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"When I hear the music, all my troubles just fade away/ When I hear the music, let it play, let it play",

"Let it Play" by Poison.

miércoles, 30 de marzo de 2011

Capítulo III: Instinto. (Parte 1)

— ¿Y dices que eres de España? Mi abuelo estuvo allí el año pasado. Quedó maravillado con vuestras playas.
           
Todavía no entendía muy bien por qué ese chico estaba esforzándose tanto en ser amable conmigo, cuando el resto del grupo había optado por pasar de mí, yéndose a otra mesa, con la excusa de que se habían encontrado con unos viejos amigos.  
           
— Bueno… A mí no me gusta demasiado la playa — repliqué, clavando la vista en la coca-cola que tenía ante mí. Tras esto, se hizo un incómodo silencio, que me vi obligada a romper, añadiendo a mi contestación anterior —: Quiero decir, que me gusta más el campo o la ciudad, ya sabes. En la playa hace siempre demasiado calor, y está llena de gente… Es realmente insoportable...
           
— No voy a morderte, ¿sabes? Aunque no es por falta de ganas, por supuesto.
           
Levanté la vista de golpe en cuanto oí aquella afirmación escapar de sus labios. ¿Acababa de decir lo que yo creía que acaba de decir?
           
— Perdona, ¿cómo dices? 
           
— Que me encantaría darte un mordisquito… O varios, tú ya me entiendes. Pero no voy a hacerlo porque eres la sobrina de Marty y me daría una paliza.
           
Aquello me dejó aún más descolocada.
           
— No sé de qué…
           
— Lo que intento decirte, preciosa — replicó, al tiempo que tomaba mi mano entre las suyas —, es que puedes estar completamente relajada en mi presencia. No voy a hacerte preguntas desagradables, ni a echarte cosas raras en la bebida, ni a matarte, descuartizarte y después deshacer tus restos con ácido en la bañera. Soy un tío bastante normal — tras soltar aquella dudosa afirmación, sin embargo, levantó la mano, como queriendo excusarse —. Bastante normal, si obviamos el hecho de que soy bajista de un grupo de heavy metal, y de que los viernes por la noche participo en rituales satánicos con orgías y sacrificios humanos…
           
Yo me quedé mirándolo con estupefacción, ante lo que él se echó a reír.
           
— Es broma, mujer. ¿Acaso tengo yo pinta de ser adorador de Satán?
           
Al hacerme aquella pregunta, no pude evitar fijarme de nuevo en su apariencia. Pantalones de cuero negro. Botas del mismo tejido y color con tachuelas y pinchos. Cabello largo hasta el trasero. Gesto amenazante. Desde luego, no era la viva imagen de la caridad cristiana…
           
Tom se quedó mirándome con una media sonrisa, antes de decirme:
           
— Mejor no contestes.
           
Yo asentí con la cabeza, y aparté la mirada inmediatamente de su rostro. Aquel chico era como mínimo, sumamente rarito. ¡Y lo peor de todo, era que me gustaba que fuera así! Su humor macabro me resultaba muy gracioso. Aunque a pesar de ello, todavía me sentía demasiado cohibida en su presencia cómo para poder siquiera sonreír.
           
— ¿Qué clase de música te gusta, Vicky?
           
Y de nuevo alguien desconocido llamándome Vicky. Y de nuevo, aquel pequeño detalle, no sólo no me molestaba, sino que me hacía sentirme en mi hogar.
           
— No me gusta mucho la música. Aunque debo reconocer que vuestro grupo es muy bueno.
           
Tom soltó una carcajada divertida.
           
— Sí, bueno. Tal vez el grupo sería mejor si Leonard no se pasara cambiando de guitarrista y de batería todo el tiempo…
           
Aquello me recordó a la discusión que habían tenido Iuta y Marty momentos antes. Tom pareció adivinar hacia dónde se habían desviado mis pensamientos, porque en ese momento, soltó:
           
— Hans es un buen batería. Un bocazas y un gilipollas, eso es innegable. Pero también un gran músico. Y te aseguro que si Iuta hubiese accedido a acostarse con Leonard, el pelirrojo no habría tenido inconveniente alguno en pasar por alto la mala ostia que se gasta el alemán de vez en cuando, y de haberlo admitido en el grupo.
           
De nuevo, Tom había conseguido dejarme sin palabras.
           
— Entonces…
           
— Leonard es el que corta el bacalao en el grupo, Vicky. Él decide quién entra y quién sale. No me interpretes mal, Leo es mi mejor amigo. Pero también es innegable que debería aplicarse más a menudo eso de “no mezclar los negocios con el placer”.
           
— ¿Por eso Iuta lo odia tanto?
           
Él asintió con la cabeza.
           
— Desde que empezó a trabajar en el local, Leo no le quita ojo. Le ha insinuado en varias ocasiones que si se acuesta con él, el puesto de batería será para su hermano, pero ella siempre lo ha mandado educadamente a la mierda.
           
Me pregunté entonces cómo se podía mandar “educadamente a la mierda” a otra persona. Sin embargo, me abstuve de preguntárselo a Tom. Seguramente, aquélla no era sino otra de sus gracias.
           
— ¿Y cómo es que eres amigo de un tipo tan gilipollas? — pregunté, incapaz de contenerme. A pesar de que no conocía de nada a Iuta, había sido muy amable conmigo, y no consideraba justo que nadie le faltara el respeto. Además, como mujer, tampoco me parecía tolerable permitir aquella actitud.
           
Tom se quedó mirándome con cara de pocos amigos.
           
— Leo podrá ser un gilipollas, eso es innegable, pero también es mi mejor amigo. Siempre ha estado ahí cuando le he necesitado y nunca me ha dejado en la estacada. Y eso es mucho más de lo que puedo decir de otras personas, entre ellas, mi propia madre. Así que, sí, soy amigo de ese gilipollas, y muy orgulloso de serlo.
           
¿Ahora estaba ofendido? Si hasta hacía un momento había estado echando pestes del pelirrojo. Sí, sin duda aquel bajista estaba más loco de lo que yo pensaba.
           
 — Oye, Vicky — me dijo ahora, algo más relajado —, si te he dicho todo eso sobre Iuta y Leonard es porque me he fijado en cómo le miras, y ese pelirrojo no te conviene para nada.
           
— Creí que habías dicho que era amigo tuyo…
           
— Precisamente porque es amigo mío y le conozco, sé que no te conviene, princesa. No eres su tipo, y aunque lo fueras, después de acostarse contigo se olvidaría de ti. Y no volvería a llamarte. Ni siquiera volvería a mirarte.
           
Yo asentí con la cabeza. Mi madre me había prevenido muchas veces sobre chicos como él, que lo único que buscan es una noche de sexo desenfrenado, y luego, si te he visto no me acuerdo.
           
— No te conozco lo suficiente como para hacer un juicio tan precipitado, pero creo que eres la clase de chica que busca una relación estable. Leonard no puede darte eso, Vicky, así que lo mejor será que te lo saques de la cabeza.
           
Y en la profundidad de sus ojos dorados me pareció que me decía: “Yo sí que puedo darte lo que estás buscando, Vicky”.
           
— ¡¿Dónde está mi hermana?!
           
