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"When I hear the music, all my troubles just fade away/ When I hear the music, let it play, let it play",

"Let it Play" by Poison.

jueves, 28 de julio de 2011

Capítulo XV. The Show Must Go On (Parte 1)

Johnny      
El sol se ocultaba tras unas grises nubes aquella funesta mañana de finales de julio. El frío calaba hasta los huesos, a pesar de estar en lo más crudo del verano. La lluvia comenzaba a caer sobre nosotros en un suave, pero constante goteo. Era como si los dioses quisieran expresar sus condolencias a través del tiempo atmosférico. Como si el velo gris que cubría el cementerio fuera en realidad un reflejo de su profundo dolor.
           
Angela permanecía a mi lado, aferrándose con fuerza a mi mano. No quería que nadie más se acercara a ella, ni siquiera a su hermano. Supongo que si aquella situación no hubiese sido tan delicada y dolorosa, me habría sentido halagado por sus atenciones. Pero las cosas estaban como estaban, y no era momento de manifestar mi faceta más egoísta. Angela me necesitaba en aquellos momentos, y yo no pensaba fallarle.
           
En los últimos días, la alemana apenas había salido de su casa. Tras enterarse de  la muerte de su padre, había sufrido un fuerte ataque de ansiedad y las enfermeras tuvieron que administrarle un calmante para que se tranquilizara. Después de aquello, Hans me pidió que la llevara a casa y cuidara de ella. Y eso era lo que había hecho durante todo el fin de semana.
           
No entendía por qué Tom y Leonard tenían tan mal concepto de Hans. Por lo poco que lo había tratado, y después de haber aclarado el malentendido del hospital con Angela, me parecía un hermano y un hijo ejemplar. Se preocupaba por su familia y trataba de sacarla adelante como buenamente podía. Tenía un temperamento muy fuerte, eso era innegable, pero no era una mala persona.
           
— No puedo soportar esto ni un segundo más — susurró Angela antes de echarse a mis brazos y romper a llorar de nuevo. Ocultó su rostro en mi pecho para no ver cómo enterraban a su padre y se aferró con fuerza a mi cintura, en un intento por descargar todo el dolor y la frustración que la consumían.
           
Su abuela, que había venido desde Alemania para acudir al entierro de su único hijo, nos miraba con abierta curiosidad. Le devolví la mirada con aire desafiante, y ella respondió esbozando una tímida sonrisa. Parecía una anciana bastante inofensiva, a pesar de que debía medir más de un metro ochenta y de que iba vestida de pies a cabeza por un largo e intimidante vestido negro.
           
“Estos alemanes…”, pensé para mis adentros.
           
— Johnny, llévame a casa, por favor.
           
La desesperada voz de Angela me sacó súbitamente de mis pensamientos. Había levantado la cabeza de mi pecho y me estaba mirando directamente a los ojos con una expresión de desasosiego, que me cortó la respiración durante unos segundos.
           
— No podemos irnos, el funeral aún no ha…
           
— Por favor — insistió.
           
Recorrí a los presentes con una mirada, que era una mezcla de disculpa y despedida. Hans asintió con la cabeza e hizo un gesto con la mano en nuestra dirección, indicándonos así que podíamos irnos, que él se hacía cargo de todo. No obstante, no pude evitar sentirme culpable, pues estábamos dejándole a él toda la responsabilidad del funeral, y, a pesar de que estuviera poniendo todos sus esfuerzos en fingir lo contrario, toda aquella situación lo estaba quemando por dentro.
           
— ¿Tío, estás seguro de que quieres que nos vayamos? — le pregunté cuando pasamos por su lado.
           
No quiero que os vayáis, pero es lo mejor para todos. Angela tiene los nervios destrozados. Estoy seguro de que si se queda aquí, acabará sufriendo una de sus crisis.
           
Una solitaria lágrima se deslizó entonces por su rostro, concediéndole al alemán, al menos momentáneamente, el estatus de ser humano. Durante todo el fin de semana, había estado tratando de hacerse el machote, de fingir que era más fuerte que la enfermedad que había acabado por vencer a su padre. Pero ahora, desprotegido y abandonado bajo la tormenta, no pudo reprimir sus verdaderos sentimientos.
           
Siguiendo un impulso, solté a Angela y abracé a Hans con fuerza durante unos segundos. Un sombrío silencio se cernió sobre el cementerio, cargado de una malsana curiosidad por parte de los presentes, que no se quebraría hasta que Angela y yo desapareciéramos del lugar.
           
Cuando Hans y yo rompimos nuestro abrazo, comprobé que una cómica mueca de susto se había dibujado en el rostro del alemán. No podía reprochárselo, pues apenas nos conocíamos, y él parecía ser una persona a la que le gustaba poco el contacto con otra gente.
           
— Cuida de mi niña — oí que me decía una voz a mi espalda. Al darme la vuelta, el rostro de la abuela de Angela apareció, unos centímetros más bajo que el mío.
           
— Así lo haré, señora — prometí con solemnidad, antes de agarrarle la mano de nuevo a Angela, para llevarla en dirección a mi coche.
           
Nos despedimos de Úrsula, Marty y compañía con un gesto de cabeza, antes de salir definitivamente de aquel lúgubre lugar.


Leonard
En los últimos días, Johnny había cambiado mucho. Aunque más que cambiar, había evolucionado como ser humano, pasando de ser un porrero salido a convertirse en un hombre maduro y responsable, que se había enamorado de una chica con problemas.

