My Playlist

Translate

"When I hear the music, all my troubles just fade away/ When I hear the music, let it play, let it play",

"Let it Play" by Poison.

domingo, 30 de octubre de 2011

Capítulo XXI. Trust hurts (Parte 1)


Cuatro semanas después…

Victoria
Tumbada de espaldas sobre el frío suelo de mi habitación, contemplaba el techo pintado de un suave tono melocotón, sin percibirlo realmente. El brillante sol californiano inundaba la estancia con su impertinente luz, como si no le importara no ser bien recibido en aquellos momentos. Porque el sol no entiende de tristezas, ni de enfados. No sabe lo que es el vacío ni la desesperación. Únicamente es consciente de los cambios de estación, de la fina línea que separa el día de la noche.
           
Sólo quedaba una semana para regresar a España, mis padres habían sido muy claros por teléfono: no me daban ni un solo día más. Había estado fuera de casa durante demasiado tiempo ya.
           
Coloqué la palma de mi mano sobre el suelo, dejando que el frío que lo envolvía me recorriera. En contraste con la insoportable calidez que proyectaban los rayos del sol sobre mi piel, aquella fresca temperatura resultaba de lo más revigorizante, casi relajante. Las puntas de mis dedos comenzaron a recorrer los intrincados dibujos que decoraban aquellos azulejos, en un intento por mantener mi mente alejada de los funestos presagios que me traía mi inminente regreso a España.
           
Mi estancia en California había pasado demasiado rápido, o al menos así lo sentía yo. Durante aquellos dos meses mi vida había dado un giro de ciento ochenta grados, pues ya no era la niña tímida y gris que dejó su país en busca de un sitio en el que poder encajar. Ahora era una mujer con las ideas claras, que se sentía viva de verdad. O al menos así había sido hasta hacía unas semanas.  
           
La llegada del hombre de la discográfica, que en un principio había sido recibida por todos como una bendición, estaba empezando a pasar factura a mi relación. Por supuesto, debía sentirme feliz por Leonard y el grupo, como Úrsula solía señalar, porque les estaba ofreciendo una oportunidad única en la vida: la posibilidad de que su grupo pudiera ganar éxito y fama.
           
Pero aquélla era sólo una de las caras de la moneda. La otra mostraba una realidad que, aunque al principio había querido negar, ahora era demasiado obvia como para poder pasarla por alto: Leonard y yo nos habíamos distanciado de forma considerable. Marty también lo había notado, por eso, durante las cenas, cuando nos sentábamos los tres juntos para saborear las delicias que Úrsula preparaba, no me quitaba los ojos de encima. La preocupación que transmitían sus ojos esmeralda al posarse sobre mi piel quemaba como el fuego del infierno.
           
Yo no era capaz de sostener su mirada, porque no quería tener que darle explicaciones sobre lo que estaba pasando entre Leo y yo. Claro que, teniendo en cuenta que ni yo misma entendía la situación, era imposible que pudiera explicársela a mi tío.
           
Había intentado hablar con él muchas veces pues, según decía Úrsula, aquélla era la base de una relación: la comunicación. Tal vez en el caso de Maty, un hombre sin miedo a mostrar sus sentimientos más profundos, aquello de las conversaciones trascendentales a la luz de unas velas podía funcionar. Pero no en el caso de Leonard. El pelirrojo no hacía más que darme largas, insistiendo en que todo iba bien y que yo debía entender que en esos momentos no tenía tanto tiempo para mí como antes.
           
Supongo que en cierto modo, aquello era cierto, pero una parte de mí presentía que había algo más que me estaba ocultando, pues no sólo su actitud hacia mí había cambiado, sino que su comportamiento en general era irreconocible.
           
En más de una ocasión, me vino a la mente la idea de que pudiera haber otra mujer. Sin duda, aquélla, si bien dolorosa, también era una opción más que factible. No sería la primera vez que un hombre se cansa de su novia y busca consuelo en otra parte.
           
Ante aquel funesto pensamiento mis ojos comenzaron a llenarse de lágrimas, por lo que los cerré con fuerza para evitar que éstas rodaran por mi rostro. Todavía no estaba segura de lo que estaba pasando con él, así que era demasiado pronto para dar la batalla por perdida.         
           
Claro que, tampoco me quedaba mucho tiempo para actuar. En una semana ya no estaría allí, tendría que regresar a España, y no volvería a pasar California al menos hasta Navidad. ¡Ja! Como si eso fuera a ser posible. Habiéndome quedado en California casi más tiempo del que mis padres me habían permitido en un principio, había desafiado su autoridad. Y lo más importante: había permanecido fuera de su “jurisdicción” durante casi tres meses, con lo que no habían podido mangonearme ni imponerme sus absurdas normas. En conclusión: había firmado mi sentencia de muerte. Si me dejaban salir a pasear al perro por el barrio, ya podía darme por afortunada.
           
