Octubre, 1987.
Victoria
A pesar de que el calor veraniego se resistía a liberar a la ciudad de Valencia de su ardiente yugo, ya se podían empezar a observar en el paisaje los efectos del cambio de estación. Los árboles se iban quedando paulatinamente sin hojas, que iban conformando a su vez un rugoso manto de suaves tonos cálidos, desde los marrones negruzcos a los verdes lima.
Y, por supuesto, anochecía más temprano que antes.
— Buenos días, chicos y bienvenidos a la facultad de historia — la cálida voz de la profesora me devolvió bruscamente a la realidad, haciéndome apartar la mirada de la ventana y clavarla en su amable rostro. En los últimos quince minutos había estado tan abstraída que no me había dado cuenta de que hacía rato que la profesora había hecho su aparición en escena —. Me llamo Mar Villalonga y voy a ser vuestra profesora de historia del arte durante este primer semestre. Procederé ahora a explicaros en qué consiste la materia que os voy a impartir y cómo voy a evaluarla.
Durante las cuatro horas siguientes se sucedieron las presentaciones de todos los profesores que íbamos a tener a lo largo del semestre, aunque, a decir verdad, no me enteré de una sola palabra de lo que dijeron. Ni siquiera sabía qué hacía en aquella facultad, a esas horas de la mañana. Hacía unos meses aquél había sido mi sueño, pero ahora todo había cambiado. Me sentía una extranjera en medio de una multitud competitiva y hostil. Lo único que todavía no estaba claro era cuánto tiempo iba a durar con vida en aquella selva.
En cuanto el último profesor dio por concluida su presentación me levanté del asiento de un salto y me dirigí a grandes zancadas hacia la puerta. Me sentía atrapada, como un animal salvaje encerrado en una jaula de hierro. Conocía esa sensación demasiado bien, pues habíamos sido compañeras de viaje largo tiempo. Casi podría decirse que había echado de menos aquella martilleante voz en mi cabeza: “necesito salir de aquí de una maldita vez”.
Bajé las escaleras que conducían hasta la puerta de entrada de aquel imponente edificio y una bofetada de aire fresco me recibió medio segundo después de haber puesto un pie en la calle. Cerré los ojos con fuerza, saboreando la sensación de libertad. Una libertad que se acabaría en cuanto llegara a casa.
Enfilé todo recto para llegar al paso de cebra que me llevaría hasta la parada del autobús, mientras observaba atentamente el paisaje que se dibujaba a mi alrededor. Aquel barrio era demasiado artificial, ni siquiera los escasos árboles que habían plantado en la acera eran suficientes para contrarrestar el efecto desolador que producían aquellos edificios tan fríos e impersonales. La calle era sucia y gris, como la mayoría de barrios en Valencia, pero ésta en particular parecía haber sido desprovista de todo signo de humanidad, construida como símbolo del progreso y el saber. Un progreso que quizá estaba deshumanizando al hombre.
No pude evitar fijarme en que los muros que rodeaban las facultades estaban empapelados con anuncios de apartamentos compartidos y profesores de idiomas. Me detuve frente la facultad de filosofía y leí atentamente uno aquellos anuncios. Había una chica que estaba interesada en un profesor de inglés y otras dos que buscaban compañero de piso para poder pagar el alquiler.
Dejé la pesada mochila sobre el suelo y saqué una libreta y un bolígrafo para apuntar los datos. Quizá lo de ser universitaria podía tener sus ventajas…
Anna
Desde que aquel gigante rubio se había desfogado bien a gusto con Leonard, este último no había vuelto a dar señales de vida por el bar. Supongo que después de todo lo ocurrido, se tomaba muy en serio la amenaza de Marty y quería curarse en salud. Eso demostraba que, a pesar de ser un yonki descerebrado, todavía le quedaban en funcionamiento las neuronas suficientes para conservar su instinto de supervivencia.
La tarde de los hechos, mientras yo servía sola la barra puesto que ni Emma ni Iuta habían aparecido en todo el día, me quedaron claras varias cosas. La primera, que las trifulcas en aquel bar se asemejaban más al lejano Oeste que a una discusión entre adultos; la segunda, que no debía meterme nunca con Hans si quería seguir con vida; la tercera, que los hombres eran todos unos cerdos; y la última y no por ello menos importante, que por su familia, Marty era capaz hasta de matar.
El pelirrojo se había pasado con la pobre chica morena, que curiosamente era paisana mía, y de las pocas en aquella ciudad que no me trataban como si fuera imbécil. Y por su culpa, ahora se había marchado, dejando a mis pobres jefes solos y…
— Ponme una cerveza.
Un escalofrío me recorrió por entero cuando aquella ruda y arrogante voz masculina me sacó súbitamente de mis cavilaciones. Como si no tuviera ya bastante con que ese vikingo de pega me torturara en mis sueños, ahora tenía que hacerlo también en el mundo real. Aunque puede que la palabra “tortura” no expresara en términos exactos lo que ese hombre provocaba en mi sistema nervioso cada vez que se aparecía en mis sueños…
— ¿No me has oído? — inquirió con irritación, al ver que me quedaba embobada contemplándole, en lugar de servirle su pedido.
“¡Céntrate, Anna, céntrate!”