Aquella estruendosa voz masculina me sacó súbitamente de mis cavilaciones. Tom alzó la vista por encima de mi hombro y maldijo en voz baja.
           
— ¿Qué pasa?  — pregunté preocupada.
           
— Se va a armar una buena.
           
Tom se levantó de la mesa en ese mismo instante, y se dirigió hacia Hans a grandes zancadas.
           
— Iuta se ha ido hace un rato, Hans — le dijo, con el tono más calmado que pudo conseguir. Sin embargo, Hans estaba muy nervioso, casi a punto de explotar.
           
— ¿Se ha ido sin esperarme? — replicó, incrédulo. Cuando estaba enfadado, su acento alemán se hacía más patente — ¿Por qué? ¡¿No habrá vuelto a molestarla ese imbécil, verdad?!
           
El bar entero enmudeció de repente. Al parecer, todo el mundo allí estaba al tanto del mal rollo que existía entre el alemán y el cantante.
           
— Si tienes algún problema conmigo, rubio desteñido, dímelo a la cara — le dijo Leonard, levantándose de su mesa, en el centro del local.
           
Hans soltó una estruendosa carcajada despectiva que a mí me heló la sangre en las venas. Aquello no presagiaba nada bueno.
           
— Por supuesto, hermano — replicó él con sarcasmo —. Yo no tengo ningún problema en decirte a la cara que eres un imbécil.
           
— ¡Chicos, por favor! — les pidió Marty — Ya basta. Comportaos como personas civilizadas.
           
— ¡Que te follen, Marty! — le gritó el alemán hecho una furia.
           
Yo contemplaba la escena desde mi mesa con los ojos como platos. ¿De verdad iban a pegarse allí mismo, en el bar de Marty? ¿El alemán había sido capaz de decirle a mi tío aquella obscenidad, sin importarle que fuera su jefe?
           
— Hans, por favor, relájate — le pidió esta vez Tom, que seguía a su lado —. A tu hermana no le gustaría verte en este estado.
           
El rubio se quedó mirando a Tom largo rato, como si realmente estuviese meditando lo que el bajista acababa de decirle. Finalmente, asintió con la cabeza, antes de decir:
           
— Sí, Tom. Tienes razón. Mi hermana no querría que me manchase las manos con la sangre de un gilipollas como él  — y esto último lo dijo señalando a nuestro “amigo” el pelirrojo.
           
— ¡Pero bueno! ¿Es que vas a largarte ahora, sin más? ¿No vas a demostrarnos lo machote que eres? — se burló Leonard.
           
Hans, que ya había dado media vuelta para marcharse del local, fulminó al pelirrojo con una mirada asesina. “Si las miradas mataran, tú ya estarías muerto, pequeño”, pensé con sarcasmo.
           
— ¡Leonard, cállate! — le gritó Tom, desde la otra punta de la sala.
           
— ¡No me da la gana! Si este gallito se marcha ahora, sólo estará demostrando lo poco hombre que realmente es. No me llega ni a la suela de los zapatos.
           
Ante aquella afirmación, todos los que estaban en la mesa con él estallaron en sonoras carcajadas. Y muy pronto, el resto del bar se unió a aquellas risas. Yo estaba con el corazón en un puño. ¿Aceptaría Hans el reto? Y si era así, ¿Marty o Tom no iban a hacer nada para detenerlo?
           
Justo en ese momento crucial, noté una cálida mano sobre mi hombro. Me di la vuelta sobresaltada y me encontré de golpe con mi tía Úrsula.
           
— Es hora de volver a casa, pequeña — me dijo, con una expresión tan seria que no admitía réplica alguna.

sábado, 26 de marzo de 2011

Capítulo II. Mi primera noche en el bar (Parte 2)

— Tu tía me ha hablado mucho de ti — reconoció Iuta —. Y lo cierto es que tenía muchas ganas de conocerte. Hans y yo vinimos a Estados Unidos hace dos años ya, pero aún así, no tengo muchos amigos aquí.
           
“Mira, ya tenemos algo en común”.
           
— Debes de querer mucho a tus tíos para venir desde tan lejos sólo para estar con ellos.
           
Yo asentí levemente con la cabeza, sin decir una sola palabra, pues aún seguía sin encontrarme demasiado cómoda en presencia de la alemana. Ella, pareció notarlo, y atribuyó erróneamente mi actitud a la forma en que su hermano me había tratado antes. Por eso, se apresuró a disculparse, en nombre de Hans.
           
— Tienes que perdonar a mi hermano. Él… Está… Bueno, quiero decir que, él… Estoy segura de que no quiso ofenderte con su actitud.
           
“No, claro, por supuesto que no”, pensé con sarcasmo.
           
— Creo que lo que pasó fue que… Bueno, tu aspecto no se ajusta demasiado a la estética del local — tras decir esto, pareció darse cuenta de que tal vez había ido demasiado lejos expresando su opinión. Por eso, temiendo haberme ofendido, se apresuró a añadir —: Bueno, cada uno puede vestirse como quiera, por supuesto. Y no estoy intentando con esto justificar la intolerable conducta de mi hermano, pero…
           
— Sí, entiendo lo que dices — me apresuré a contestar —. Yo no encajo en este lugar. No debería estar aquí.
           
— ¡No! ¡Por supuesto que no! Tienes más derecho a estar aquí que cualquiera de nosotros. Este bar es de tus tíos.
           
“Sí. Y tú sólo estás tratando de ser amable conmigo por esa misma razón. Porque mis tíos son tus jefes”, pensé con amargura.
           
Sí, definitivamente la hora de largarse de aquel lugar había llegado. Mis tíos seguían bailando al ritmo de la música de aquel grupo liderado por el pelirrojo macizo, por lo que aún tardarían en volver a casa. Pero eso no era problema, porque mi tía me había dado aquella misma tarde una copia de las llaves de casa.
           
— Iuta, no me encuentro muy bien. El viaje ha sido muy largo y me gustaría irme a casa a descansar. ¿Puedes decirles a mis tíos que me he ido, por favor?
           
Sin embargo, algo en la profundidad de sus ojos hizo que me detuviera en aquel mismo instante. Ese algo era un sentimiento que yo veía casi a diario, siempre que me miraba en el espejo. Soledad, una profunda e insoportable soledad.
           
— Aunque… Bueno, pensándolo bien, prefiero quedarme un rato más, hablando contigo. Si a ti no te importa, claro…
           
— ¡Sí! Quédate un rato más — exclamó ella con entusiasmo. Su rostro se había iluminado de repente — ¿Quieres que te ponga algo de beber mientras hablamos?
           
Yo asentí con la cabeza, al tiempo que esbozaba una amplia sonrisa. Según parecía, en aquel local, nadie estaba muy bien de la cabeza.
           
“Puede que, después de todo, sí que encaje bien en este lugar”.
           
— ¿Te apetece una cerveza? — me preguntó con una sonrisa.
           
— Yo… No soy mayor de edad. No puedo tomar alcohol.
           
— Ah, claro — replicó ella, como si estuviera contrariada con mis palabras —. Pues… ¿quieres una coca-cola entonces?
           
— Sí. Una coca-cola estará bien.
           
En ese mismo instante, la canción que el grupo estaba tocando, terminó.
           
— ¡Por fin! — exclamó Iuta, no sin cierto aire teatral.
           