Porque por mucho que quisiera negarlo, Johnny sentía por Angela algo mucho más profundo que una simple amistad. Ninguna otra cosa podía explicar ese cambio de actitud tan repentino. Y si alguien todavía albergaba dudas sobre sus sentimientos, el abrazo que le había dado a Hans durante el entierro, las había despejado por completo.
           
El alemán todavía seguía en estado de shock después de aquel gesto de afecto que Johnny le había brindado. No estaba acostumbrado a que nadie le tocara, ni siquiera miembros de su familia, por lo que, el hecho de que Johnny todavía continuara con vida era un auténtico milagro.

— Ha sido un funeral muy íntimo — comentó Úrsula, rompiendo súbitamente el silencio reinante.

El matrimonio se había ofrecido a llevarnos a Tom y a mí en coche a casa después del funeral, aunque yo no podía evitar sospechar acerca de sus “desinteresadas” intenciones. Efectivamente, cuando llegamos a casa éstas se vieron confirmadas,  cuando Marty se bajó del coche con nosotros y le indicó a Tom que fuera subiendo, pues tenía que tratar unos asuntos conmigo. Tom reprimió una carcajada, al tiempo que me daba una palmada cómplice en el hombro.

— Suerte con el suegro, colega — me susurró, antes de entrar en nuestro portal.

— Leonard, Victoria nos ha dicho que tú y ella estáis saliendo y…

— Y te aseguro que la estoy tratando con el respeto que se merece. La quiero y sólo deseo que sea feliz conmigo.

— Bien. Espero que tengas eso muy presente de ahora en adelante, porque si le haces daño…

— Me arrancarás los genitales de cuajo y se los darás de comer a los tigres del zoo. Sí, he captado la idea, colega.

— No creo que los tigres quisieran comerse “eso”. Esos animalejos no tienen tan mal gusto, ¿sabes?

Puse los ojos en blanco antes de preguntarle con voz cansina:

— ¿Quieres algo más, Marty?

— Por ahora, no — replicó con voz cortante y una mirada tan amenazante que me heló la sangre.

Porque Marty, a pesar de ser un trozo de pan durante la mayor parte del tiempo, cuando se lo proponía, acojonaba bastante.


Angela
Desperté dos horas más tarde, tumbada sobre el viejo sofá del salón. Una gruesa manta me protegía del frío y la lluvia, que caía ahora con fuerza. Desde bien pequeñas, a mi hermana Iuta y a mí nos encantaban los días de lluvia. La suave brisa fresca, que nos dejaba la nariz helada; el penetrante olor a tierra mojada, que nos hacía sentir que formábamos parte de la naturaleza; la estridente melodía de los truenos, que nos obligaba a dormir abrazadas en las oscuras noches de invierno; la luz de los relámpagos, cuyo resplandor rasgaba el cielo como un sangriento puñal…

Pero ahora Iuta no estaba conmigo para compartir ese momento tan especial. ¿Dónde se habría metido? Cuando regresara, Hans iba a enfadarse mucho con ella. Jamás le perdonaría que hubiera abandonado a su familia para irse con otra. Y encima con otra, en femenino singular. Hans tampoco le perdonaría jamás que fuera lesbiana.

Me acurruqué bajo las mantas, sintiéndome muy sola de repente. Aquélla había sido la primera vez que había podido dormir más de una hora seguida desde la muerte de mi padre. Johnny había conseguido convencerme de que tomarme un calmante me ayudaría a descansar, y como siempre, había tenido razón.

— ¿Has dormido bien?

Su cálida voz de tenor me sobresaltó. Estaba parado, en el vano de la puerta, con una bandeja llena de comida entre sus manos.

“Comida”. El estómago me rugió con fuerza en cuanto vi el enorme trozo de pastel de chocolate que me había traído.

— Sí, sí. Perfectamente — repliqué con una sonrisa forzada, al tiempo que me incorporaba en el sofá, dejándole así un poco de sitio para que se sentara.

— Te he traído algo de comer porque pensé que tendrías hambre — me explicó, poniendo la bandeja en medio de nosotros —. Y… Bueno, lo cierto es que yo también tengo bastante hambre — añadió con una pícara sonrisa.

— Tú siempre tienes hambre, Johnny.

Mi amigo soltó una carcajada antes de reconocer:

— Pues sí. Es verdad.

A Johnny le pasaba algo. Podía palparse en el ambiente que estaba tenso como un palo y su risa era más histérica de lo normal. Los años de experiencia en ocultar mis verdaderos sentimientos a los demás, me habían convertido en una experta a la hora de detectar hasta el más mínimo atisbo de cohibición, nerviosismo o preocupación. Y en aquellos momentos, Johnny sentía una mezcla de las tres.

— ¿Johnny, ocurre algo? Te noto un poco raro. Bueno, quiero decir, más raro de lo normal…

— ¿A mí? No, en absoluto.

Pero sus gestos decían todo lo contrario. No paraba de dar golpecitos en el suelo con sus botas y miraba a todas partes con ansiedad. A todas partes, menos a mí.

— ¡Estate quieto! — le grité. Ahora la que estaba nerviosa era yo — ¿Se puede saber qué diablos te ocurre?
           
Él tragó saliva con fuerza, pero no contestó inmediatamente. Cuando estaba a punto de perder la paciencia, respondió:

— Llevo ya algún tiempo queriendo decirte esto, pero la verdad es que no sé muy bien cómo hacerlo. ¡Tiene gracia! Yo, que nunca he tenido problemas en esa materia, no sé cómo abordar el tema contigo.
           
Aquellas palabras me dejaron aún más confundida.

— Nunca he sido muy bueno explicándome, ¿Sabes? Aunque como suele decirse, “actions speak louder than words”. ¿Qué te parece si dejamos que nuestros actos hablen por sí mismos?

