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"When I hear the music, all my troubles just fade away/ When I hear the music, let it play, let it play",

"Let it Play" by Poison.

sábado, 22 de octubre de 2011

Young Lust.

Bon soir, mes amis!! Hoy os traigo otro relatillo de FFR, en esta ocasión de uno de los personajes más polémicos de la historia, Hans. Bien, os explico: algun@s ya saben que la femme que aparece en este relato no es de mi invención, si no que he tomado prestado el nombre, y algunos elementos de su personalidad de una de las seguidoras de la historia. Ella es Marina, también conocida como Emea en el tuenti, que se presentó voluntaria para protagonizar este relato con este complejo personaje. Lo primero sería darle las gracias a Marina (más que nada porque estos días ando escasa de inspiración y éste ha sido un experimento motivador y muy interesante) y lo segundo que si alguien está interesado en protagonizar algún otro relato con algún personaje de la story, no tiene más que decirlo. Y en fin, eso es todo lo que tenía que decir sobre este relato. Espero que lo disfrutéis tanto como yo al escribirlo. ¡Un besito! :)





La violenta tormenta desgarraba con una furia desmedida el, hasta hacia unas pocas horas, apacible paisaje californiano. Era la forma que tenía el cielo de reafirmar el fin del verano, que por otra parte, no se dejaba sentir con demasiada fuerza en aquel cálido estado al sur de Norteamérica.
           
Aquellas tormentas de verano, que tanto asustaban al perro de mi abuela, haciendo que el pobre animalejo tuviera que esconderse debajo de la cama, se iban de la misma forma en que llegaban: sin avisar, con una celeridad y vehemencia pasmosa. Pronto dejaría de llover, sí, pero yo necesitaba llegar a mi casa antes de que anocheciera, y, estando en mitad de sólo Dios sabe dónde y con el motor de mi coche para el arrastre, aquello no iba a ser tarea fácil.
           
El maldito trasto me había dejado tirada en medio de un barrio residencial de clase media, ni muy lujoso ni muy cutre, en el que no se veía por ninguna parte un taller mecánico. Me recosté cansinamente sobre el asiento de cuero del coche, agradeciendo en silencio el haberle hecho caso a mi madre en el último momento, cuando me aconsejó que no me comprara el descapotable negro.
           
“Si por lo menos pudiera avisar a mamá de que voy a llegar tarde a casa…”. Pero no. Tampoco había ninguna cabina telefónica a la vista.
           
“¡Joder, qué mierda!”, maldije en mi fuero interno. Para una vez que decidía ir a una cena familiar y el coche me dejaba tirada. Mi padre no me lo perdonaría. Aquella cena era demasiado importante para él porque suponía el fin a años de no hablarse con mi tío. La familia unida de nuevo. Y como siempre, yo iba a joder toda aquella empalagosa confraternización. 
           
“¡Qué se jodan!”, estalló la parte resentida de mi mente. “Ellos son los que se han pasado quince años sin hablarse, ¿no? ¡Pues que lo arreglen entre ellos!”.
           
Cerré los ojos con fuerza. Aquello era muy fácil de decir, pero hacerlo era otro cantar. El no asistir a aquella estúpida reunión, unido a todas las “cagadas” que había cometido a lo largo de los años (como fugarme de casa a los dieciséis con mi novio, el porrero; dejarles a mis padres limpia la cuenta bancaria a los diecisiete; pasar varias noches en comisaría por conducir borracha a los dieciocho, y un largo etcétera que seguro ellos no habían olvidado con tanta facilidad como yo) hacía que su ya de por sí frágil confianza en mí, pendiera de un hilo muy fino en esos momentos.
           
Hacía rato ya que las finas gotas de lluvia habían empapado los cristales del coche, empañando mi visión de forma considerable. Aquel ambiente frío y gris que me rodeaba por entero era al mismo tiempo hermoso y desesperante. Porque a pesar de que esa maldita lluvia era un obstáculo en mi camino de vuelta a casa, de alguna forma me reconfortaba tanto, me hacía sentir tan cómoda, que me resultaba imposible odiarla.
           
“Tengo que hacer algo”, apuntó mi voz interior con aire decidido. “Quedarme de brazos cruzados, viendo cómo se va todo a la mierda no es una opción”.
           
Me di cuenta entonces de que mi inútil coche me había dejado justo enfrente de una modesta pero acogedora casa, con un jardín poco cuidado. El tejado era de color azul marino, algo que me encantaba, puesto que nunca he soportado los clásicos tejados de color rojo, con una enorme ventana en forma rectangular, desde la que se podía ver la silueta de un hombre tocando la batería.
           