Yo reprimí una carcajada, antes de decirle:
           
— No te caen muy bien, ¿eh?

— El que no me cae bien es Leonard. Es un prepotente. Se cree que tiene una voz prodigiosa, y no es cierto. Hay ocasiones, cuando está cantando, en las que parece que le estén retorciendo los testículos.

“Qué imagen tan agradable”, pensé con sarcasmo.

— A mí me ha parecido que cantaba muy bien — discrepé.

— Eso es porque lo has oído en uno de sus mejores días — insistió ella. ¿Por qué Iuta le tenía un odio tan acérrimo a ese chico? Sin duda no podía ser sólo lo de su hermano. Tenía que haber algo más…

— ¿Os ha gustado la actuación, chicas? — oí que nos preguntaba Marty a nuestra espalda. Úrsula y él venían cogidos de la mano, de lo que se deducía que ya habían hecho las paces.

— Sí — repliqué yo con una sonrisa —. El grupo es muy bueno.

Iuta no añadió nada a mi comentario, ni para bien ni para mal. Marty no pareció sorprenderse, por lo que seguramente ya estaba enterado de que Iuta no sentía especial afecto por el grupo…

— ¿Te gustaría conocerlos, cariño? — me sugirió Marty — Leonard, el cantante, es muy…

— Gilipollas — lo interrumpió Iuta deliberadamente —. Es un gilipollas.

— Iuta…

— ¿Qué? — replicó la alemana con aire desafiante — ¿Acaso estoy diciendo algo que no sea cierto?

El rostro de Marty se contrajo en la desagradable mueca de aquel que está a punto de explotar. Al parecer, Leonard era un muy amigo suyo, y esa noche, Iuta y su hermanito estaban rebasando los límites de su paciencia con creces.

— Si no quiso darle el puesto a tu hermano, fue porque no es lo suficientemente bueno, Iuta. Por eso, y por su maldito carácter. Tú mejor que nadie sabes que a veces Hans puede llegar a ser realmente insoportable.

Se había pasado de la raya. Hasta yo misma me había dado cuenta de ello. Iuta se quedó mirándolo unos segundos, con los ojos brillantes de incredulidad. ¿De verdad Marty había dejado escapar aquellas ofensivas palabras?

— Iuta, lo siento — se apresuró a disculparse —. Sabes que le tengo mucho aprecio a tu hermano… No he querido ofenderos a ninguno de los dos con mis palabras.

Sin embargo, ya era tarde. Iuta había empezado a recoger sus cosas y se estaba poniendo su chaqueta de cuero negra.

— Mi turno acaba ahora — le dijo a mi tío, sin ni siquiera mirarlo a la cara. Su tono, era frío como el hielo, y no expresaba emoción alguna. Sin embargo, por dentro debía de estar maldiciendo —. Ha sido un placer conocerte — me dijo, con una media sonrisa, antes de echar a andar en dirección a la salida del bar. Cuando se fue, cerró dando un fuerte portazo.

— Marty, no debiste decirle eso — lo reprendió mi tía.

— ¿Qué no debiste decirle a quién, hermano? — preguntó una voz a nuestra espalda. Cuando me di la vuelta para ver quién era, mi corazón dio un vuelco. Era el cantante pelirrojo. Leonard. Y su voz era casi más hipnótica cuando hablaba que cuando estaba cantando.

— Nada, Leonard — respondió Marty, recuperando su sonrisa de nuevo —. Habéis estado realmente geniales esta noche.

— ¿Y no lo estamos siempre? — replicó, con una sonrisa traviesa dibujada en sus labios.

Marty soltó una alegre carcajada al tiempo que estrechaba a su amigo en un fuerte “abrazo masculino”. El pelirrojo, de casi la misma estatura que mi tío, le devolvió el abrazo con ganas.

— Oh, chicos, me gustaría presentaros a alguien — anunció mi tío, cuando se soltó de Leonard.

— ¿En serio? — preguntó el pelirrojo con verdadera curiosidad.

Mi corazón se detuvo de repente. Así que ellos eran los amigos que querían presentarme mis tíos, cuando me pidieron que los acompañara al bar aquella noche. Genial, sencillamente genial.

Marty asintió con la cabeza, al tiempo que me señalaba con un gesto de su mano.

— Es mi sobrina Victoria. Victoria, ellos son los amigos de los que te hablé.

Yo tragué saliva con dificultad, antes de decir, muerta de vergüenza:

— Encantada de conoceros.

Se hizo entonces un incómodo silencio. Cuatro pares de ojos se clavaron en mí, recorriéndome de forma absolutamente grosera. Estaban evaluándome con la mirada. Y, a pesar de que no podía leer sus mentes, sí podía imaginarme lo que debían de estar pensando en aquellos momentos:

“¿Qué hace una niñita como ésta aquí? ¿Por qué no se va a casa con su mamá?”

“¿Esta es la sobrina de Marty? ¡Qué desgracia para la familia!”

Tragué saliva de nuevo y apreté los puños con fuerza, en un vano intento por relajarme. Y digo vano, porque no conseguí relajarme ni un ápice. No, hasta que uno de ellos, el más bajito y delgaducho, dio un paso al frente y se presentó:

— Hola, yo soy Tom. Encantado de conocerte.

Por una milésima de segundo, fui capaz de controlar mis nervios, por lo que extendí mi mano hacia la suya, y la estreché con fuerza.

El tal Tom, que debía ser el bajista del grupo, esbozó una cálida sonrisa y me presentó al resto de los chicos, que iban inclinando la cabeza en mi dirección en señal de respeto, a medida que Tom los iba nombrando.

— El moreno es el batería, Michael. Muy simpático, siempre y cuando no le toques sus porros. El que está a su izquierda es Rob, el guitarrista. Un tipo bastante callado, si se me permite mi humilde opinión. El del centro es Leonard, el cantante y más maniático del grupo. Yo que tú no me acercaría demasiado a él inmediatamente antes de una actuación. Se pone muy nervioso... Y luego, estoy yo, por supuesto — añadió, señalándose a sí mismo con su dedo pulgar —. El tío bueno del grupo.

Se oyó un abucheo colectivo ante aquella afirmación. Yo esbocé una sonrisa divertida ante aquella escena tan cómica. Aunque lo cierto era que Tom no iba demasiado desencaminado, pues era un chico muy atractivo. El pelo castaño claro le llegaba hasta el trasero, y lo llevaba recogido en una coleta baja y descuidada. Como he dicho antes, no era muy alto ni corpulento, pero su rostro tenía un aire dulce, casi infantil, que quedaba reforzado por sus ojos dorados. Para ser completamente sincera, me parecía un hombre muy guapo. Sin embargo, no me sentía en absoluto atraída por él.

— Encantada de conoceros a todos — dije, cuando fui capaz de hablar de nuevo.

— Victoria, ¿te apetece tomar algo con nosotros? Vamos a tomarnos un descanso antes de nuestra próxima actuación — me sugirió Tom.