Tras decirme aquello, dejó la bandeja de la comida, que era el único obstáculo que se interponía entre nosotros, sobre la mesita del café, y se tomó mi rostro entre sus manos con fuerza.  

— Perdóname, Angela. Sé que no es el mejor momento para esto, pero no puedo soportar esta situación ni un segundo más. Te quiero.

Aquellas palabras, a pesar de que las había pronunciado horas después del funeral de mi padre, hicieron de aquel momento el más especial y feliz de toda mi vida.

— ¿Puedo besarte? — preguntó, con la inocencia de un niño pequeño.

Yo solté una carcajada divertida, antes de poner mis manos en su nuca, para atraerlo así hacia mí.
           
— Por supuesto que sí.   

domingo, 24 de julio de 2011

Capítulo XIV. Lazos de sangre (Parte 3)

Johnny      
Angela llevaba ya más de veinte minutos hablando con su hermano y la incertidumbre me estaba consumiendo por dentro. No conocía mucho al alemán, pero por lo poco que me habían contado Tom y Leonard, ya me estaba temiendo lo peor.
           
— ¿Por qué tardan tanto? — pregunté en voz alta, aunque en realidad no esperaba respuesta alguna.
           
— No lo sé — contestó Victoria, que estaba sentada a mi lado, con la mirada perdida. Parecía más afectada por la enfermedad del padre de Angela de lo que cabía esperar, teniendo en cuenta lo mal que se llevaba con esa familia —. Hans parecía muy nervioso. Seguramente quiere que Angela se mentalice de… bueno, ya sabes, de que su padre va a morir.
           
— ¿Y para eso nos hace salir a todos?
           
— Johnny, es normal que quieran un poco de intimidad, ¿sabes?

“¿Y tú sabes que ese tío es un psicópata que sólo quiere apartar a Angela de sus amigos para tenerla controlada?”, pensé para mis adentros, aunque no lo expresé en alto.

— Johnny, Angela te gusta mucho, ¿verdad? — inquirió entonces, con esa sonrisilla idiota que se les pone a las tías antes de que se pongan a gritar: “¡Aiiiis, pero qué romántico!”.

— ¿A mí? ¡Qué va! Si acabo de conocerla. Es sólo que me solidarizo con su dolor, ya sabes, por toda la historia de su padre.

— Claro, claro — replicó ella, muy poco convencida.
           
Estaba a punto de contestarle que me importaba un carajo si me creía o no, cuando apareció Angela hecha un mar de lágrimas. Yo me levanté de la silla de un salto y fui corriendo a su encuentro.
           
— Angela, ¿qué ha pasado? ¿Ese cab…? ¿Tu hermano te ha hecho algo?
           
— No quiero hablar del tema. Sólo quiero irme a casa.
           
— Pero…
           
— ¡Maldita sea, déjame en paz! — me gritó, antes de empujarme con furia y salir corriendo del hospital.
           
Unos segundos después, Hans entró en escena con cara de arrepentimiento.
           
— ¡¿Qué coño le has hecho, tío?! — le grité, sin poder contenerme.
           
— Johnny, ¿por qué no vas a buscar a Angela y la traes de vuelta? — sugirió Úrsula, intuyendo que se mascaba la tragedia. Conteniendo a duras penas mis instintos, que me decían que le partiera la cara a ese gilipollas por hacer llorar a una mujer, salí corriendo del hospital en busca de Angela.  


Angela
— ¡Angela, espera! — oí que gritaba Johnny tras de mí — ¡Detente, por favor!
           
Pero yo seguía corriendo. Quería alejarme de él, de todo el mundo. En especial de mi padre y de mi hermano. No sólo me habían estado mintiendo toda mi vida, sino que encima, habían decidido revelarme la verdad cuando mi padre estaba a punto de morir. Me sentía traicionada y pisoteada, y lo último que me apetecía en esos momentos era hablar acerca de mis sentimientos.
           
— ¡Maldita sea, Angela! ¡Para!
           
Haciendo gala de sus dotes de atleta, Johnny salvó la distancia que nos separaba en dos zancadas, colocándose frente a mí, consiguiendo así que me detuviera.
           
— Espera, por favor — me pidió con voz jadeante — ¿Qué ha pasado con tu hermano? ¿Qué te ha dicho para que te pongas así?

— ¡¿Y a ti qué coño te importa?! — le grité con todas mis fuerzas. Pero un segundo después de haber pronunciado aquellas palabras tan ofensivas, me di cuenta de que él no merecía que lo tratara así. En el poco tiempo que lo conocía, siempre se había portado como un caballero (si obviamos la primera vez que nos vimos, cuando intentó acostarse conmigo), por lo que se merecía al menos un mínimo de mi respeto — Perdóname, Johnny. No tenía ningún derecho a hablarte de ese modo. Tú eres el único que ha demostrado preocuparse por mí en los últimos tiempos. Y eso que apenas nos conocemos...

— No importa, Angela — replicó, esbozando una sonrisa apagada — Pero ¿qué es lo que ha ocurrido con tu hermano? Si ese cabrón se ha atrevido a ponerte un dedo encima…
           
— No, no — me apresuré a contestar —. Él no me ha hecho nada en realidad. Es sólo que…
           
Antes de poder terminar la frase, los ojos se me llenaron de lágrimas e inevitablemente rompí a llorar otra vez. Johnny, de nuevo comportándose como un buen amigo, se acercó a mí suavemente y me estrechó con fuerza entre sus brazos. Me arropó en ellos, me transmitió su fuerza.
           
— Tranquila, Angela.
           
