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"When I hear the music, all my troubles just fade away/ When I hear the music, let it play, let it play",

"Let it Play" by Poison.

domingo, 27 de noviembre de 2011

Capítulo XXII. I'm not an upstanding citizen, but I'm standing up, just the same... Or not. (Parte 1)



Octubre, 1987.

Victoria
A pesar de que el calor veraniego se resistía a liberar a la ciudad de Valencia de su ardiente yugo, ya se podían empezar a observar en el paisaje los efectos del cambio de estación. Los árboles se iban quedando paulatinamente sin hojas, que iban conformando a su vez un rugoso manto de suaves tonos cálidos, desde los marrones negruzcos a los verdes lima.      
           
Y, por supuesto, anochecía más temprano que antes.
           
— Buenos días, chicos y bienvenidos a la facultad de historia — la cálida voz de la profesora me devolvió bruscamente a la realidad, haciéndome apartar la mirada de la ventana y clavarla en su amable rostro. En los últimos quince minutos había estado tan abstraída que no me había dado cuenta de que hacía rato que la profesora había hecho su aparición en escena —. Me llamo Mar Villalonga y voy a ser vuestra profesora de historia del arte durante este primer semestre. Procederé ahora a explicaros en qué consiste la materia que os voy a impartir y cómo voy a evaluarla.
           
Durante las cuatro horas siguientes se sucedieron las presentaciones de todos los profesores que íbamos a tener a lo largo del semestre, aunque, a decir verdad, no me enteré de una sola palabra de lo que dijeron. Ni siquiera sabía qué hacía en aquella facultad, a esas horas de la mañana. Hacía unos meses aquél había sido mi sueño, pero ahora todo había cambiado. Me sentía una extranjera en medio de una multitud competitiva y hostil. Lo único que todavía no estaba claro era cuánto tiempo iba a durar con vida en aquella selva.

En cuanto el último profesor dio por concluida su presentación me levanté del asiento de un salto y me dirigí a grandes zancadas hacia la puerta. Me sentía atrapada, como un animal salvaje encerrado en una jaula de hierro. Conocía esa sensación demasiado bien, pues habíamos sido compañeras de viaje largo tiempo. Casi podría decirse que había echado de menos aquella martilleante voz en mi cabeza: “necesito salir de aquí de una maldita vez”.

Bajé las escaleras que conducían hasta la puerta de entrada de aquel imponente edificio y una bofetada de aire fresco me recibió medio segundo después de haber puesto un pie en la calle. Cerré los ojos con fuerza, saboreando la sensación de libertad. Una libertad que se acabaría en cuanto llegara a casa.
           
Enfilé todo recto para llegar al paso de cebra que me llevaría hasta la parada del autobús, mientras observaba atentamente el paisaje que se dibujaba a mi alrededor. Aquel barrio era demasiado artificial, ni siquiera los escasos árboles que habían plantado en la acera eran suficientes para contrarrestar el efecto desolador que producían aquellos edificios tan fríos e impersonales. La calle era sucia y gris, como la mayoría de barrios en Valencia, pero ésta en particular parecía haber sido desprovista de todo signo de humanidad, construida como símbolo del progreso y el saber. Un progreso que quizá estaba deshumanizando al hombre.
           
No pude evitar fijarme en que los muros que rodeaban las facultades estaban empapelados con anuncios de apartamentos compartidos y profesores de idiomas. Me detuve frente la facultad de filosofía y leí atentamente uno aquellos anuncios. Había una chica que estaba interesada en un profesor de inglés y otras dos que buscaban compañero de piso para poder pagar el alquiler.
           
Dejé la pesada mochila sobre el suelo y saqué una libreta y un bolígrafo para apuntar los datos. Quizá lo de ser universitaria podía tener sus ventajas…


Anna
Desde que aquel gigante rubio se había desfogado bien a gusto con Leonard, este último no había vuelto a dar señales de vida por el bar. Supongo que después de todo lo ocurrido, se tomaba muy en serio la amenaza de Marty y quería curarse en salud. Eso demostraba que, a pesar de ser un yonki descerebrado, todavía le quedaban en funcionamiento las neuronas suficientes para conservar su instinto de supervivencia.
           