— Esto… Sí, claro — repliqué, no muy segura de sí estaba preparada para enfrentarme a un grupo de cuatro rockeros yo sola…

No sabía que aquella noche marcaría el principio de mi nueva vida.

miércoles, 23 de marzo de 2011

Capítulo II. Mi primera noche en el bar (Parte 1)

Antes de nada, me gustaría responder algunas preguntas que hicisteis en algunos comentarios del capítulo anterior. El hecho de que Úrsula se comporte como una madre y no como una tía es precisamente el sentimiento que quería transmitir del personaje. Ya veréis por qué.... Y luego, lo de que ella se presente vestida de una forma distinta a como marca la estética del local, naturalmente le va a traer problemas. Ya lo veréis en éste y en los siguientes capítulos. Sin más, os dejo con la historia. ¡Un beso, Athenea!



Abrí el grifo y me metí bajo el chorro de agua caliente, dejando que ésta purificara mi cuerpo y mi alma. Traté de no pensar en nada mientras me enjabonaba, porque de lo contrario, el estado de paz interior que había alcanzado con mi larga siesta de dos horas, se habría ido al carajo.
           
Me concentré pues, en quitar de mi cuerpo hasta la última partícula de suciedad que pudiera encontrar. Tenía que estar presentable para los amigos de mis tíos… Aunque algo me decía que no les iba a importar mucho cuánto tiempo dedicara yo a mi higiene personal. De hecho, tal vez estuviera arreglándome demasiado…
           
Ya estaba poniéndome nerviosa otra vez. Es lo que tiene la acción de pensar. Te llena de dudas e inseguridades. De nuevo, dejé la mente en blanco y me concentré en acabar de ducharme. Cuando volviéramos a casa, ya tendría tiempo de sobra para torturarme con mis cavilaciones.
           
Cuando hube terminado, me vestí, me lavé los dientes y me recogí el pelo en un moño, pues siempre que me lo dejo suelto, se me llena en seguida de enredos. Salí del baño, y me dirigí hacia el salón, desde donde se oía hablar a mis tíos. Me pregunté qué habría sido de Bret, Bob y su esposa. Seguramente estarían ya esperándonos en el bar.
           
— Cariño — me llamó mi tía cuando entré al salón —, estás muy guapa. Aunque creo que estarías mucho mejor si llevarás el pelo suelto.
           
Yo negué con la cabeza, un tanto nerviosa.
           
— Bueno, está bien. Como tú quieras — replicó con una agradable sonrisa —. Y ahora, ¿estás lista?
           
— Sí, por supuesto.
           
           
¿”Sí, por supuesto”? ¡Por supuesto que no estaba preparada para ir a ese bar! Sin embargo, y para desgracia mía, no fui consciente de ello hasta que puse un pie en el local. No me interpretéis mal, el sitio estaba muy bien. El problema era que yo no encajaba para nada allí.
           
Nada más llegar, en la puerta misma del establecimiento, empezó la pesadilla.
           
Guten Abend, Herr McGowen — saludó a mi tío el portero del local, en un perfecto alemán. Aquel hombre medía al menos un metro noventa de puro músculo y tenía el pelo largo y rubio. Iba vestido de cuero negro de la cabeza a los pies e irradiaba tal hostilidad y desconfianza que a mí me heló la sangre en las venas.
           
Wer ist das Mädchen? — preguntó aquel hombre tan intimidante, lanzándome una mirada desdeñosa.
           
Yo retrocedí unos pasos, asustada ante la abierta hostilidad de un hombre de apariencia tan peligrosa. El alemán soltó una carcajada burlona ante mi actitud, pero en la profundidad de sus ojos castaños pude ver que yo no era de su agrado. “Tú no perteneces a este lugar”, parecían decirme sus oscuras pupilas. “¿Por qué no vuelves por donde has venido?
           
Sie ist meine Nichte — replicó Marty, visiblemente molesto con la conducta de su empleado —. Show her your respect!   
           
El hecho de que Marty hubiera dejado de hablar en alemán con ese hombre, y hubiese vuelto a su lengua materna demostraba lo enfadado que estaba. El alemán inclinó la cabeza en su dirección, pero no se portó de una manera más amable conmigo.
           
— Tal vez debería irme — le sugerí a mi tía en castellano, para que ni Marty ni “don Simpático” pudieran entender lo que le decía.
           
— ¡Por supuesto que no! No le hagas caso a Hans. ¡Es un gilipollas!
           
Tras decirme esto, me cogió de la mano y me llevo casi a rastras hacia el interior del local, ante la atónita mirada del portero y de todos los allí presentes. No conocía esa faceta tan apasionada de mi tía, y lo cierto era que no me estaba gustando para nada.

Úrsula! — se oyó la voz de Marty a nuestra espalda — Úrsula, wait!

Sin embargo, mi tía no se detuvo. Ni si quiera se dignó en contestarle a su marido. Entendía que estuviera furiosa, yo misma lo estaba. Pero también creo que debería haber dirigido su ira hacia el tal Hans, no hacia Marty. Él sólo había intentado defenderme. Sin embargo, y como iría viendo durante el transcurso de las semanas, mi tía Úrsula era una mujer de armas tomar. Muy dulce por las buenas, pero con mucho carácter por las malas.

Y fue así, sin darme cuenta, como entré en el bar de mis tíos. El lugar que, de una forma u otra, cambiaría mi vida para siempre.
           
Good evening, Úrsula — saludó a mi tía desde la barra, una rubia despampanante, que debía tener unos cuatro años más que yo.
           
Mi tía se giró hacia ella, y todo su mal humor pareció evaporarse de repente.
           
Good evening, Iuta — le respondió con una enorme sonrisa, al tiempo que se dirigía hacia la barra, conmigo de remolque.
           
La rubia, que por su nombre y acento debía ser también alemana, se quedó mirándome con curiosidad, antes de preguntarle a mi tía:
           
— ¿Quién es ella?
           
La sonrisa de mi tía se ensanchó, y respondió con orgullo:
           
— Es mi sobrina, Victoria. Pero puedes llamarla Vicky.
           
Genial, sencillamente genial. ¿Con qué derecho le permitía mi tía a esa chica llamarme “Vicky”? ¿Acaso creía que íbamos a hacernos amigas? ¡Sí, claro! Una rubia alemana despampanante, que me sacaba al menos veinticinco centímetros de altura, y yo, una chica bajita, flacucha y sin encanto, íbamos a ser amigas. Definitivamente mi madre tenía razón. Mi tía Úrsula fumaba cosas muuuy raras.
           
— Hola, Vicky — me dijo la alemana, al tiempo que extendía su mano hacia mí para que se la estrechara —. Yo soy Iuta. Encantada de conocerte.
           
Aquella era sin duda la sonrisa más bonita que yo había visto nunca. Esa chica tenía una importante carrera como modelo por delante. Y yo… Yo simplemente no sabía muy bien qué estaba haciendo allí.
           
— Esto… Gracias — repliqué, no sin cierto esfuerzo. Después, conseguí el valor suficiente para estrecharle la mano —. Yo también me alegro de conocerte.
           
La sonrisa de mi tía, que no se había borrado de su rostro desde que nos habíamos encontrado con la tal Iuta, se ensanchó. Yo, que no estaba demasiado acostumbrada al contacto físico con otras personas que no fueran mi hermana pequeña, aparté mi mano casi de forma inmediata y retrocedí unos pasos, como si estar cerca de la belleza rubia pudiera causarme una enfermedad terminal.
           