— ¿Por qué ha tenido que decírmelo precisamente ahora? ¿Por qué ahora que está a punto de morir? ¿Qué quiere conseguir con eso? ¿Que sienta menos dolor cuando se vaya? ¡Por el amor de Dios! Lleve su sangre o no, es mi padre. Lo quiero ahora y lo querré siempre.
           
— ¿De qué estás hablando, Angela? — me preguntó Johnny con el rostro lleno de confusión.
           
Respiré hondo antes de pronunciar las palabras que llevaban rato quemando mi garganta como una hoguera furiosa, pugnando por salir.
           
— Kurt no es mi padre, Johnny. Al menos, no biológicamente hablando.
           
La confusión en el rostro de mi amigo se hizo más pronunciada.
           
— Mi madre tuvo una aventura — comencé a decir —, y yo fui el fruto de ella.
           
Johnny se quedó en silencio unos segundos, concentrándose en respirar con normalidad. Cuando pareció recuperarse, me dijo:
           
— No sé muy bien qué decir, Angela.
           
Muy a mi pesar, esbocé una pequeña sonrisa.
           
— No digas nada. Sólo abrázame fuerte, por favor.
           
Johnny me acarició el cabello con delicadeza, antes de estrechar nuestro abrazo. Yo respiré aliviada. Al menos tenía alguien en el mundo en quien podía confiar.


Victoria
Las horas siguientes fueron de las peores de mi vida. A pesar de que aquella situación no me afectaba a mí directamente, la sufrí como tal.
           
Angela y Johnny habían vuelto unos minutos después y se habían sentado a mi lado en la sala de espera, pero ninguno de los dos se había atrevido a mirar de nuevo a Hans. Éste permanecía callado, de pie junto al bueno de Marty, que tampoco despegaba los labios. De hecho, el único sonido que se escuchaba en esa fría y desamparada estancia, era la conversación de un matrimonio latinoamericano, que discutían en español acerca de cuál era el tratamiento más idóneo para su hija de doce años, que se encontraba muy enferma de leucemia.
           
Los médicos le estaban haciendo a Kurt todo tipo de pruebas, en un intento por descubrir si todavía había algún fármaco que pudiera alargarle la vida al menos unos días más. Pero el alemán se había cansado ya de luchar. Quería que el dolor lo abandonara de una vez. Quería encontrar la paz y el descanso que por tanto tiempo había anhelado.

— ¿Los familiares del paciente Kurt Müller? — preguntó una enfermera, sacándonos de repente de nuestros pensamientos.

— Nosotros — replicaron Angela y Hans al unísono.

— Su padre quiere verlos.

Los dos hermanos, armándose de valor, se dirigieron a la habitación en la que descansaba su padre, sabiendo que posiblemente ésa era la última vez que podrían hablar con él.
           
— Vaya mierda, ¿eh? — comenzó a decir Leonard, sentándose a mi lado, en el sitio que Angela había dejado vacío — Siempre se van los mejores. Y Hans, mientras tanto, más fresco que una rosa…
           
— ¡Leonard, por favor!
           
— ¿Qué? ¿Acaso tú no piensas como yo? ¡Claro que lo piensas! Como todo el mundo. Pero nadie se atreve a decirlo en voz alta — hizo una pausa en su discurso, intentando calmarse un poco. Porque por extraño que parezca, Leonard estaba furioso en aquellos momentos —. Ese hombre es un cielo, Victoria. Y no lo digo por decir. Es una de las mejores personas que he conocido. No merece morir de esta manera.
           
— Parece que lo aprecias mucho.
           
— Cuando Iuta y yo… — se interrumpió antes de terminar la frase y se quedó mirándome con cara de culpabilidad.
           
— Puedes decirlo, no me molesta. “Cuando Iuta y yo estábamos juntos…”
           
El pelirrojo esbozó una débil sonrisa antes de continuar.
           
— Cuando Iuta y yo estábamos juntos, fue el único de la familia que aceptó nuestra relación. A Angela no puedo reprocharle nada. Después de todo, la desconfianza que me tenía al principio, desapareció cuando se dio cuenta de que yo no sólo no iba a robarle a su hermana, sino que además conmigo ganaba un amigo. Pero Hans… Me ha tenido una aversión injustificada desde que me conoció. Bueno, a mí y a todo el mundo.
           
— De modo que su padre te aceptó desde el principio — repliqué, desviando el tema de Hans todo lo posible.
           
— Sí. Se portó conmigo como un padre.
           
La tristeza que impregnaba sus ojos al hablar de ese hombre en aquellos términos, me hizo recordar que su padre había muerto hacía más o menos un año. Leo habría pasado por la misma situación que Angela y Hans por aquel entonces…

— Nunca me has contado qué le pasó a tu padre…

— No me gusta hablar de ese tema — me cortó Leonard, con esa expresión que adoptaba su rostro cuando se sentía especialmente incómodo.

— Sabes que puedes confiar en mí, cariño.

Aquella última palabra hizo que Úrsula y Marty se quedaran mirándonos con suspicacia. Leonard les devolvió la mirada con una desafiante, al tiempo que entrelazaba nuestras manos con fuerza. Mi tía esbozó una sonrisa cómplice ante aquel gesto, mientras que Marty frunció el ceño con desconfianza. Tom se limitó a apartar la mirada, como si con él no fuera la cosa.

Bueno, lo cierto es que podría haber sido mucho peor. Me quedaba el consuelo de saber que Marty no le había hecho a Leonard la típica pregunta de: “¿qué intenciones tienes con mi sobrina?”, poniendo cara de mafioso ruso, y que Tom no se había puesto a despotricar en medio de la sala de espera sobre lo traidores que éramos.

