas a matarnos a Leo también? Espero que no, porque chica, esto ya es que sería increíble xD ¿Habrá sido Diana? Hum no se xD

    No te preocupes por la falta de capítulos, es más que comprensible :)
    Espero en cuanto puedas otro capítulo, nos has dejado en ascuas sobre si morirá o no Leo.

    ¡Un beso!

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  7. Sabía yo que el par de criaturicas tenáin que liarla de alguna manera. Definitivamente Hans no cambia, es de esos tíos que piensan de una manera y no esperes que piensen a fondo. Lo que no me esperaba es que fuera Kapy el que le sagudiese al pobre Armand (Lannister) jejejje. Lo de Leo ya es otro cantar ¿lo vas a matar? Estoy seguro de que nos dejarás con la boca abierta en el siguiente capítulo. Igual viene Víctor a arreglar las cosas (demasiado surrealista me temo).

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  8. Noooo, por muy mal que leo se haya portado ¡¡No puede morir!! ¿Quién demonios ha podido hacer eso? Aunque no sé por que todo me apunta a Diana :// Aish, necesito saber lo que pasa yaa!
    Y en cuanto al francés, me hace gracia eso de que sea tan refinado (no sé por qué) aunque, ha estropeado el momento de ellos dos a solas, la llegada de Hans en plan perro rabioso, con su amigo, en plan perro aún más rabioso xDD Quiero ya el próximo *-* Un beso!

    PD: Por fiiiin, necesitaba ya algo de FFR.

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  9. ¡El francés es un sol! Demasiado rebuscado con esas palabrejas que se gasta el hombre, pero aún así muy tierno y majete :) Iuta necesita un amigo, y él le viene que ni pintado. Y hans es un completo gilipollas, definitivamente.
    Y Leo... bueno, la verdad es que últimamente no me hacía mucha gracia, pero que alguien le dispare es casi demasiado, ¿no? Espero que no muera...
    ¡Tengo ganas del siguiente capítulo YAAAA! A ver si ahora que ya no estamos de exámenes... jejeje un besazooo

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  10. hey aqui de vuelta Naty: me ha encantado como se ha comportado Armand, pero aun no me creo como has podido matar a Leo,quien sera?? espero que no se desangre vivo que sino...la historia sin el no es lo mismo...
    ATT:NATY

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