Iuta desvió la mirada hacia mi tía, y se la quedó mirando con una expresión que decía a todas luces: “¿Esta chica se ha escapado recientemente de un manicomio y ha venido aquí en busca de un escondite, verdad?”

Lo cierto es, que no podía culparla por pensar así, dada mi actitud. Pero tampoco podía hacer nada para remediar mi conducta. No estaba acostumbrada a relacionarme con personas. No sabía cómo tenía que actuar ante una desconocida que intentaba ser amable conmigo.

— ¡Úrsula! — se oyó de nuevo la voz de Marty a nuestra espalda. En esta ocasión, mi tía se dio la vuelta, dispuesta para encararlo.
           
— ¿Qué? — replicó en tono cortante. Estaba furiosa de nuevo.
           
Marty se acercó a ella con pasos lentos y medidos. No quería despertar a la bestia de nuevo. Iría despacio para conseguir lo que quería: una reconciliación que después, cuando volvieran a casa, culminaría en el lecho matrimonial…
           
— ¿Por qué estás enfadada conmigo? Ha sido Hans el que se ha portado como un capullo, no yo.
           
— ¿Qué mi hermano ha hecho qué? — intervino entonces la alemana, desde el otro lado de la barra. Ahora ella también estaba furiosa. Y todo porque yo no le agradaba a ese tío. Genial, sencillamente genial.
           
— Tu hermano es un capullo, Iuta — replicó Marty. El chico no se andaba por las ramas. Iba directo al grano…
           
La rubia asintió con la cabeza, visiblemente avergonzada.
           
— Hablaré con él…
           
— ¿Para qué? ¿Crees que servirá de algo? — inquirió Marty — Tu hermano cada día es más inestable.
           
— Él… Lo está pasando muy mal, Marty. Lo han echado del grupo, y ahora nadie quiere contratarlo en ningún otro.
           
— ¿Y no te preguntas por qué? Tu hermano es incapaz de comportarse como un ser civilizado, Iuta.
           
— Por favor, Marty, no lo despidas — le suplicó ella —. Éste es su único medio para conseguir dinero. Si lo echas, mi padre…
           
— ¡No voy a echarlo! — la interrumpió Marty — Al menos, no de momento. Pero si vuelve a ofender a algún cliente, especialmente si ese cliente es mi sobrina, no volverá a poner un pie en este establecimiento, ¿queda claro? — dijo, poniendo especial énfasis en el adjetivo posesivo “mi”.
           
Iuta asintió con la cabeza, de nuevo, muy avergonzada. Yo tenía ganas de decirle que no era culpa suya que su hermano fuera un gilipollas, pero decidí actuar de forma prudente, y cerrar el pico. No conocía de nada a esa chica, y no sabía cómo podría reaccionar ante mis palabras.  
           
— Y ahora, querida esposa mía, ¿me concedes este baile? — le preguntó Marty a mi tía, con una sonrisa pícara dibujada en sus labios.
           
Mi tía, que había recuperado su buen humor, prueba de que era bastante bipolar, le devolvió la sonrisa y, agarrándose de su brazo, se fueron ambos rumbo a la pista de baile.

Yo, con todo lo que había pasado desde que habíamos llegado, apenas me había fijado en la decoración y la disposición del local. Así como tampoco me había dado cuenta de que había un grupo de música, tocando al fondo del local, sobre el escenario.
           
— Son “Out Of Date” — dijo la voz de Iuta a mi espalda, sacándome de mis pensamientos —. Son muy buenos, ¿no crees?
           
Aquella pregunta me pilló totalmente desprevenida. Yo no era ninguna entendida en la materia. De hecho, casi nunca escuchaba música. Sin embargo, no podía negar que Iuta tenía mucha razón. Aquel grupo era muy bueno.
           
— Mi hermano podría ser el batería del grupo, ¿sabes? Pero no se lleva bien con el cantante. Ese tío es un capullo engreído.
           
“Tu hermano tampoco es que sea una hermanita de la caridad”, pensé con sarcasmo. Sin embargo, no se me ocurrió decirlo en voz alta. No quería meterme en problemas con la única persona que me había tratado de forma amable en aquel bar. En lugar de eso, me di la vuelta para mirar más detenidamente al grupo.

Eran cuatro. El batería al fondo, el guitarrista y el bajista en los laterales del escenario, y el cantante, en el centro de la pista, agitando su larga melena pelirroja con cada uno de sus movimientos.
           
El tiempo se congeló en aquel mismo instante. Nunca me había sentido atraída por ningún chico. En alguna ocasión incluso, había llegado a pensar que podía ser lesbiana. El problema era, que tampoco me había atraído nunca ninguna mujer...
           
— Míralo — insistió Iuta, señalándolo con el dedo, como si ese chico fuera la cosa más repugnante que hubiera visto en su vida —. ¡Es un maldito gilipollas!
           
Iuta siguió insultándolo durante un rato más, pero yo ya no la escuchaba. Mis ojos seguían clavados en la melena rojiza del cantante. Sabía que era totalmente inalcanzable para mí, pero aún así, me sentía incapaz de apartar la vista de su enorme cuerpo.
           
Al menos, había hecho un gran avance aquella noche. Definitivamente, no era lesbiana.

martes, 22 de marzo de 2011

¡Le han dado un premio a mi blog!

Pues sí. Sun Burdock me ha dado un premio, que en realidad no merezco porque con este blog llevo muy poquito teimpo. En cualquier caso, muchísimas gracias, Sun. Ya sabes cuánto significa tu apoyo para mí :)


Bueno, y ahora, siguiendo las reglas del premio, tengo que decir 7 cosas sobre mí:

1. Me encanta dormir. Es uno de mis grandes hobbies, y también uno de los que menos puedo disfrutar XDD
2. Me encanta cantar canciones en inglés (cuando no me oye nadie).
3. Odio el valenciano, a pesar de que soy valenciana.
4. Odio a la gente que se cree superior a los demás.
5. No me gusta la playa, me gusta más el campo o la ciudad.
6. Siento un gran aprecio por mi profesor de griego (Don Paco), pues me da muchos consejos literarios, e incluso se lee algún relato que le dejo.
7. En ocasiones, soy bastante bipolar.

Y ahora, le daré el premio a blogs que creo que se lo merecen:

1. A Patricia, porque no sólo te aprecio como escritora y fiel seguidora de mi blog (la más fiel, y la primera que me siguió incondicionalmente), sino también como persona. Eres maravillosa.
2. A Serela, porque me anima mucho con sus comentarios y su historia tiene muy buena pinta. Esperaré hasta que traduzcas lo que tienes que traducir al francés, pero ¿no habría sido más fácil traducirlo al inglés?
3. A Claro de Luna, porque su historia cada vez está más interesante.
4. A Lighling, porque es una maravillosa escritora, y sus comentarios me suben la moral :)

Muchas gracias a todas por vuestro apoyo y por transmitir vuestro arte. Gracias a los blogs he podido conocer a personas maravillosas :)

lunes, 21 de marzo de 2011

Capítulo I. The Beginning.

El viaje hasta San Diego duró un día entero. No había vuelos directos, por lo que tuvimos que coger primero un avión de Valencia a Madrid. Después, otro de Madrid a Nueva York, y finalmente uno de Nueva York a Los Ángeles. Cuando por fin llegamos allí, unos amigos de Marty nos recogieron en el aeropuerto, y nos llevaron hasta casa en coche.  