Un grito desde la habitación de Kurt nos sacó de nuestras ensoñaciones. Unos segundos después, aparecieron unas enfermeras sacando a Angela de la habitación.

— ¡No puede estar muerto, no puede estar muerto! — no cesaba de gritar.

viernes, 22 de julio de 2011

Capítulo XIV. Lazos de sangre (Parte 2)

Úrsula
Se le habían caído tres copas, había roto una botella del vino más caro del local y se había confundido con los pedidos de tres clientes. Todo ello en una sola tarde. No quería ni imaginarme la que podía armar en una semana si no se espabilaba pronto.
           
Todavía no entendía por qué Marty había accedido a que trabajara en el bar. Hacer obras de caridad nunca había sido su estilo a la hora de contratar gente. Puede que se estuviera ablandando con los años. O puede simplemente que le debiera un favor muy grande al padre de esa chica…
           
Anna, have you worked at a bar before?
           
La chica se dio la vuelta en mi dirección y se quedó mirándome fijamente con cara de no haber entendido ni una sola palabra de lo que había dicho. Encima no sabía hablar bien inglés… Genial, sencillamente genial.
           
— ¿Habías trabajado en un bar antes? — repetí, esta vez en español.
           
El hecho de que le hablara en su idioma pareció sorprenderla bastante al principio, pero se recompuso en seguida, y se apresuró a responder:
           
— No, nunca.

“¡Esto se pone cada vez mejor!”, gritó la voz pesimista de mi mente. “¿Por qué la habrá contratado? ¿Acaso le pone cachondo?” Recorrí su cuerpo de arriba abajo, evaluando la calidad de su figura con la mirada, tras lo que deduje que yo estaba mucho mejor que ella, y que mi marido no podía haberse fijado en semejante mocosa teniéndome a mí en casa.

Pero entonces, ¿por qué diablos la había contratado?

— ¡Úrsula! — me llamó Miriam, una de las camareras, desde la barra del bar. Cuando me giré en su dirección, me di cuenta de que me estaba tendiendo el teléfono para que lo cogiera.    
           
— ¿Quién es?
           
— Johnny. No me ha dicho de qué se trata, pero parece bastante alterado.
           
“¿Qué querrá Johnny a estas horas? Seguramente quiere hacer una de sus bromitas telefónicas. Para que luego digan que la vida de un rockero es muy ajetreada”.
           
— Dime, Johnny — respondí al teléfono con voz cansina.
           
— ¿Está Iuta por ahí? Es urgente.
           
Su voz era apremiante, no había ni rastro de burla en ella.

— No, no está aquí. Se ha cogido unos días libres para irse de viaje con Emma. ¿Por qué?

— ¡Joder! — maldijo Johhny al otro lado del teléfono — ¿Y no hay manera de localizarla? ¿No ha dejado un teléfono de referencia o algo?

— No. Pero ¿qué pasa? No sabía que Iuta y tú fuerais tan amigos…

— Y no lo somos — me interrumpió con voz cortante —. Pero su padre ha tenido una recaída. Estamos en el hospital y no deja de preguntar por ella — hizo una dramática pausa antes de continuar —. Úrsula, le queda poco tiempo. Debería estar con su familia cuando ese momento llegue. Con toda su familia.

Aquellas últimas palabras fueron un terrible mazazo. Aunque había tenido mis más y mis menos con algunos miembros de esa familia, no pude evitar sentir una enorme tristeza por ellos. En especial por Iuta. Esa pobre criatura había sufrido  demasiado para ser tan joven. Y la muerte de su padre, estando ella ausente, iba a ser la gota que colmara el vaso.

— ¿En qué hospital está, Johnny?

— En el Sharp Memorial.

— Muy bien. Vamos para allá.


Hans           
— No puedo hacer eso, papá — repliqué con voz cortante —. Eso va a destrozarla por dentro.
           
— Merece saber la verdad.

Apreté la mandíbula con fuerza. La rabia se iba apoderando poco a poco de mi cuerpo, una sensación que ya conocía demasiado bien.

— Ha vivido diecisiete años sin saber la verdad. Conocerla no la hará sentirse mejor. Por el contrario, nos odiará por haber estado mintiéndole todo este tiempo.

— Hans, estoy a punto de morir — me cortó mi padre con la voz impregnada por una mareante tranquilidad. Una tranquilidad que no se correspondía con las palabras que acababa de pronunciar —. Y no quiero dejar este mundo sin que tu hermana sepa la verdad. ¿Le harás ese último favor a este pobre viejo?

Durante unos segundos fui incapaz de pronunciar palabra. Tragué saliva con fuerza en un intento por deshacer el nudo que se había formado en mi garganta. No funcionó. Mi padre clavó sus vidriosos ojos en los míos con una autoridad que no se había reflejado en ellos desde que se manifestara la enfermedad.

— ¿Lo harás?

Aunque había pronunciado aquellas palabras en forma de pregunta, yo conocía lo suficiente a mi padre como para saber que aquello era una orden. Como siempre, me tocaba a mí lidiar con los problemas de la familia.

— Lo haré — repliqué con una seguridad que en realidad no sentía.


Victoria     
— Ni siquiera sabía que el padre de Iuta estaba enfermo — comenté, desde el asiento trasero del coche de Marty. Íbamos de camino al hospital para ofrecer, según las palabras textuales de Úrsula, “apoyo emocional”.

— Lleva ya casi un año luchando contra la enfermedad — repuso Marty con tristeza —. Él era quien mantenía a la familia, por eso, cuando cayó enfermo, Iuta y Hans tuvieron que ponerse a trabajar en el bar.