La tarde de los hechos, mientras yo servía sola la barra puesto que ni Emma ni Iuta habían aparecido en todo el día, me quedaron claras varias cosas. La primera, que las trifulcas en aquel bar se asemejaban más al lejano Oeste que a una discusión entre adultos; la segunda, que no debía meterme nunca con Hans si quería seguir con vida; la tercera, que los hombres eran todos unos cerdos; y la última y no por ello menos importante, que por su familia, Marty era capaz hasta de matar.
           
El pelirrojo se había pasado con la pobre chica morena, que curiosamente era paisana mía, y de las pocas en aquella ciudad que no me trataban como si fuera imbécil. Y por su culpa, ahora se había marchado, dejando a mis pobres jefes solos y…
           
— Ponme una cerveza.

Un escalofrío me recorrió por entero cuando aquella ruda y arrogante voz masculina me sacó súbitamente de mis cavilaciones. Como si no tuviera ya bastante con que ese vikingo de pega me torturara en mis sueños, ahora tenía que hacerlo también en el mundo real. Aunque puede que la palabra “tortura” no expresara en términos exactos lo que ese hombre provocaba en mi sistema nervioso cada vez que se aparecía en mis sueños…
           
— ¿No me has oído? — inquirió con irritación, al ver que me quedaba embobada contemplándole, en lugar de servirle su pedido.
           
“¡Céntrate, Anna, céntrate!”
           
Me apresuré a apartar la mirada de su rostro y a servirle la dichosa bebida dorada a la velocidad del rayo. No quería que ese hombre descubriera que estaba despertando un creciente interés en mí, que iba mucho más allá de la aprensión que me había producido al principio. Aquello le daría un poder sobre mí que utilizaría, sin lugar a dudas, para humillarme y burlarse todavía más de mí.
           
— Menuda se lio el otro día, ¿eh? — dejó caer un rato después, como quien no quiere la cosa.
           
No era capaz de entender a ese hombre. ¿Ahora intentaba ser amable? Definitivamente los estadounidenses tenían un serio trastorno de personalidad múltiple.
           
— Esto… Sí, eso parece — repliqué con voz titubeante, sin saber muy bien qué decir. Unos segundos después, sin embargo, dejándome llevar por la necesidad de entablar una conversación con alguien, aunque ese alguien fuera precisamente Rob, añadí —: No entiendo que pudo pasar para que Hans reaccionara de una manera tan violenta. Parece un hombre muy comedido…
           
— ¿Hans, comedido? — repitió, con un deje de incredulidad y sarcasmo tiñendo su voz, antes de estallar en sonoras carcajadas —. Nena, se nota que no conoces para nada al alemán. Ese tío podrá ser muchas cosas, pero “comedido” no es una de ellas, ni de lejos. Desde que su padre falleció, parece que controla un poco más su mal café, pero no te engañes. Sería capaz de arrancarte la cabeza sólo con que le sirvieras una cerveza demasiado caliente para su gusto.
           
— Siempre ha sido muy amable conmigo… — “a diferencia de otros”, añadí mentalmente.
           
— Mientras no te metas con él, no tienes nada que temer — replicó, esbozando una gentil sonrisa. ¿Qué bicho le había picado para que de repente fuera la amabilidad personificada? ¿Se habría dado un golpe seco en la cabeza?
           
Pero el transcurso de mis pensamientos sufrió un brusco giro cuando un alterado Marty hizo su aparición en escena, gritando a voz en grito:
           
— ¡Tenemos que cerrar el bar ahora mismo, ha sucedido algo terrible!
           
— Tío, ¿qué ha ocurrido? — inquirió Rob, arqueando una de sus cejas rubias en un claro gesto de preocupación.
           
— Johnny y Angela han tenido un accidente con el coche. Están en el hospital y parece que la cosa es bastante grave.


Diana
En las últimas semanas había despertado de un hermoso sueño, sólo para volver de nuevo a la pesadilla que había sido mi vida antes de conocer a Tom. ¿Por qué me había engañado, haciéndome creer que merecía tener una vida mejor a su lado, en vez la que tenía junto a mi madre? Al menos ella siempre había sido franca conmigo. Era una puta yonki a la que nunca le había importado una mierda. Pero siempre supe lo que podía esperar de ella. Tom, en cambio, había resultado ser una persona muy por debajo de mis expectativas.
           