Yo, que no había salido nunca de España, lo miraba todo a mi alrededor, extasiada. Sabía que Estados Unidos era grande, pero jamás llegué a imaginar que pudiera ser tan impresionante.

A pesar de que el viaje había sido largo, y de que apenas había dormido la noche anterior, no me sentía cansada. Tenía ganas de recorrer el país entero de punta a punta. Quería detenerme durante horas a contemplar el paisaje, a recorrer sus calles, a degustar las comidas que se servían en los restaurantes, a practicar mi inglés con todos y cada uno de los habitantes del país…

Pero ya habría tiempo para eso. Marty me había prometido que no iba a volver a España sin haber conocido los Estados Unidos en profundidad.

El viaje en coche fue bastante divertido. Yo siempre he sido una chica muy tímida, por lo que al principio me costó bastante entablar una conversación, y más en inglés. No obstante, los amigos de Marty eran muy divertidos y amables, y desde el primer momento me hicieron sentirme como en casa. O más bien, me hicieron sentirme en mi verdadero hogar.
           
Eran tres. Dos hombres y una mujer. Y todos ellos tenían algo en común: el pelo largo, y las vestimentas de cuero. Sin duda, si mi madre hubiese estado allí, se habría muerto del susto al verlos.
           
Ella tenía el pelo largo y negro y unos grandes ojos del mismo color. Era más alta que mi tía, y mucho más corpulenta. Podría decirse que era atractiva, aunque no poseía la belleza clásica de un cuadro de Botticelli. Era muy graciosa, con unos gestos y modales algo rudos, casi masculinos. No sé por qué, pero supe que íbamos a llevarnos bien desde el principio. Se llamaba Mary.
           
El hombre que conducía era su marido. Se llamaba Bob y tendría al menos diez años más que ella. También era más bajito, y su larga cabellera negra azabache estaba salpicada de canas. Decir que era robusto sería edulcorar deliberadamente la realidad. Sería más acertado decir, pues, que era un hombre entrado en carnes. Sin embargo, no se podía obviar el hecho de que era tan agradable y gracioso como su esposa.
           
Por último teníamos a Bret, que era el más callado de la “tribu”. Iba sentado al lado de Marty en el coche, y casi no abrió la boca en todo el trayecto. Mi tía me explicó que lo habían echado del grupo donde tocaba la batería, el mismo día en que su novia lo había dejado por el cantante del mismo grupo. A mí sólo se me ocurrió decir: “¡Qué putada!”
           
Durante el trayecto, además, pude conocer mejor al que era ahora mi tío. Úrsula se había marchado cinco años atrás a vivir a Estados Unidos, a estudiar la carrera de bellas artes, y sobre todo, a conocer mundo. Era una artista en potencia que se enamoró de otro artista: Marty.
           
Según me explicó él mismo, se conocieron una noche en un bar del centro hacía tres años. Los presentó un amigo común, y el flechazo fue instantáneo. Marty no había nunca conocido a una mujer como aquélla. Ella nunca se había sentido tan atraída por un hombre hasta que lo conoció.
           
— Aquella misma noche hicimos el amor — me confesó, a pesar de que yo habría preferido que no lo hiciera. Aquello era manejar demasiada información. Había cosas que yo no necesitaba saber sobre mi tía… Ni sobre nadie.
           
— ¿Por qué te escandalizas? — me preguntó en inglés. Al parecer, mi cohibición ante el tema del sexo le parecía a aquel hombre totalmente fuera de lugar.
           
— Yo… No estoy acostumbrada a hablar sobre esos temas.
           
Marty y Mary, que había estado en todo momento pendiente de nuestra conversación, estallaron en  sonoras carcajadas ante mi respuesta.
           
“Bueno, por lo menos alguien se lo pasa bien”, pensé con sarcasmo.

Sin embargo, ambos parecieron darse cuenta de que no me encontraba demasiado cómoda hablando sobre ese tema, por lo que decidieron cambiar a otro. Empezaron a contarme lo exitoso que era el bar que Marty había abierto tan sólo unos meses atrás.

Según me había contado mi tía Úrsula por carta, su marido era el guitarrista de un grupo de heavy metal de relativo éxito en California. Sin embargo, aquel trabajo no era suficiente para mantenerse a flote, por lo que se decidieron a comprar el bar, lo cual fue todo un acierto. Marty decía que el local siempre estaba lleno de gente y que cada noche venían invitados grupos de música, que actuaban allí para promocionarse.
           
— Hay un grupo muy bueno, “Out Of Date”, que ya ha venido varias veces a actuar al bar. Son muy buenos, Victoria. Tienes que escucharlos.
           
A mí no me gustaba demasiado la música. Y mucho menos el heavy metal. Recuerdo que mi padre había tenido, mucho tiempo atrás, discos de Black Sabbath y Judas Priest por casa. Sin embargo, en cuanto mi madre los encontró, se deshizo de ellos, alegando que eran poco católicos, y una mala influencia para mi hermana y para mí. A veces no me extrañaba que mi padre odiara la familia que Dios, en su infinita crueldad, le había adjudicado.
           
Pero volviendo a la historia, yo no tenía demasiadas ganas de ver actuar a esa banda. Seguro que eran un grupo de melenudos que sólo sabían gritar y hacer mucho ruido con sus guitarras. Sin embargo, no podía defraudar a Marty. Él y mi tía estaban siendo muy buenos conmigo. Así que, si tenía que hacerlo, me sacrificaría por él, y vería actuar a ese dichoso grupo.
           

Dos horas después llegamos a La Mesa, San Diego, en el soleado estado de California. Aquella ciudad era tan impresionante como yo la había soñado. El clima era bastante parecido al de Valencia, cálido y con mucho sol, pero por lo demás, aquella tierra no tenía nada que ver con mi ciudad natal. No sé cómo explicarlo, pero desde el momento en que puse un pie en California, supe que ese iba a ser mi hogar.

Home sweet home! — exclamó Marty cuando llegamos a casa.

La tía Úrsula y Marty vivían en una pequeña casa con jardín, en un enorme barrio residencial llamado Clearview Way. No era nada del otro mundo, pero a mí me pareció preciosa. Con su tejado de ladrillo rojo y su pequeña y graciosa chimenea, para mí era la más hermosa que había visto nunca.

— Dos calles más abajo está el bar de Marty — me informó la tía Úrsula —. Después, si quieres, podemos pasarnos por allí.

Yo asentí con la cabeza, sin demasiado interés. Lo que yo realmente quería hacer era recorrer la ciudad, y después dar largo paseo por la playa…

Sin embargo, lo primero que hicieron mis tíos, fue enseñarme la que sería mi nueva habitación.

— Ésta es la habitación de invitados — me indicó Marty con una enorme sonrisa —. Espero que te guste, y que te sientas cómoda.

Yo asentí con la cabeza y le dediqué una tímida sonrisa. A pesar de que aquel hombre era mi tío, y de que era sumamente amable conmigo, no podía evitar sentirme
un poco cohibida en su presencia. La timidez, a pesar de estar en un continente diferente, seguía siendo uno de mis grandes defectos.