Todo encajó de repente en mi mente. Por qué Iuta se había puesto tan furiosa cuando Marty había despedido a Hans. Por qué éste tenía ese carácter tan agrio. Porque además de la gravedad de la enfermedad que padecía su padre, de ellos dependía el sacar adelante a la familia.

Ahora me daba cuenta de que había sido muy injusta con ellos. Era innegable que aquella familia era bastante disfuncional y que habían cometido muchos errores, pero yo no había sido capaz de ver más allá. No me había detenido un segundo a reflexionar por qué actuaban de la forma en que lo hacían. Mi mente se había cerrado para ellos, concluyendo que eran una familia de psicópatas, a la que era mejor tener lo más lejos posible.

Descubrir lo equivocada que había estado todo ese tiempo me hizo sentir como un saco de mierda. Yo, que había sufrido en mis propias carnes el rechazo de la gente porque era “diferente” a los demás, me había tomado la libertad de juzgar a Iuta y su familia, sin conocerlos de nada.
           
Úrsula también se recriminaba en silencio su actitud. Aunque ella sí que tenía verdaderos motivos para odiar a Angela por lo que ésta había intentado con Marty, sentía que tendría que haber sido más comprensiva. No había pronunciado palabra en todo el viaje hacia el hospital, pero a mí no podía engañarme. Estaba sufriendo.
           
Después de unos minutos, impregnados en el más absoluto de los silencios, llegamos al aparcamiento del hospital. En cuanto bajamos del coche, unas conocidas voces a nuestra espalada nos llamaron con urgencia. Úrsula y yo nos giramos en la dirección de donde procedían, para encontrarnos de lleno con Leonard y Tom, que venían corriendo hacia nosotros.
           
— Bueno, ya estamos todos — soltó Úrsula con sorna.
           
— Johnny nos llamó hace un rato — comenzó a decir Leonard en cuanto llegaron a nuestra altura.
           
— A mí también me llamó al bar — replicó Úrsula —. Lo que no entiendo es qué pinta él en toda esta historia. ¿Desde cuándo es amigo de…?
           
— Parece ser que está haciendo buenas migas con Angela — la interrumpió Tom —. De hecho, estaba en su casa cuando su padre sufrió la crisis. Fue él quien los trajo al hospital.
           
Úrsula abrió mucho los ojos con incredulidad.
           
— Este Johnny no sabe dónde se ha metido.


Angela
— Papá se va a morir, ¿verdad? — le pregunté a mi hermano, tratando de reprimir las lágrimas, que estaban comenzando a formarse en mis ojos.

Hans inspiró hondo, pero no contestó. Yo asentí con la cabeza. Aquello no era más que una silenciosa confirmación a mis sospechas.

— ¿Por qué le has pedido a Johnny que se quede fuera con los demás? ¿Hay algo más que quieras contarme?
           
Mi hermano soltó de golpe todo el aire que había ido acumulando. Sin duda, lo que estaba a punto de decirme era mucho más grave de lo que me había imaginado.

— Esto es muy difícil para mí, Angela — comenzó a decir con un hilo de voz. Nunca había visto a mi hermano tan abatido como en aquellos momentos, y aquello me partió en dos el corazón —. Papá me ha pedido que fuera yo el que te contara esto, aunque no estoy muy seguro de ser el más indicado para hacerlo.  

— ¿Qué es lo que pasa, Hans? — inquirí, poniéndome cada vez más nerviosa.
           
— Ni siquiera sé muy bien por dónde empezar…

— Pues por donde te sea más fácil acabar — lo interrumpí con impaciencia.
           
— ¿Recuerdas que mamá y papá no se llevaban demasiado bien?

— Claro que lo recuerdo, Hans. Fue por eso que se divorciaron. Pero no entiendo qué tiene que ver eso con…

— Hay una razón por la que no se llevaban bien — mi hermano hizo una larga pausa antes de continuar, como si decir lo que estaba a punto de decir fuera lo más difícil que hubiese hecho en su vida —. Mamá le fue infiel a papá.

Debo reconocer que aquellas palabras fueron como si me hubieran arrojado un cubo de agua helada por encima. Yo siempre había creído que mis padres se amaban, y que el divorcio era algo temporal. Al menos hasta que mi madre murió, y esa ilusa esperanza se fue con ella.

— Sigo sin entender a qué viene esto ahora.
           
Mi hermano soltó un bufido muy poco elegante que denotaba la impaciencia sentía por dentro.

— Mamá le fue infiel a papá, meses antes de que tú nacieras. ¿Comprendes?

Yo negué con la cabeza. Estaba demasiado bloqueada como para poder ver la verdad, aun teniéndola delante de mis narices. Hans cerró los ojos con fuerza, seguramente buscando las palabras adecuadas para no hacerme daño.

— Angela, papá… Papá no es en realidad tu padre. 

viernes, 15 de julio de 2011

Capítulo XIV. Lazos de sangre (Parte 1)

Hans
Había sido la peor noche de toda mi vida. Ni siquiera había ido a dormir a casa para no tener que volver a discutir con las inconscientes de mis hermanas. Celia me había dejado pasar la noche en el viejo y gastado sofá de cuero de su casa, y yo no tuve el valor suficiente para volver a mi hogar hasta el día siguiente por la tarde.
           
Celia había intentado otro acercamiento durante mi estancia en su casa. No importaba cuántas veces le dijera que sólo quería que fuéramos amigos. Ella insistía e insistía. No negaré que al principio, su actitud me halagaba y me hacía sentirme querido por alguien especial. Pero con el paso del tiempo aquella situación terminó por hacérseme agobiante.
           