Me apresuré a apartar la mirada de su rostro y a servirle la dichosa bebida dorada a la velocidad del rayo. No quería que ese hombre descubriera que estaba despertando un creciente interés en mí, que iba mucho más allá de la aprensión que me había producido al principio. Aquello le daría un poder sobre mí que utilizaría, sin lugar a dudas, para humillarme y burlarse todavía más de mí.
— Menuda se lio el otro día, ¿eh? — dejó caer un rato después, como quien no quiere la cosa.
No era capaz de entender a ese hombre. ¿Ahora intentaba ser amable? Definitivamente los estadounidenses tenían un serio trastorno de personalidad múltiple.
— Esto… Sí, eso parece — repliqué con voz titubeante, sin saber muy bien qué decir. Unos segundos después, sin embargo, dejándome llevar por la necesidad de entablar una conversación con alguien, aunque ese alguien fuera precisamente Rob, añadí —: No entiendo que pudo pasar para que Hans reaccionara de una manera tan violenta. Parece un hombre muy comedido…
— ¿Hans, comedido? — repitió, con un deje de incredulidad y sarcasmo tiñendo su voz, antes de estallar en sonoras carcajadas —. Nena, se nota que no conoces para nada al alemán. Ese tío podrá ser muchas cosas, pero “comedido” no es una de ellas, ni de lejos. Desde que su padre falleció, parece que controla un poco más su mal café, pero no te engañes. Sería capaz de arrancarte la cabeza sólo con que le sirvieras una cerveza demasiado caliente para su gusto.
— Siempre ha sido muy amable conmigo… — “a diferencia de otros”, añadí mentalmente.
— Mientras no te metas con él, no tienes nada que temer — replicó, esbozando una gentil sonrisa. ¿Qué bicho le había picado para que de repente fuera la amabilidad personificada? ¿Se habría dado un golpe seco en la cabeza?
Pero el transcurso de mis pensamientos sufrió un brusco giro cuando un alterado Marty hizo su aparición en escena, gritando a voz en grito:
— ¡Tenemos que cerrar el bar ahora mismo, ha sucedido algo terrible!
— Tío, ¿qué ha ocurrido? — inquirió Rob, arqueando una de sus cejas rubias en un claro gesto de preocupación.
— Johnny y Angela han tenido un accidente con el coche. Están en el hospital y parece que la cosa es bastante grave.
Diana
En las últimas semanas había despertado de un hermoso sueño, sólo para volver de nuevo a la pesadilla que había sido mi vida antes de conocer a Tom. ¿Por qué me había engañado, haciéndome creer que merecía tener una vida mejor a su lado, en vez la que tenía junto a mi madre? Al menos ella siempre había sido franca conmigo. Era una puta yonki a la que nunca le había importado una mierda. Pero siempre supe lo que podía esperar de ella. Tom, en cambio, había resultado ser una persona muy por debajo de mis expectativas.
Ninguna mujer en mi situación se habría resistido a buscar venganza. Porque estaba segura de que Tom me había engañado con otra. No podía haber ninguna otra explicación que justificara su inaceptable comportamiento al echarme de su casa en la forma en que lo hizo.
Aparqué el coche a unas manzanas de la casa para no levantar sospechas. A esas horas, la oscuridad de la noche me ayudaba a camuflarme y a pasar desapercibida para los escasos viandantes que pasaban en aquellos momentos por la calle.
A pesar de que le había devuelto la llave a Tom todavía conservaba una copia de la misma, por lo que no me resultó en absoluto difícil entrar en el edificio. Subí las escaleras de dos en dos, con el corazón galopando con fuerza contra mi pecho. Sentía que me quedaba sin aliento justo en el momento en que llegué a su apartamento. No estaba segura de lo que esperaba encontrar allí, pero en cualquier caso, me llevé una gran decepción. No había nadie en casa.
Cerré la puerta con pestillo para poder enterarme si entraba alguien. La casa estaba exactamente igual a cómo la recordaba, aunque estaba segura de que, desde mi ausencia, y teniendo en cuenta que Victoria había abandonado a Leo el mismo día que Tom hizo lo propio conmigo, esos dos no habrían dejado de llevar furcias al apartamento.
Me deslicé hacia la cocina en busca de aquello que había venido a buscar. No me costó mucho dar con una de las botellas de champagne que Leo guardaba para ocasiones especiales. ¿Y qué ocasión más especial que ésta, verdad?
Saqué el abrecorchos de uno de los armarios y descorché con él la botella. Le di un largo trago a aquel líquido espumoso, deleitándome con el dulce sabor de la venganza. Después, alargué el brazo hasta rozar el mechero que había sobre la encimera de la cocina, antes de volver al salón, donde iba a comenzaría el gran espectáculo.
Carta de Leo a Victoria. (Carta no abierta por la destinataria)
My beloved Victoria ,
Nothing has been the same since you left town. I’ve tried to move on with my life, but I couldn’t ‘cause I need you, as I need the air to breathe.
I know you did what you did because of me, but you didn’t even give me a chance to apologize. I screwed it up, it’s true, but it’s not too late. I promise you I can change. Please, come back to California , your only and real home. I’ll be waiting for you. Let’s try again.
Yours sincerely and forever,
Leonard.