Y sin embargo, no iban a tener más opción que dejarme volver. En diciembre cumpliría los dieciocho, lo que significaba que por fin sería mayor de edad, lo que a su vez significaba que aquella pareja de dementes prehistóricos no tendría más poder sobre mí. Al menos en teoría. En la práctica se dedicarían, como siempre, a hacerme la vida más difícil de lo que ya era de por sí.
           
Solté un largo suspiro cansado. Me estaba comportando como una estúpida y lo sabía. Cuando llegué a California unos meses atrás ni siquiera había esperado poder entablar una conversación coherente con uno solo de los lugareños. Y no sólo había logrado eso, sino que además había hecho grandes amigos, había conocido a mis tíos en profundad y… me había enamorado. Con eso debería darme por satisfecha.
           
Pero el recuerdo de Leonard volvió a abrirse paso por mi mente, golpeándome en el pecho con fuerza, como si de una bala se tratase. Tenía que hablar con él antes de marcharme, aclarar las cosas. Necesitaba saber en qué punto estábamos, qué iba a pasar con nuestra relación. Aunque aquello supusiera el fin irrevocable de la misma.


Tom 
La cálida voz de la enfermera me trajo de vuelta a la tierra, sacándome súbitamente del profundo sueño en el que me había sumido unas horas antes. Me reproché a mí mismo el haberle dado la espalda a mi madre de aquella manera, quedándome dormido mientras ella sufría en una incómoda cama de hospital, pero aquella semana había sido demasiado agotadora para mí.
           
— Es la hora de la merienda, señor Turner — me indicó la menuda enfermera, plantándose frente a mí con la bandeja grisácea llena de galletas, yogurt y un café con leche. Ante aquella visión, el estómago me rugió con fuerza, recordándome que mi última comida había sido el desayuno, unas diez horas antes.

— Sí, sin duda lo es — repliqué con una media sonrisa.

La enfermera dejó la bandeja sobre la mesita que había junto a la cama de mi madre, antes de salir de la habitación esbozando una tímida sonrisa. Sintiendo como el cansancio acumulado me atravesaba la piel como un millón de agujas afiladas, me levanté del sillón donde había estado durmiendo toda la tarde, y me dirigí hacia la cama, donde mi madre me observaba con la vergüenza escrita en su rostro.

— Debí haberte hecho caso, hijo — comenzó a decir, sus ojos llenándose de lágrimas —. Tendría que haber echado a ese hombre de mi casa antes de que…

— Pero no lo hiciste, mamá — la interrumpí, al tiempo que abría uno de los paquetes de galletas que había sobre la bandeja. Debían de saber a avena para caballos, pero en aquellos momentos no me importaba demasiado cómo llenara mi madre su estómago. En aquellos momentos, sólo la rabia que me producía el haber tenido razón sobre aquel tipo, y aún peor, la confirmación de que mi madre era un animal de costumbres, ignorante y lo suficientemente débil como para soportar una vida de palizas a manos de un hombre que la despreciaba, por el simple hecho de que la mantenía, llenaban mi mente.

— Necesito que me perdones, hijo mío — suplicó entre lágrimas. Unas sucias lágrimas de cocodrilo que ya no significaban nada para mí.

— ¿Otra vez? Te he perdonado tantas veces que ya no se pueden ni contar. ¿Y para qué? Hoy dices que te arrepientes y mañana, cuando ese cabrón aparezca ante tu puerta con un enorme ramo de rosas y un perdón escrito en su blanca y falsa sonrisa, te echarás de nuevo a sus brazos. Ya he visto esta película otras veces, mamá. Me sé el final de memoria y, francamente, estoy empezando a hartarme de pagar por ver un espectáculo tan malo y dañino.

Tal y como me había imaginado, el sabor de las galletas era demasiado desagradable para sus papilas gustativas. Tras el primer mordisco, dejó la que le había dado sobre la mesita con una mueca de asco.

— Tal vez el yogurt sea de tu agrado…

— Entiendo que estés molesto conmigo, hijo, pero si me escucharas, te darías cuenta de que he cambiado. He echado a ese desgraciado de casa, no volverá a molestarnos, lo que significa que puedes volver a vivir conmigo otra vez. Porque te necesito a mi lado, hijo. Ahora más que nunca.

La mano con la que sostenía la cucharilla llena de yogurt se me quedó paralizada en el aire, a medio camino entre el envase y el rostro de mi madre. ¿Cómo había podido ser tan estúpido? ¡Por supuesto que quería que me fuera a vivir con ella! Echando a aquel desgraciado de casa, se había quedado sin su principal y única fuente de ingresos. Ahora tenía que remediar aquella situación de algún modo. Y ese modo, por supuesto, era yo, su único hijo.

Metí la cuchara en el envase, antes de dejar éste de nuevo sobre la bandeja. Me di la vuelta hacia el sillón para coger mi mochila y mi chaqueta de cuero.

— Pero, ¿adónde vas, hijo mío? — inquirió con voz desesperada.

Me giré para encararla por última vez, sintiendo como la furia acumulada durante años de indiferencia y manipulación estallaba en mis venas con la fuerza de un volcán en erupción.