En más de una ocasión se me pasó por la cabeza dejar de verla y de llamarla, pero era mi amiga y no podía ni quería abandonarla. Por mucho que algunos se empeñen en sostener lo contrario, yo soy una persona con sentimientos y principios que nunca deja a sus amigos en la estacada.
           
De camino a casa me encontré con Victoria, que salía de casa de Leonard y Tom con la vista clavada en el suelo y un andar apesumbrado. Algo le habrían hecho esos dos, porque a pesar de que esa chica no era lo que se dice la alegría de la huerta, nunca la había visto tan despagada y abatida. Ni siquiera me saludó cuando pasó por mi lado. Puede que no me viera o que estuviera demasiado jodida como para entablar una conversación con alguien como yo. O puede simplemente que después de lo ocurrido la tarde anterior en la boda de Michael, ninguno de los “amigos” de Iuta quisiera hablarme nunca más.
           
Decidí no profundizar más en esas conjeturas que sólo servirían para torturar aún más mi espíritu. La había cagado con mi hermana, sí. Pero aquello ya no tenía vuelta atrás. Le había dicho cosas que en realidad no sentía, pero si le pedía disculpas ahora, se reiría en mi cara. Era mejor dejar las cosas como estaban, y esperar a que se le pasase el enfado. A Iuta siempre se le pasaba. Siempre acababa perdonándome, por mucho daño que le hubiese hecho.
           
Angela, sin embargo, era otro cantar. Nunca olvidaría que fui yo quien la mantuvo separada de su querido amigo el pelirrojo. Nunca olvidaría que le mentí y que la manipulé para tenerla bajo mi control. Nunca olvidaría que fui yo quien la mandó a un psicólogo cuando la solución a sus problemas ya tenía nombre y apellidos.
           
Y sobre todo, nunca me perdonaría por todo el daño que le había causado.
           
Sin darme cuenta, había llegado a mi casa. Saqué las llaves del bolsillo trasero de mi pantalón y abrí la puerta. Cuando puse un pie en el recibidor, un grito desgarrador me traspasó el tímpano, haciéndome retroceder. Un segundo después, se oyó una voz masculina en el piso de arriba que decía:
           
— Hay que llevarlo a un hospital.


Tom
Cerré los ojos con fuerza, rezando para que aquello fuera sólo un sueño. Sin embargo, cuando los abrí de nuevo me di cuenta de que aquello no podía ser más real.
           
— Tom, esto tiene una explicación… — comenzó a decir Victoria.
           
— Estamos saliendo — añadió Leonard con firmeza.
           
A diferencia de Vicky, que había intentado tratar el tema con tacto, el pelirrojo, siguiendo su estilo, había sido implacable. “Estamos saliendo”, lo que traducido a nuestro idioma vendría a ser: “ha ganado el mejor. Sé un hombre y acéptalo”.
           
Pero mi mente se negaba a aceptarlo. Victoria y yo no teníamos nada, es cierto. Y Leonard estaba enamorado de ella, también es cierto. Pero lo que de verdad me dolía era que habían actuado a mis espaldas. Se habían comportado como si yo no existiera, como si mis sentimientos no valieran nada. Me sentía herido y traicionado por los que había creído mis amigos.
           
— Tom, ¿estás bien? — preguntó Victoria preocupada.
           
“Como si me hubieran arrancado los testículos, se los hubieran dado de comer a un cocodrilo y después me hubieran atropellado con un camión de cincuenta toneladas antes de deshacer mis restos con ácido en la bañera”, pensé para mis adentros. Sin embargo, repliqué con un hilo de voz:
           
— Perfectamente.
           
Sin volver a mirarlos a la cara, entré en la casa como un torbellino enfurecido y cerré dando un fuerte portazo.

— ¿Lo teníais todo planeado, verdad? — pregunté, dejando que mi voz destilara toda la amargura que sentía por dentro.

— ¿De qué estás hablando? — replicó Leonard, acercándose hacia mí a grandes zancadas. Sin embargo, antes de que pudiera llegar a mi altura, me aparté de su trayectoria.

— Sabes perfectamente de lo que hablo. Ayer, en la boda, cuando os largasteis, dejando a todo el mundo preocupado. Lo teníais todo planeado.

— ¡Eso no es cierto, Tom, y lo sabes! — gritó Victoria, indignada.

— ¡Tal vez tú no! Pero estoy seguro de que él llevaba planeándolo hace tiempo.

— ¡Tom, estás desvariando!

— Desde que Victoria llegó a Estados Unidos has querido que fuera tuya a toda costa. Te importaba una mierda que a mí también me gustara. ¡Siempre te ha importado una mierda lo que yo sienta!

— ¡Deja de hacerte la víctima, Tom!

— ¡No me hago la víctima! Tú sabes tan bien como yo que ésta no es la primera vez que me haces una putada así.

— Creí que esa historia ya estaba enterrada y olvidada.

— Para ti es muy fácil enterrar y olvidar, Leonard — contesté con voz teñida de puro odio.     

— Crystal me eligió a mí porque yo le gustaba más que tú, Tom. Yo no la obligué a que se acostara conmigo. Ni a Victoria tampoco.

— ¡Pero te la tiraste a mis espaldas! Igual que has hecho ahora con Victoria. Si fueras un amigo de verdad, si te importara algo, aunque fuera lo más mínimo, habrías hablado conmigo antes de mover ficha.