Marty cerró la puerta después de marcharse, dejándome sola en la habitación, para que pudiera instalarme tranquilamente. Seguramente se había dado cuenta de que no era un ser demasiado sociable, y de que las personas me daban un poco de miedo.

Dejé la pesada maleta en un rincón de la habitación y me dejé caer pesadamente sobre la cama. El cansancio por fin empezaba a hacer mella en mí. Miré a mi alrededor, con curiosidad. La habitación no era tan grande como la que tenía en España, pero sí mucho más acogedora. Las paredes estaban pintadas de un suave color melocotón. Había una ventana que daba al jardín de la casa y a su derecha un armario empotrado. En frente había un pequeño escritorio con una silla negra, y a su lado, empotrada contra la pared, la cama donde estaba tumbada en aquellos momentos.   
           
Cerré los ojos un momento, pues los párpados me pesaban demasiado como para mantenerlos abiertos por mucho más tiempo. Después de lo que a mí me pareció un segundo, pero que en realidad fueron dos horas, unos fuertes golpes en la puerta de mi habitación me despertaron.
           
— Hola, cariño — me saludó mi tía, después de asomar la cabeza por el hueco que había dejado al entreabrir la puerta —. ¿Qué tal estás? Íbamos a llamarte antes, pero como estabas durmiendo tan plácidamente, no hemos querido despertarte.
           
Yo esbocé una sonrisa somnolienta antes de replicar:
           
— Me encuentro genial. En esta cama se duerme de maravilla.
           
Mi tía soltó una carcajada alegre ante mi respuesta. Una sonora y clara carcajada, que yo jamás le había escuchado a mi madre.
           
— Vicky, cariño, será mejor que te des una buena ducha y te cambies de ropa. Marty y yo queremos llevarte al bar y presentarte a unos cuantos amigos.
           
— De acuerdo — repliqué yo, al tiempo que estiraba los brazos, en un gesto más propio de un felino que de un ser humano.
           
Me levanté de la cama y abrí la maleta para sacar la ropa que me pondría esa noche. Lo mejor sería intentar pasar desapercibida, por lo que me pondría mi camisa de franela y unos vaqueros azules…
           
“Un momento”, la voz de mi mente me detuvo de golpe. La tía Úrsula me había llamado “Vicky”, un diminutivo que yo siempre había odiado, y no sólo no me había importado, sino que además me había gustado que utilizara. Porque ella no lo había pronunciado como si fuera un insulto, sino todo lo contrario.
           
Había sido como el apelativo más dulce y cariñoso que le había salido del alma.
           
Las cosas en mi vida estaban empezando a cambiar, para bien. Con ese único pensamiento mi mente, cogí la ropa que me iba a poner, y el neceser con mis cosas de aseo, y me dirigí hacia el baño para darme una buena ducha antes de enfrentar de verdad la aventura que me aguardaba.  

domingo, 20 de marzo de 2011

Introducción.

Bueno, chicas, por fin ha llegado el momento. Aquí tenéis la introducción de mi nueva historia. Antes que nada, quiero señalar que la historia la voy a escribir en primera persona, pero con la perspectiva de los distintos personajes. Es decir, que la mayor parte de la historia la va a narrar Victoria, la protagonista, pero habrá veces en las que los narradores serán otros personajes, aportando su punto de vista sobre la trama. Creo que de esa forma tendréis una mejor idea de cómo son y cómo piensa realmente cada personaje. En fin, no me enrollo más, y os dejo con la historia. ¡Un beso! Y espero que la disfrutéis.



Junio de 1987. Valencia, España.

Era una soleada mañana de junio. Los pájaros cantaban, las olas del mar acariciaban suavemente la orilla de la playa. Los niños se empachaban de helados de chocolate, y las sobreprotectoras madres untaban a sus hijos con protector solar. Las gaviotas graznaban a lo lejos, anunciando el cambio de estación. El verano había comenzado. Y yo ya estaba hasta los huevos.

— ¡Cariño, tienes que recoger a tu hermana del colegio! — oí que me decía mi madre desde la cocina.

Genial. Sencillamente genial. Otro verano igual. Encerrada en casa y teniendo que cuidar a mi hermana pequeña.

— ¡Ya voy, mamá! — repliqué, tratando de evitar al máximo que mi voz reflejara el hastío y la desesperación que sentía por dentro. Eso sólo habría servido para que mi madre me llevara a ver a ese estúpido cura…
Otra vez.

Como si eso fuera a servir de algo.

Me puse los zapatos de calle, cogí las llaves y salí de casa sin despedirme de mi madre. Cuanto menos contacto tuviera con ella, más feliz estaría.

Una oleada de calor me golpeó en la cara en cuanto puse un pie en la calle. El tiempo era realmente insoportable, apenas si se podía respirar. En cuanto volviera a casa tendría que darme una buena ducha, porque ya estaba sudando a mares.

Apreté los puños con fuerza, tratando por todos los medios de tragarme la irritación que me consumía por dentro. De todas las estaciones del año, el verano era la que más odiaba. Y la que precisamente, con mayor intensidad se manifestaba en mi Valencia natal.

Genial, sencillamente genial.

Eché a andar calle abajo, en dirección al colegio de mi hermana. Aquél había sido también el colegio donde yo había cursado la educación primaria y secundaria. Sin embargo, nunca lo había considerado como mío. No había en él nada que me importara lo suficiente como para considerarlo una parte de mí.

En el pasado, eso me había molestado, pues como cualquier adolescente que se precie, mi corazón ansiaba poder encajar en algún sitio. Ser una parte importante de un colectivo. Pero finalmente acabé por resignarme. Hay cosas que nunca cambian. Y la relación con mis compañeros de instituto era una de ellas.

Empecé a andar más rápido. El corazón latía con fuerza contra mi pecho. Me repetí a mí misma la letanía que había sido mi lema durante el último año.

“El último curso ya ha acabado, Victoria. La selectividad ha acabado. El año que viene irás a la universidad, y no tendrás que ver a esa gente nunca más”.

Aquello me reconfortaba bastante. El hecho de saber que no volvería a ver a mis compañeros. Sin embargo, al mismo tiempo me sentía sumamente nerviosa. ¿Qué pasaba si tampoco encajaba en la universidad? ¿Qué pasaba si nunca llegaba a encajar en ningún sitio? Ni siquiera mi familia me aceptaba.

Desterré esos pensamientos de mi mente y seguí caminando. De nada me iba a servir la autocompasión.
— Hola, Vicky — oí que me llamaba una familiar voz a mi espalda.

“No puede ser. No, por favor”.

Me di la vuelta lentamente, sabiendo lo que me esperaba. Ante mí aparecieron los rostros perfectos de las tres chicas más populares de mi instituto. Tenían esa mirada suya, tan condescendiente. Ésa con la que trataban de decir: “Mírala, pobrecita. Está sola y amargada”. Genial, sencillamente genial.
— Hola — repliqué escuetamente.


Paula, la líder del grupo, se adelantó un poco a las demás, y recorriéndome con una poco disimulada mirada desdeñosa, me preguntó:

— ¿Cómo es que no viniste a la cena de clase?

“Joder. ¿Por qué no me dejáis en paz?”

— Yo… No pude. Tenía… cena familiar.

¿Por qué me temblaba tanto la voz cuando estaba delante de ellas?