Decidí que por intentar que ese hombre me ayudara no iba a perder nada. La mayoría de la gente solía no abrirle la puerta de su casa a desconocidos por miedo y desconfianza, pero tal vez el dueño de aquella casa, que tan buenas vibraciones me había transmitido, fuera diferente a los demás.
           
Armándome de valor, abrí la puerta del coche y me apeé de él, sintiendo como la lluvia, que ahora caía con menos fuerza que antes, comenzaba a bañarme impíamente. Me subí hasta el cuello la cremallera de la chupa de cuero y metí las manos en los bolsillos de los pantalones, que eran del mismo tejido.
           
Todavía sin saber muy bien qué iba a decirle a aquel gentil hombre, me armé de valor y subí las escaleras que conducían a la puerta de la imponente casa. Al “natural” era bastante más grande de lo que me había parecido desde el coche. El repiqueteo de la batería me llegaba a través de los tabiques de la casa, con la cadencia rítmica propia de las melodías que se arrancan de tal instrumento.
           
Alcé la mano en dirección al timbre de la puerta y lo toqué dos veces. Esperé unos segundos para percibir algún sonido que me indicara que el dueño iba a bajar para ver quién era su visitante, pero éste no se produjo. Por el contrario, la batería comenzó a sonar de nuevo, con fuerzas renovadas.
           
Toqué al timbre de nuevo, empezando a impacientarme. La lluvia todavía no había amainado y yo ya estaba empapada. Era más que obvio que al día siguiente iba a tener un resfriado de un par de narices, y encima el dueño de la casa no me oía o, más fácilmente, no quería oírme.

Solté un resoplido hastiado antes de comenzar a golpear la puerta con los puños. Ese imbécil era mi última oportunidad para llegar a tiempo a casa y no se iba a librar de mí con tanta facilidad.
           
Finalmente, la batería frenó bruscamente su actividad. Suspiré aliviada. Seguramente ese buen hombre bajaría ahora para ayudarme y todo se solucionaría. No pude evitar esbozar una alegre sonrisa. Todavía quedaba gente buena por el mundo…
           
Unos segundos después, sin embargo, mi teoría se vio reducida a cenizas cuando el músico hizo su aparición en escena.

— ¡¿Se puede saber quién coño eres tú y por qué me interrumpes cuando estoy trabajando?! — me gritó como un energúmeno en cuanto abrió la puerta —  ¡Has roto mi concentración!
           
Fue un acto reflejo. Estaba demasiado cansada por el largo viaje en coche y frustrada porque me había dejado tirada en el último momento, justo cuando más lo necesitaba; estaba congelada, con la lluvia que calaba hasta los huesos y el viento que corría aquellas horas de la tarde, haciendo que me helara de frío… Y luego estaba ese gilipollas que me trataba como no fuera más que un chucho pulgoso al que se pudiera espantar con una patada en el culo.
           
La bofetada fue tan sonora que el eco del golpe se oyó durante algunos segundos después de habérsela dado. El músico se llevó una mano a la cara, justo donde había recibido mi golpe de gracia, y comenzó a frotársela con una mueca de dolor. Esbocé una sonrisa satisfecha. Ese capullo arrogante no volvería a vacilarme otra vez.
           
En lugar de eso, clavó sus ojos claros, tan fríos como el hielo, pero que al mismo tiempo quemaban con la intensidad del mismísimo fuego del infierno, en los míos. Siguiendo un impulso marcado por el orgullo, alcé la barbilla en su dirección, demostrándole así que no me intimidaba lo más mínimo. Y fue entonces cuando pude apreciar que no me hallaba ante un macho cualquiera.
           
Lo cierto es que lo hombres rubios siempre han sido mi perdición, y a aquel músico la blonda cabellera le llegaba hasta media espalda. No era un rubio platino ni excesivamente llamativo, sino de una tonalidad más bien oscura, que en un día gris como aquél, casi parecía castaño claro.
           
Pero lo que verdaderamente me atrajo de él fue la masculinidad manifiesta que exudaba cada poro de su piel. Debía sobrepasar el metro noventa, haciendo que yo no pareciera más que una chiquilla a su lado. Su fuerte musculatura, no demasiado desarrollada ni artificial, sino más bien fruto de una buena genética vikinga, remataban aquel apetitoso cuerpo masculino, haciendo que la boca se me hiciese agua…
           
“El vikingo” pareció darse cuenta de que me lo estaba comiendo con la mirada porque, alzando una de sus rubias y tupidas cejas, preguntó:
           
— ¿Te gustaría pasar? Sería muy desconsiderado de mi parte dejarte ahí fuera con la que está cayendo.
           