— Ésta es la última vez que tratas de utilizarme, mamá. Estoy harto y ya no puedo más. Soy una persona, no una mierda que puedas pisar cuando te dé la gana.

Salí de aquella habitación con una mezcla de sentimientos agolpándose en mi pecho, desesperados por salir. Pero uno de ellos sobresalía con fuerza entre los demás: la sensación de libertad. La más absoluta y dulce libertad, que durante años me había estado negada. La libertad que tanto miedo me había dado, que me había hecho sentir tan culpable. Y ahora, allí estaba, ante mí. Podía sentirla expandirse a mi alrededor, con la revigorizante fuerza de una hoguera en su máximo esplendor.

Ninguna mujer volvería a utilizarme. Ninguna mujer volvería a manipularme a su antojo, arrebatándome mi fuerza vital, como si yo no fuera más que la gasolina para un coche.

Aquello había comenzado con mi madre, pero mucho me temía que no iba a terminar con ella…


Leonard
— Necesito más.
           
— ¿Puedes pagarlo?
           
— Ya sabes que sí.
           
Lila me recorrió con una pícara sonrisa, antes de pegarse a mi cuerpo, agarrándome la cintura con descaro, para después deslizar la mercancía por el bolsillo trasero de mis vaqueros.
           
— Siempre es un placer hacer negocios contigo, vaquero — replicó, separándose de mí, al tiempo que estallaba en una histérica carcajada. Algo en esa mujer no funcionaba como era debido, pero tampoco es que eso me importara demasiado. Lo único importante era que su mercancía era de primera calidad.
           
Me di la vuelta hacia la puerta, con una enorme sonrisa dibujada en mi rostro. Había ido hasta allí a buscar lo que necesitaba, y lo había conseguido con creces. Sin embargo, aquella sonrisa se esfumó con la misma rapidez con la que había aparecido en cuanto vi a Victoria, apoyada contra el marco de la puerta de entrada al local, taladrándome con una mirada herida e inquisitoria, llena de implícitas acusaciones.

9 comentarios:

  1. Madre mía! Entiendo a la pobre Victoria, y lo del final me ha dejado... sin palabras? No me esperaba eso de Leo, bueno sí, pero no lo creía capaz. Pobre Victoria, de vuelta a España... >.<
    Y por fin Tom le plantó cara a su madre... aunque no me gusta nada como acaba la parte de este, eso de que no sería la ultima vez...
    Genial, como siempre :D
    Un beso^^

    ResponderEliminar
  2. :O!
    La madre que trajo al mundo a Leo -.-"
    Es que no la puede cagar más.

    Tom, con dos pares de... Ahí estamos.

    Por favor, publica pronto!!

    Besitos<3

    ResponderEliminar
  3. ¡Me encanta!
    Necesitaba una dosis urgente de FFR :)

    ResponderEliminar
  4. Bien empezaré por Victoria, será libre en diciembre eso no es nada volverá a Estados Unidos y eso mola, al infierno con los lilos de sus padres.
    Tom, la solución contra el maltrato es darle de hachazos al tío mientras duerme, por otro lado el sentimiento de libertad que tiene cuando planta cara a la manipuladora de la madre es fantástico.
    Leo ya no me mola.

    ResponderEliminar
  5. Parece ser que me he perdido muchas cosas... No me puedo creer que después de todo lo que pelearon Tom y Leo por estar los dos con ella, ahora Leo lo mande todo a la mierda, por... eso....
    Me ha decepcionado, espero que al menos, arregle las cosas con Victoria.
    No me puedo creer que se vuelva a España, pero si puede volver a ir a California por que en Navidad es mayor de edad ;) Adelante.

    Me encanta, como siempre.

    Besos.

    ResponderEliminar
  6. Oh, no. No, no, no. ¿Leo ha engañado a mi Vicks? ¿¿What?? Sí, cuando dijiste que te íbamos a odiar tenías razón, jajaja. ¿Pero cómo me haces esto?
    En conclusión, me he quedado a cuadros. Y también por lo de Tom.
    PD: He notado considerablemente tu mejoría al escribir. Del primer capítulo a este hay un abismo, para bien, claro. ¡Un beso! :)

    ResponderEliminar
  7. Sinceramente... yo hubiera elegido a Tom en su momento XDDD Aunque su última frase no ha sido del todo tranqilizadora. Lo de Vick, bueno, algún día se le iba a acabar, los chicos correran por su vida como imagenes de un libro hasta que encuentre al ideal. Es normal que el prmer amor falle y en Diciembre podrá volver e incluso marcharse de españa para siempre.
    Lo de Tom y su madre, menuda cara dura la tía, sinceramente, el novio tenía que haberla dado más fuerte, por mala madre y persona. Me temo que esto chocará contra Diana, ¿verdad?
    Y sobre Leo... bueeeno, le daré un voto de confianza hasta el siguiente capítulo pero me temo que el pelirrojo de las narices está apuñalando lenta y dulcemente a Vick.
    Un besote, voy a por el siguiente y siento el retraso =)

    ResponderEliminar