¡Muy buenas, my dearies! Después de tantos meses sin subir nada a este blog, hoy he tenido una leve chispa de inspiración y me he decidido a escribir este relatillo. Lo cierto es que no es gran cosa y su argumento no afecta ni revela nada de la trama principal, ya que se sitúa antes de que Victoria llegue a California, pero me apetecía me apetecía mostrar una escena que explicara, al menos en parte, el asco que se tienen Hans, Leonard y compañía. Para los que no lo recordéis, Michael es el batería que abandonó el grupo para casarse con su novia, a la que había dejado embarazada, y que después fue sustituido por Johnny. En cuanto a la corrección de la historia, debo reconocer que no he tenido tiempo ni ganas de tocarla, pero este verano espero avanzar mucho con ella. Espero poder subir más fragmentos y relatos de FFR en breve. Bueno, no me enrollo más. Sólo espero que os guste el relatillo. ¡Un beso!
PD. El relato está narrado por Tom en primera persona.
La botella se había roto en mil
pedazos al impactar contra aquella dura y hueca superfície de carne y huesos.
La insoportable melodía chirriante del cristal al resquebrajarse nos devolvió
bruscamente a la realidad, penetrando a través de la oscura bruma que el
alcohol había tejido pacientemente sobre nosotros. Una rápida mirada en su
dirección me permitió comprobar que el grueso cristal que momentos antes había
contenido el vodka barato que Marty reservaba para los clientes morosos se
había desintegrado, convirtiéndose en diminutos y afilados fragmentos
repartidos caóticamente a su alrededor.
Se había formado una brecha
sangrante en su sien izquierda que, a juzgar por el aspecto descarnado que
presentaba, seguramente necesitaría algo más que un par de puntos. Rob soltó
una risotada muy poco cortés mientras observaba la escena, signo inequívoco de
que aquella noche se había pasado con el tequila. Leonard me dirigió una mirada
cargada de intenciones antes de levantarse de su silla en dirección al “campo
de batalla”. Ni siquiera me esforcé por tratar de detenerlo, el alcohol todavía
ejerciendo sobre mí una influencia paralizante.
— Creo que deberías dejar en paz
a mi amigo.
Cerré los ojos con fuerza,
absorbiendo las palabras del pelirrojo y siendo vagamente consciente de la
amenaza implícita que éstas encerraban. La azul mirada de Michael me atravesó
desde la otra punta de la estancia con una ardiente súplica. No había bebido lo
suficiente como para no entender claramente su ruego, pues éste decía a todas
luces: “larguémonos de aquí”. Se me hizo un nudo en la garganta al contemplar a
mi amigo el batería, despatarrado en el suelo del local, desangrándose y
cubierto de cristales. La voz racional de mi mente me gritaba desde algún
rincón perdido de mi conciencia, instándome a que me levantara, pero el entumecimiento en el que se hallaba sumido mi cuerpo
no me abandonó.
— Este cabrón ha dejado preñada a
mi hermana — gruñó el agresor entre dientes, temblando violentamente por la ira
contenida que lo consumía.
— Si dejó preñada a tu hermana
fue porque ella se lo tiró, ¿no? — inquirió Leonard con tono desafiante. A lo
lejos, creí escuchar, como si de un susurro fantasmagórico se tratara, la aguda
voz de Iuta llamando a Marty a gritos. Aquélla no era ni de lejos la primera
pelea que se producía en el local, pero el hecho de que su hermano y su exnovio
estuviesen metidos en el ajo quizá le hizo recurrir a la ayuda de su jefe para terminar
con ésta. El bueno de Marty, siempre haciendo de mediador en peleas de
moteros borrachos.
— Pelirrojo, nadie te ha dado
vela en este entierro, así que ¿por qué no te vas un rato a tomar por culo?
La carcajada histérica de Rob murió en su garganta cuando Hans hizo su aparición en escena. Fue como si en
ese preciso instante los engranajes de nuestra mente volvieran a ponerse en
funcionamiento de golpe. Ambos nos pusimos en pie al mismo tiempo, ignorando
deliberadamente las súplicas de Iuta para que nos detuviéramos. Nunca he sido
capaz de comprender por qué razón ese alemán resentido con la vida tenía el
poder de hacer hervir la sangre en nuestras venas. Quizá fuera su cara de perro
asesino, quizá su nulo sentido del humor. Quizá sencillamente éramos organismos
incompatibles que estaban destinados a darse de hostias.
— Creo que los que deberías iros
a tomar por culo sois tú y la puta de tu hermana — replicó Rob, la ira mezclándose
en su sangre con todo el alcohol ingerido produciendo una mezcla explosiva. El
bar quedó sumido en un silencio sepulcral durante un par de segundos, sin duda
la calma que precede a la más negra de las tempestades. Hans apretó los puños
en un claro signo de amenaza, pero Marty se le adelantó.
— Quiero que todos vosotros
abandonéis ahora mismo mi local.
Su voz no reflejaba rastro alguno
de la ira que nos consumía al resto de nosotros, pero no por ello su tono era
menos firme u hostil. De hecho, aquella férrea calma que lo dominaba nos dejó
claro a todos que su exigencia no dejaba lugar a réplica.
— Esto no va a quedar así —
masculló el alemán, recorriendo a Leonard y a Rob con una mirada envenenada.