Yo asentí con una sonrisa pícara, antes de entrar en la casa. Él cerró la puerta con pestillo tras de mí, mientras yo recorría el largo pasillo que llevaba hasta el salón, en el que descansaba un hermoso piano de cola.
           
Me senté en el sofá después de haberme quitado la empapada chaqueta de cuero. No pasé por alto que justo en ese momento, su mirada se clavó de lleno en mis pechos.
           
— Debo disculparme por mi conducta de antes — comenzó a decir, al tiempo que se sentaba a mi lado en el sofá —. Es que no me gusta nada que me interrumpan mientras… estoy haciendo… algo… importante.
           
Su ardiente mirada me estaba recorriendo de pies a cabeza sin pudor alguno. Pero claro, ¿desde cuándo los vikingos sentían pudor o vergüenza? Ellos tomaban lo que deseaban, sin vacilaciones, sin remordimientos.
           
— Yo también tengo que disculparme. No debería haberte golpeado...
           
— Me lo merecía — replicó en un susurro, mientras colocaba sobre mi muslo una de sus enormes manos —. A veces no sé cómo tratar a la gente y no mido mis palabras, ¿sabes? — comenzó a acariciarme el muslo en sentido ascendente — Por cierto, me llamo Hans.
           
La lasciva sonrisa que se dibujó entonces en sus labios me robó el aliento. Era obvio lo que ese hombre quería de mí, y yo estaba más que dispuesta a dárselo.
           
— Yo me llamo Marina — repliqué con una sonrisa forzada.
           
— Umm, Marina — gimió, al tiempo que cerraba los ojos con fuerza, como si mi nombre fuera un delicioso pastel de chocolate y él quisiera saborear hasta el último trozo —. Realmente precioso.
           
No había sido consciente hasta ese momento de su estridente forma de pronunciar la letra “r”. Reparé de nuevo en su cabello dorado, en su piel bronceada, en sus ojos claros… Incluso su nombre, Hans, debería haberme dado antes la pista de que el hombre que tenía frente a mí era más alemán que las salchichas.
           
“Así que al final va a resultar que es vikingo de verdad…”
           
— ¿Ocurre algo? — preguntó curioso.
           
Yo negué con la cabeza mientras colocaba mi mano sobre la suya, instándole así a que profundizara su caricia. Hans esbozó una sonrisa malévola, antes de inclinar su rostro hacia el mío peligrosamente.
           
Se me cortó la respiración en cuanto sus labios apresaron a los míos en un beso violento y voraz. Sus dientes comenzaron a mordisquear mis labios de forma juguetona pero exigente antes de que su mano libre fuera a parar directamente sobre mi pecho izquierdo. Dejé que me acariciara a su voluntad, mientras yo me perdía en la oscura vorágine de aquel beso posesivo y desasosegado.
           
Cuando sus labios se despegaron de los míos, un sutil aroma metálico inundó mis fosas nasales, haciéndome comprender que ese cabrón me había hecho sangre en el labio inferior. No obstante, la indignación me abandonó con la misma rapidez con que había hecho acto de presencia, en cuanto el vikingo puso sus expertas manos sobre mi cuerpo otra vez.
           
Me arrancó la camiseta con toda la fuerza de sus manos, de forma que ésta quedó hecha jirones sobre el suelo del salón. Estaba a punto de gritarle o golpearle de nuevo, cuando enterró su rostro entre mis pechos, para después desatarme el sujetador con los dientes. Su lengua se dedicó entonces a recorrer mis pechos, mientras sus manos me bajaban la cremallera de los pantalones.
           
Solté un gemido de absoluto placer que le arrancó una risita complacida. Arqueé la espalda para profundizar sus caricias, mientras que mis manos se enterraron en su magnífica melena, acariciándola, instándole a que incrementara sus mimos.
           
En cuanto mis pantalones y el resto de mi ropa interior fueron a parar junto a lo que antaño había sido mi camiseta favorita, decidí que era ya hora de pasar a la acción. Su camisa no estuvo durante mucho más tiempo sobre su cuerpo, aunque yo no tenía tanta fuerza como él para masacrarla. Me limité a quitársela, para después hacer lo propio con sus pantalones de cuero, que ocultaban un picante secreto: Hans no llevaba ropa interior.