Ninguna mujer en mi situación se habría resistido a buscar venganza. Porque estaba segura de que Tom me había engañado con otra. No podía haber ninguna otra explicación que justificara su inaceptable comportamiento al echarme de su casa en la forma en que lo hizo.
           
Aparqué el coche a unas manzanas de la casa para no levantar sospechas. A esas horas, la oscuridad de la noche me ayudaba a camuflarme y a pasar desapercibida para los escasos viandantes que pasaban en aquellos momentos por la calle.
           
A pesar de que le había devuelto la llave a Tom todavía conservaba una copia de la misma, por lo que no me resultó en absoluto difícil entrar en el edificio. Subí las escaleras de dos en dos, con el corazón galopando con fuerza contra mi pecho. Sentía que me quedaba sin aliento justo en el momento en que llegué a su apartamento. No estaba segura de lo que esperaba encontrar allí, pero en cualquier caso, me llevé una gran decepción. No había nadie en casa.

Cerré la puerta con pestillo para poder enterarme si entraba alguien. La casa estaba exactamente igual a cómo la recordaba, aunque estaba segura de que, desde mi ausencia, y teniendo en cuenta que Victoria había abandonado a Leo el mismo día que Tom hizo lo propio conmigo, esos dos no habrían dejado de llevar furcias al apartamento.
           
Me deslicé hacia la cocina en busca de aquello que había venido a buscar. No me costó mucho dar con una de las botellas de champagne que Leo guardaba para ocasiones especiales. ¿Y qué ocasión más especial que ésta, verdad?
           
Saqué el abrecorchos de uno de los armarios y descorché con él la botella. Le di un largo trago a aquel líquido espumoso, deleitándome con el dulce sabor de la venganza. Después, alargué el brazo hasta rozar el mechero que había sobre la encimera de la cocina, antes de volver al salón, donde iba a comenzaría el gran espectáculo.
                         


Carta de Leo a Victoria. (Carta no abierta por la destinataria)

California, October 4th, 1987


My beloved Victoria,
           
Nothing has been the same since you left town. I’ve tried to move on with my life, but I couldn’t ‘cause I need you, as I need the air to breathe. 

I know you did what you did because of me, but you didn’t even give me a chance to apologize. I screwed it up, it’s true, but it’s not too late. I promise you I can change. Please, come back to California, your only and real home. I’ll be waiting for you. Let’s try again.


Yours sincerely and forever,
Leonard.  

miércoles, 23 de noviembre de 2011

Relato sin título ni introducción.

La ciudad comenzaba a despertar paulatinamente de su profundo letargo. La azafranada luz que proyectaban las farolas se fundía con la negrura de la noche en una perfecta armonía, desdibujando el ambiente con un halo anaranjado casi fantasmagórico. La fresca brisa marina me golpeaba la piel desnuda del rostro con la furia propia de la naturaleza.
           
Era en aquellos momentos, cuando volvía a casa después de una noche de total desfase, rebasando por mucho los límites de la velocidad permitida, cuando conseguía diluirme mejor con el ambiente. Puede que fuera porque tenía más alcohol en sangre del debido y empezaba a desvariar, o sencillamente que a las cuatro de la mañana no pasaba ni un alma por la calle y de esa forma me resultaba más fácil captar, desde el sutil aleteo de un pajarillo, hasta el sonido casi imperceptible del viento arrastrando la hojarasca por el suelo.

Sí, definitivamente estaba empezando a desvariar. Era una suerte que todavía no me hubiese estampado contra un árbol o atropellado a una ancianita indefensa en un paso de cebra. Claro que bien pensado, las ancianitas suelen estar en sus casas a las cuatro de la mañana.

Aparqué cerca del bordillo de la acera cuando llegué frente a mi casa. Llevaba unos cinco años viviendo allí, justo el tiempo que mis padres llevaban muertos. Eso era lo único bueno que me habían dejado: una casa en la que vivir. Bueno, eso, y una cuenta bancaria con la que podría vivir al menos tres años más sin tener que preocuparme por trabajar. Lo cierto es que, aunque suene cruel e inhumano, mis padres habían resultado ser mucho más útiles muertos que vivos.

Cerré el coche con un suave portazo y me adentré en el jardín de sabinas, a través del artificial caminillo de grava que conducía directamente a mi porche. Estaba a punto de agacharme para coger la llave que escondía debajo del felpudo de la entrada, cuando me di cuenta de que la puerta estaba entreabierta.