— Ah — replicó ella, con bastante desinterés, pero sin dejar de escudriñarme con la mirada —. ¿Y qué haces por aquí a estas horas, Vicky?

No soportaba que nadie me llamara así. Y mucho menos ellas. Pronunciaban mi diminutivo de una manera desdeñosa, como si fuera un insulto.

— He venido a recoger a mi hermana.

“Y espero que salga pronto”, pensé con desesperación.

— Ah.

“¿Es que no sabes responder de otra manera?”

Justo en ese momento salió mi hermana por la puerta del colegio, y se acercó corriendo hacia mí.

— ¡Victoria! — me llamó, justo antes de echarse a mis brazos con alegría.

— ¡Hola, cariño! — repliqué yo, más contenta aún que ella. Por fin podría irme de allí, y librarme de aquellas víboras — Nos vamos ya a casa, ¿de acuerdo?

— ¡Sí! — chilló ella.

Yo esbocé una enorme sonrisa, al tiempo que me aferraba a su pequeña manita. Sé que parecerá extraño, pero con esa niña me sentía mucho más segura que en compañía de cualquier adulto.

— En fin, nosotras nos vamos ya. Hasta luego, chicas — dije, despidiéndome de las tres víboras.

— ¡Hasta luego! — replicaron las tres al unísono.

Eché a andar hacia mi casa, con mi hermana de la mano. Mientras nos alejábamos del colegio, pude oír las risas despectivas de mis antiguas compañeras de clase. Genial, sencillamente genial.



California, 20 de junio de 1985.
Querida Victoria:
Me dejaste muy preocupada con tu última carta. No sabía que la situación por casa fuera tan límite. Mi hermana siempre ha sido muy beata, pero jamás pensé que tratara de arrastrarte a ti en su demencia, llevándote a ver a ese cura.
Marty y yo lo hemos estado hablando, y él está de acuerdo conmigo en que lo que más te conviene en este momento es un cambio de aires. No estás bien y eso se refleja en el tono de tus cartas. Estás cansada, irritada… Amargada. Me encantaría poder ayudarte, pero estando tan lejos la una de la otra no puedo hacer gran cosa. Por eso, Marty y yo hemos decidido que te vengas a pasar las vacaciones de verano con nosotros, a California. No te preocupes por tu madre. Yo me encargo de convencerla. Tú sólo tienes que hacer las maletas y prepararte para el gran viaje.
¡Estamos deseando que vengas, cielo! Además, Marty y yo podemos ayudarte a mejorar tu inglés. ¡Estoy tan emocionada que casi no soy capaz de escribir con coherencia, mi amor!
Te quieren tus tíos, Marty y Úrsula.




Casi me dio un ataque cuando acabé de leer la carta. ¡Me iba a Estados Unidos! Por fin conocería al marido de mi tía. ¡Por fin volvería a verla después de tantos años!

Por supuesto, la noticia no fue para nada del agrado de mi madre. Para ella, Estados Unidos era sinónimo de depravación, promiscuidad y relajación de las costumbres. Desde el primer momento trató de ponerle trabas a mi viaje.

— Eres demasiado joven para viajar —me decía —. No sabes nada de la vida.

— Me voy a casa de tía Úrsula. Ella y su marido me cuidarán.

Siempre que yo trataba de rebatir sus argumentos con esa respuesta, ella alzaba los brazos al cielo teatralmente y me decía:

— ¡Mi hermana es una perdida! Y su marido, un gandul al que no le gusta trabajar. ¿Cómo van a ser ésos capaces de cuidar de ti?

— Ya tengo dieciocho años, mamá. No puedes prohibirme nada. Puedo irme de esta casa ahora mismo si quiero.

Y vaya si quería. Aquella casa cada día se parecía más a una cárcel.

Pero con aquella sencilla frase conseguía hacerla callar, al menos por un rato. No obstante, mi condena no duró mucho más tiempo. Una semana después de haber mandado la carta, mi tía Úrsula se presentó sin avisar, en la puerta de mi casa, con su marido y una maleta. Venían a pasar unos días “en familia”, para después llevarme con ellos a California.

— ¿Qué pasa, hermanita? — le preguntó a mi madre, con una sonrisa traviesa dibujada en su rostro — ¿Es que no piensas darme un buen abrazo?

La mueca de disgusto que apareció entonces en el rostro de mi madre indicaba que no se sentía muy feliz de que su hermana hubiese venido a hacernos una visita. Sin embargo, las reglas de las buenas costumbres, que tanto le gustaban a mi madre, la obligaban a recibirla con los brazos abiertos. Como si el hecho de tenerla en casa fuera el mejor regalo que podría haberle hecho.

— ¡Oh, cariño! — exclamó mi tía Úrsula cuando me vio — ¡Cómo has crecido! Estás realmente preciosa — añadió, antes de estrecharme con fuerza entre sus brazos.

Mi tía Úrsula era una mujer que destacaba. No sólo como persona, sino también físicamente. Medía aproximadamente un metro setenta y cinco, con su largo y rizado cabello rubio cayéndole en cascada hasta media espalda. Pero lo que más me gustaba a mí eran sus ojos marrones claros, casi dorados. Tan dulces y cálidos como la miel en invierno. Tan deliciosos y delicados como el caramelo.

— ¡Te he echado mucho de menos tía Úrsula! — le dije, apretándome contra su cuerpo. Durante todo el tiempo que habíamos permanecido separadas no me había dado cuenta, pero en cuanto la vi entrar por la puerta, fui consciente de cuánto la había necesitado.

Llegó entonces el turno de las presentaciones.

— Let me introduce you my husband, Marty. He doesn’t speak Spanish, so you have to talk to him in English. But I think it won’t be a problem for you, will it?

— Of course not — respondí con una sonrisa.

En realidad, el hecho de poder practicar el inglés con un estadounidense de verdad, y no con el profesor del instituto, que casi sabía menos del idioma que los propios alumnos, era la mejor parte de conocer a mi nuevo tío.

— Nice to meet you, Marty — le dije, con una tímida sonrisa. Sin embargo, él se acercó hacia mí y me estrechó con fuerza entre sus brazos, como si fuéramos dos amigos íntimos que no se han visto en mucho tiempo.

— Nice to meet you too, darling.

Marty era, por así decirlo, la antítesis de su esposa. Medía un metro noventa y era bastante delgado. El pelo le llegaba hasta más allá de media espalda y era negro y ondulado. Sus ojos, además, eran de un intenso color verde.

Los americanos no estuvieron más de cuatro días en mi casa, pues mi tía no tardó en convencer a mi padre de que lo mejor era que me fuera con ellos a Estados Unidos. Después de todo, él nunca me había tenido demasiado aprecio. Ni a mí, ni a mi hermana… Y mucho menos a su mujer. Así que, perdiéndome a mí de vista, al menos durante una temporada, se quitaba un peso de encima.

Habiendo convencido a mi padre, mi madre no pudo oponerse pues, a mi marcha. Así que ese mismo día empecé a hacer el equipaje con la ayuda de tía Úrsula, para coger el avión unos días después.

— California te va a encantar, cariño — me decía mi tía mientras metíamos mi ropa en las maletas —. Está llena de chicos guapos.

Yo sonreía, deseando en mi fuero interno que mi tía tuviera razón.