Aquel descubrimiento me encendió hasta tal punto que de un suave empujón lo tumbé sobre el sofá, para después colocarme a horcajadas sobre su estrecha cintura. Sus juguetonas manos se posaron sobre mis nalgas, mientras su mirada anhelante seguía sobre mis pechos. Una sonrisa pícara se dibujó en mi rostro antes de que me inclinara sobre su cuerpo y comenzara a mordisquear sus pezones con una oscura hambre carcomiéndome las entrañas.
           
Un gemido gutural escapó de sus labios antes de que me alzara por las caderas casi sin esfuerzo aparente y me colocara sobre su excitado sexo. Sin embargo, justo cuando estaba a punto de penetrarme, pareció recordar algo de capital importancia, pues se detuvo en el acto.
           
— Los preservativos — explicó, al ver la confusión escrita en mi rostro.
           
— No te preocupes por eso — repliqué con voz jadeante, con mi cuerpo temblando por el deseo y la excitación —. Tomo la píldora y no tengo ninguna enfermedad venérea.
           
En esta ocasión fue su rostro el que quedó cubierto por la más absoluta confusión.
           
— ¿Y qué te hace pensar que yo no la tengo?
           
— Sé que no. Tus ojos me dicen que eres un hombre sano y responsable. Y tu cuerpo confirma esa teoría — añadí, recorriendo su torso desnudo con mis manos.
           
— No deberías fiarte de las apariencias — susurró, esbozando una media sonrisa de diablo pervertido.
           
— Cállate de una vez y hazme el amor — le pedí, con voz casi desesperada. No era mi estilo tener que suplicarle a un hombre por un buen polvo, pero al parecer, a Hans le gustaba ejercer de macho dominante.
           
Una divertida carcajada escapó de sus labios ante mi demanda, justo antes de que me agarrara con fuerza por las caderas, obligándome así a descender sobre su cuerpo, de forma que su sexo me penetró por fin, arrancándome un grito desgarrado de profundo placer.
           
Comencé a moverme sobre él con un frenesí hasta ahora desconocido para mí. Sus ojos claros se cruzaron con los míos, hipnotizándome con su fortaleza vikinga, mientras que sus manos seguían las sensuales ondulaciones de mis caderas, acariciándolas, instándolas a ir más deprisa.
           
Nos corrimos casi al mismo tiempo, siendo conscientes ambos de que aquélla había sido quizás la mejor experiencia sexual de nuestras vidas y de que no volvería a repetirse jamás, porque probablemente no volviéramos a vernos nunca más.

Con ese pensamiento carcomiéndome por dentro, me recosté sobre él, colocando mi cabeza sobre su fornido pecho, con un sabor agridulce en mis labios. Lo abracé fuertemente con mis brazos, aferrándome inútilmente a los últimos momentos de que disponíamos. No quería irme de allí, no quería alejarme de él.

La imagen de mi padre apareció de repente en mi conciencia, haciendo que mi estómago diera un brusco vuelco. Definitivamente la cena-reunión iba a tener que celebrarse sin mí. Lo cual significaba, por otra parte, que Hans y yo disponíamos de unas cuantas horas más para despedirnos como Dios manda…

4 comentarios:

  1. Vaya, después de tanto tiempo soy el primero en comentar, han tenido que pasar siglos para que esto pase. En fin que te puedo decir mola esa tremenda pasión que ha surgido entre los dos y me ha molado más la ostia que le a cascao ella. Con lo del relato espero impaciente eso que ya hemos hablado.

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  2. Ha estado muy bien, aunque me ha parecido muy precipitada la escena del sexo. Pero me ha gustado el relato. Espero pacientemente alguno de tus capituos/relatos =D
    Muchos besos.

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  3. Qué pasión XDD No ha estado nada mal pero creo que ha sido todo demasiado rápido. Las descripciones me han encantado =P Y hans.... Grrr solo de imaginarmelo me muero XDDD Pobre Marina, tendrá que comprarse otra camiseta que sustituya a la favorita XDD Un besote y muy guay!!

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  4. Hoy quería leer algo así y sabía de sobra donde buscarlo: en tu blog! Me sorprende no haberme topado con este relato antes, pero tengo que decir que no me has defraudado nada ;) sino más bien al contrario jeje. Yo tambiién lo siento por la camiseta xd. Se me hace raro releer los capítulos de FFR, espero que estés avanzando con todo el trabajo que te has impuesto, que seguro merecerá la pena! Un besazo enoooorme!!

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