Un escalofrío punzante me recorrió por entero, haciendo que me tambaleara levemente. Con todo el alcohol que llevaba en sangre no iba a ser capaz de enfrentarme a ningún intruso y salir vencedor en la batalla, pero, y puede que lo hiciera precisamente por la gran cantidad de alcohol ingerido, abrí la puerta del todo y entré en la casa.
           
En cuanto puse un pie en el recibidor fui consciente de que había alguien en el salón. Dos personas, a juzgar por el juego de voces que procedía de aquella estancia. Una mujer y… Chris. Reprimí una carcajada antes de avanzar en dirección a su encuentro. Ese cabrón había vuelto a traer a una mujer a casa sin avisar.
           
— Tienes que venir, Úrsula, será muy divertido — le estaba diciendo Chris a su interlocutora —. Marty es de los mejores guitarristas que he visto, o más bien escuchado, en mucho tiempo.
           
Oh, genial. Ahora me estaba utilizando para ligar con una tía. Chris cada día estaba más desesperado por echar un polvo.
           
— Eso mismo me dijiste la semana pasada sobre ese cantante, ¿cómo se llamaba…? ¡Ah, sí! Ricky. Y luego resultó no ser más que un burdo principiante.
           
— ¡Oh, Úrsula, me ofende la desconfianza que destila tu voz! — replicó el pobre diablo de Chris con voz zalamera.
           
— Buenas noches, señores — saludé en cuanto entré en el salón, interrumpiendo deliberadamente la conversación de aquellos dos.
           
— ¡Marty! — gritó Chris al verme, al tiempo que avanzaba hacia mí a grandes zancadas — Úrsula, él es el guitarrista del que te hablaba — le indicó con una enorme sonrisa de satisfacción, mientras me señalaba con un gesto de su mano.
           
— Ya veo…  — replicó la mujer, clavando sus penetrantes ojos en mi rostro, como si hubiera sido traspasada por un rayo y éste la hubiese dejado completamente paralizada. Debo señalar que reconocí al instante aquella expresión traspuesta en su semblante, pues era exactamente la misma que yo tenía en aquellos momentos.
           
Chris pareció darse cuenta del cambio que se había operado en nuestras respectivas expresiones y, sobre todo, del significado oculto de aquel cambio, pues estallando en una sonora carcajada apuntó:
           
— Creo que será mejor que os deje solos…

martes, 15 de noviembre de 2011

Bullet proof.

Ladies and gents, hoy os traigo algo bastante fuera de lo común en mis blogs. Digamos que esta tarde me ha venido una especie de "flash", por así decirlo, de una escena entre Victoria y Leo y en ella, los personajes hablaban en inglés (obviamente). Los he visto y oído dialogar y gritar en mi mente y he sentido la necesidad de escribir la escena. Y entonces, se me ha ocurrido la feliz idea de... ¿Por qué no escribirlo en el idioma en que la musa de la inspiración me ha iluminado? Sí, el texto está en inglés (absolutamente todo, no sólo los diálogos). Sé que muchos de vosotros no tenéis un nivel alto de inglés (typical Spanish XD), por lo que si tenéis muchos problemas para entender el texto, un día de estos lo traduciré. Por otro lado, los que tenéis un nivel de inglés alto, debéis tener en cuenta que es el primer relato que escribo en este idioma. Si tengo fallos gramaticales, please don't hesitate to tell me. En fin, no me queda nada más por decir, excepto que espero que disfrutéis el texto. ¡Un besito!




— Put the gun down, sweetie — he said, with a smirk —. You and I know this whole situation is a goddamn insanity!

— Shut the fuck up, Leo! — I screamed at the top of my lungs —. This is the last time you try to screw up my life.

I pointed the gun at his chest, over the heart. A heart I would have died for, only a few weeks ago.

— It doesn’t have to end this way… Jesus Christ! Are you out of your fuckin’ mind?! I should have realized before that you are nothing but a crazy whore…

Tears filled my eyes when these words came out of his mouth. How did he dare pretend it was all my fault? He was the only one to blame for what had happened between us. Maybe I had gone too far threatening him with a gun, but I believe my behaviour was entirely justified.
           
— I fuckin’ trusted you!! I loved you. And God, I still love you!
           