Tras haber pronunciado aquellas palabras, el silencio se apoderó de la estancia. Leonard me miraba con cara de arrepentimiento, pero sin atreverse todavía a pronunciar las palabras mágicas, aquéllas, que, a pesar de todo el daño que me había hecho, le valdrían mi perdón. Victoria tenía la vista clavada en sus zapatos, parada en medio de la habitación cual vulgar espantapájaros, sin saber muy bien qué decir o hacer para arreglar aquella situación.

— Se me está haciendo tarde — dijo un momento después, rompiendo así el molesto silencio —. Debería irme ya a casa.   

— Sí, eh… Yo te acompaño — se ofreció Leonard. Victoria negó enérgicamente con la cabeza.

— Gracias, pero preferiría ir sola. Necesito despejarme un poco.

Sin decir una sola palabra más, Victoria cogió su bolso, abrió la puerta y se marchó. Leonard hizo entonces ademán de decir algo, pero yo le corté rápidamente.

— Leonard, creo que ya nos hemos dicho todo lo que nos teníamos que decir.

El pelirrojo se me quedó mirando con sorna, antes de soltarme:

— ¡No! Tú eres el que ha soltado toda su mierda esperando que yo me la tragara sin rechistar. Pero no has pensado que tal vez esto tampoco sea fácil para Victoria ni para mí. Si esto no ha pasado antes, es precisamente porque nos importas, Tom. Porque no queríamos hacerte daño. ¡Por el amor de Dios! Después de todos los años que llevamos siendo amigos, ¿aún dudas de que te quiero como un hermano?

Aquellas últimas palabras se clavaron hondamente en mi pecho, como si de afilados puñales se tratara. En todo el tiempo que le conocía, Leo nunca me había dicho algo así. Siempre había estado ahí cuando le había necesitado, tanto en los buenos como en los malos momentos, pero nunca había expresado sus sentimientos hacia mí en voz alta. Me daban ganas de correr hacia él y estrecharlo con fuerza entre mis brazos, pero todavía quería hacerlo sufrir un poco más.

— No te creo, Leonard — repliqué con fingida amargura —. Un hermano no le escondería a otro el mando de la tele, ni se mearía fuera de la taza del wáter, pero sobre todo, no le estamparía el coche de su madre contra la valla del vecino.

— ¡Tío, ya te dije que fue un accidente! ¡Además, le pagué a tu madre la factura del mecánico!

— Sí, pero eso no me libró de llevarme un buen bofetón.

— No, el bofetón te lo llevaste porque tuviste cuatro suspensos en el instituto, así que no me cargues a mí con tus marrones.
           
— Bueno, tal vez no hubiese suspendido cuatro si no me hubiese relacionado con malas compañías — repliqué, esbozando una sonrisa cómplice.
           
— Eso no lo dirás por mí, ¿verdad? — inquirió, arqueando una ceja, al tiempo que se acercaba hacía mí lentamente.
           
— ¿Por quién sino?
           
— Tal vez sea una mala influencia, pero también soy el mejor amigo que nunca tendrás — dijo, atrapándome en un fuerte abrazo con el que casi me rompe una costilla.


Angela
“Papá, por favor, aguanta”, no cesaba de repetir mi mente. “Aguanta hasta que lleguemos al hospital. Allí cuidarán bien de ti y te curarán”.

Pero por mucho que tratara de engañarme, sabía que el final había llegado. De todas las crisis que había sufrido mi padre durante su enfermedad, ésta estaba siendo sin duda la más severa. 

Johnny conducía por encima de la velocidad permitida, y creo que incluso se saltó algún semáforo en rojo. El hospital estaba bastante lejos de mi casa, y si no nos dábamos prisa, no llegaríamos.

— ¡Joder, debería haberme ocupado más de él! — no dejaba de lamentarse Hans desde el asiento del copiloto.

— Deja de atormentarte. No fue culpa tuya que papá enfermara, ni tampoco que haya empeorado en los últimos días.

— Pero…

— ¡Pero nada, joder! Hans, haznos un favor a todos y cállate hasta que lleguemos al hospital.

Y por extraño que parezca, mi hermano se calló en el acto. Johnny giró hacia la derecha y a lo lejos podía verse ya la fachada del hospital. Abracé a mi padre, que iba conmigo en los asientos traseros del coche.

— Aguanta, papá — le supliqué, conteniendo las lágrimas a duras penas.

— Iuta… — consiguió balbucear.

— No, papá. Soy yo, Angela. Iuta vendrá más tarde.

Aunque lo cierto era que no sabíamos dónde estaba mi hermana. Habíamos llamado a casa de Emma para ver si se había quedado allí a dormir, pero nadie cogía el teléfono. Un mal presentimiento me decía que se habían largado, dejándonos colgados a mi hermano Hans y a mí. Pero mi lado racional, que a pesar de estar poco potenciado, existía, me decía que aquello no era posible. Iuta siempre había sido una mujer responsable que jamás abandonaría a su familia, y mucho menos a un padre enfermo de cáncer. Un padre al que amaba más que a nadie en el mundo. Mucho más que a esa tal Emma, a la que apenas conocía.

— Hemos llegado — anunció Johnny con voz triunfante, al tiempo que aparcaba el vehículo frente a la entrada del hospital.

En cuanto paró el coche, Hans se bajó y abrió la puerta trasera para sacar a nuestro padre.

— Con cuidado, Hans — le advirtió Johnny a su espalda —. Es tu padre, no un saco de patatas.

Hans asintió con la cabeza, y a partir de ese momento trató de tomarse las cosas con más calma. Nunca en mi vida lo había visto tan nervioso como entonces. Claro que nunca en toda mi vida mi padre había estado tan cerca de la muerte como en ese momento.