I couldn’t help but start to cry hard, with salty tears rolling down my face. He looked at me, with a guilty expression on his face. But, how could I know that it wasn’t faked? The only thing I knew with certainty was that I shouldn’t trust him anymore. No, even if he was really sorry for what he had done to me. It was too late.
           
— You know? I tried so hard to make our relationship work out. I tried with all my heart. But I can’t take this anymore. I’m so sorry.
           
Leo was staring at me and I can tell the lethalest fear came over him when he realized I wasn’t kidding. I was going to kill him.
           
That moment of consciousness was followed, of course, by an attempt to run away. But he wasn’t rapid enough. Even before he could call for help, I pulled the trigger without thinking twice. And that was it. The end of the world as I knew it.

miércoles, 2 de noviembre de 2011

Capítulo XXI. Trust hurts (Parte 2)

Bueno, chic@s, aquí os traigo la segunda parte del capítulo del otro día. Sé que a muchos os decepcionó la conducta de Leonard, pero como ya les expliqué el otro día a algunos lectores, no voy a poner en esta novela personajes intelectual, física o espiritualmente perfecto. Eso no sería para nada realista, sino más bien propio de las novelas rosa. Por otro lado, debéis tener en cuenta que esta historia está ambientada en los 80's, en California y sus protagonistas son roqueros. Por lo tanto, era más que factible que alguno de los personajes terminara consumiendo drogas. En cuanto al asunto de Tom, que a algunos os dejó con la mosca detrás de la oreja, hoy se descubre ya todo el pastel. Espero que, aunque algunos personajes puedan decepcionaros de ahora en adelante, la historia os siga gustando, y sobre todo, que no odiéis. ¡Un besito! Att. Athenea. 


Victoria
La ira que se había ido acumulando en mis venas a lo largo del mes en forma de fuego líquido salió de golpe a la superfície.

Are you out of your fuckin’ mind?!

El pelirrojo traidor abrió la boca para formular una excusa creíble que justificara su comportamiento, pero ésta murió en sus labios, siendo sustituida por una sonora y ridícula maldición.

Shit!

Y ahí estaba yo. Un mes antes mi vida había sido absolutamente perfecta: tenía un novio maravilloso, que me quería y cuidaba de mí; estaba lejos de casa, en un país extranjero en el que la gente hablaba un perfecto inglés; por primera vez en mi vida había hecho amigos de verdad… En definitiva, había encontrado mi lugar en el mundo después de diecisiete años viviendo una vida vacía, un eterno interrogante sin respuesta.

Y ahora todo se había ido a la mierda. Gracias al desgraciado que tenía de pie frente a mí.

— ¿Eso es todo lo que se te ocurre decir, Leonard? ¿No vas a soltar algún cliché del tipo “nena, esto no es lo que parece”?

— ¿Acaso serviría de algo? — replicó, con una voz tan fría como el hielo, que me atravesó con la fiereza de un puñal de acero.

— ¿En qué diablos estás pensando, Leonard? Tienes un brillante futuro por delante, tienes amigos que te quieren… Me tienes a mí.

“O más bien, me tenías”, me corregí para mis adentros.

— Victoria, por favor, no te pongas melodramática — repuso con desdén, al tiempo que me contemplaba con una mirada burlona —. No sé de qué te sorprendes. Que tú seas una santa mojigata no significa que los demás no tengamos derecho a divertirnos de vez en cuando.

Aquellas palabras me dejaron paralizada, cual estatua de sal, con los pies fijos en el suelo y las lágrimas comenzando a inundar mis ojos. Era vagamente consciente de que la atención del bar se había desviado hacia nosotros y de que mi tío Marty esperaba en las sombras el momento oportuno para atacar.

— ¿Sí? Pues espero que la zorra que te ha vendido esa mierda tenga las agallas de acostarse contigo, porque tú y yo hemos acabado. No quiero volver a verte en mi vida — le grité, cerrando los ojos con fuerza, en un intento por controlar mis lágrimas —. Ahora entiendo por qué Iuta se hizo lesbiana cuando te dejó. Después de salir contigo, a una se le quitan las ganas de estar con un hombre.

Tras soltar aquellas hirientes palabras que ni si quiera sentía, salí del bar dando un fuerte portazo tras de mí, y eché a correr hacia casa de mis tíos con un solo pensamiento coherente en mi mente: Tenía que salir de allí. Tenía que volver a España.


Marty
           
Apreté los puños con fuerza, sintiendo como la ira y la adrenalina se fusionaban en mis venas formando una mezcla explosiva. En aquel momento las consecuencias me importaban una mierda, sólo era consciente de la sed de venganza que nublaba mi juicio, que me cortaba el aliento.
           
— Marty, deberías calmarte — oí que me pedía Johnny a mi espalda, antes de poner una de sus manos sobre mi hombro —. No puedes manejar esta situación si no tienes la cabeza fría y la mente despejada.
           
— No quiero manejar la situación, colega — mascullé entre dientes, consumido por la oscura furia que me embargaba—, quiero romperle la maldita cabeza a ese desgraciado.
           
La presión de su mano sobre mi hombro se hizo más opresiva, estaba tratando de mantener a raya a la bestia.
           
— Leonard se ha portado como un hijo de puta con Victoria, Marty, pero ésta no es tu batalla. Tienes que dejar que ellos arreglen sus problemas por sí mismos.
           
— Johnny, ¿tienes idea de por dónde me paso yo tus sugerencias ahora mismo?

— Puedo hacerme una idea aproximada — replicó con sarcasmo —. Pero ¿tú tienes idea de lo decepcionada que estará, no sólo Victoria, sino también Úrsula, cuando se entere de que vas arreglando problemas, que encima no son tuyos, a golpes? Yo soy el primero que quiere darle de ostias a ese pelirrojo descerebrado, pero el mundo no funciona así. Ojo por ojo y se queda ciego el mundo, hermano. Tú me lo enseñaste, ¿recuerdas?

— Sí, bueno. Debía estar borracho cuando dije semejante gilipollez — repliqué más calmado —. ¿Sabes? Has cambiado muchísimo desde que te conocí, cuando no eras más que un zampabollos salido — aquello le hizo soltar una sonora carcajada —. Angela y tú os habéis hecho mucho bien el uno al otro.  

Él asintió con la cabeza, antes de quitar su mano de mi hombro. Johnny tenía razón. No podía solucionar mis problemas, o en este caso los de mi sobrina, a golpes. Pero no había ninguna ley que me impidiera sacar la basura de mi bar. De hecho, aquel era uno de mis deberes como el respetable ciudadano americano que era.

Controlando a duras penas la ira que todavía me consumía, me dirigí a grandes zancadas hacia la zona de la barra donde se encontraba Leonard.

— ¡Marty, no…! —escuché que me advertía Johnny tras de mí. Yo ya no le escuchaba. Mi atención estaba fija en la cabellera rojiza de aquel malnacido.

Pillándolo completamente desprevenido, lo agarré por el cuello de la camiseta y lo estampé contra una de las paredes del local.

— ¡Eh, Marty! ¿Pero qué coño hac…?

— Dámelo — le exigí, empotrándolo con fuerza contra el tabique.

— ¿El qué? — replicó, con la confusión escrita en sus ojos esmeralda.

— Tú sabes qué, Leonard, así que, utiliza la cabeza por una vez en tu vida, y dame lo que llevas en el bolsillo si no quieres que te lleve a comisaría. Estoy seguro de que allí no serán tan amables contigo.

Su rostro perdió todo rastro de color en cuanto pronuncié la palabra “comisaría”. Y no fue el único cambio que produjo en él, sino que además, le hizo comprender que yo no estaba jugando.

— To-toma — tartamudeó, al tiempo que metía su mano temblorosa en el bolsillo trasero de sus pantalones y sacaba su preciada “mercancía”, antes de extenderla hacia mí. Podía leer en sus ojos el oscuro anhelo que lo embargaba cuando éstos se posaron sobre la bolsita de pastillas.

Sólo entonces solté el cuello de su camisa con sumo desprecio, como si no fuera más que la correa de un perro callejero y pulgoso, haciendo que cayera al suelo cual inmundo saco de patatas podridas.

— No quiero que vuelvas a pisar este bar, Leonard — le advertí con la voz tan cortante como un cuchillo jamonero —. Nunca más. Pero sobre todo — añadí, mirándole directamente a los ojos, destilando puro veneno a través de los míos —, no quiero que nunca, y óyeme bien, nunca, vuelvas a acercarte a mi sobrina.

— Marty — se oyó al fondo del bar la retumbante voz del alemán. Estaba teñida por una oscura determinación que no dejaba lugar a dudas sobre lo que deseaba hacerle al pelirrojo en aquellos momentos —, deja que yo, gustosamente, me ocupe de él.


Tom   

— No puedes hacerme esto, Tom — replicó, con los ojos llenos de lágrimas —. No. Puedes. Hacerme. Esto.

Solté un largo suspiro cansado, antes de dejarme caer pesadamente sobre el sofá.

— Diana, lo siento de veras, pero lo nuestro se ha acabado.

Ahora sus sollozos se hicieron más fuertes, hasta el punto de volverse histéricos. Di unos golpecitos impacientes con la punta de una de mis botas contra el suelo. Aquél se había convertido en mi día a día durante las últimas semanas, y mi cupo de aguantar mierda se había colapsado ya.

— Necesito que recojas tus cosas y te marches cuanto antes…

— ¡¿Te estás acostando con otra, verdad?! — me gritó, hecha una furia — ¿Cuánto tiempo hace? ¿Sabe que tienes novia? ¿Te la follas aquí cuando no estoy o sólo lo hacéis en su casa? ¡Contéstame, maldita sea!

— ¡No hay nadie más, joder! — grité, perdiendo ya completamente los nervios. Me levanté de un salto y enfilé en dirección a mi habitación, que durante el último mes se había convertido también en la suya — Eres una maldita histérica chiflada.
           
— ¡¿Con qué derecho me tratas así, Tom?! Yo te lo he dado todo, ¡todo!
           
Aquella maldita perorata me hizo estallar en una amarga carcajada. ¿Cuándo había empezado toda aquella pesadilla infernal? Seguramente pocos días después de que se me ocurriera la brillante idea de traer a una zorra celosa y posesiva, que además estaba loca y era una histérica, a vivir bajo mi mismo techo.
           
Pero la pregunta que verdaderamente me preocupaba era cuándo iba a acabar todo aquello. ¿Volvería a ser libre alguna vez?
           
Abrí el armario ropero y comencé a sacar toda su ropa, tirándola sobre la cama y el suelo sin miramiento alguno. ¡Dios, cómo ansiaba mi tan preciada libertad!
           
— ¡No vas a librarte de mi tan fácilmente, Thomas Turner! ¡A mí nadie me trata así! ¡¿Me oyes?! ¡NADIE!
           
Metí como pude toda su ropa en la maleta blanca que había traído el día en que se mudó a nuestro apartamento. Qué estúpido había sido al proponerle que se viniera a vivir con nosotros tan pronto. Apenas nos conocíamos entonces. Nos conocíamos demasiado ahora. Demasiado bien como para seguir soportando aquella situación ni un solo segundo más.
           
— Espero de todo corazón que encuentres tu lugar en el mundo y seas feliz, Diana. Pero, por favor, hazlo bien lejos de aquí.
           
— ¡Eres un maldito desgraciado! — gritó fuera de sí.

En aquellos momentos presentaba un aspecto realmente horrible: las lágrimas, que habían inundado por completo sus ojos, habían hecho que se le corriera el rimel; éste, a su vez, había teñido la zona que rodeaba sus ojos de un sucio color negro, que contrastaba de forma enfermiza con la palidez natural de su piel. Claro que, supongo que la peor parte se la llevaba su pelo. Siempre que se ponía histérica, es decir, siempre que me veía hablando con una mujer, o creía que había estado haciéndolo a sus espaldas, se pasaba las manos por el pelo, nerviosa, desasosegada. Más de una vez durante aquellas delirantes situaciones, se había arrancado mechones de cabello que después me arrojaba a la cara, seguidos del grito: “¡Todo esto es culpa tuya!”. ¡Y vaya si lo era! Yo era el culpable de haberme metido en su cama aquella fatídica noche de borrachera. Yo era el culpable de haberla traído a vivir a mi casa.

— Adiós, Diana — me despedí, tras dejar su blanca maleta en el rellano. Ella por fin salió del piso y se agachó para recoger su equipaje del suelo.

— Esto no ha acabado — me advirtió, recorriéndome con una mirada envenenada. Tras aquello, se dio la vuelta y comenzó a bajar las escaleras de mi edificio en dirección a la calle. Al fin era libre.

Pero no sabía entonces que aquella libertad iba a salirme muy cara.